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Mateo y Enrique eran dos veteranos, su experiencia era inabarcable. Se juntaban los domingos en el Parque Rivadavia a jugar al ajedrez. Enrique era un hombre de vestimenta impecable, bigotes gruesos y estómago prominente. Vivía con su esposa Margarita en un departamento ubicado cerca de la estación Castrobarros de la línea A de subte. Por su parte Mateo era viudo y además de su afición por el ajedrez era un amante de las estampillas antiguas. Llevaba una barba grisácea que le llegaba al esternón, era muy flaco y por eso le llamaban “escarbadientes”.
Una banda de curiosos, en su mayoría gente grande, también tenía cita debajo del sauce llorón, el escenario de la contienda. Los dos viejos llegaban al parque a las nueve de la mañana y se tomaban un café con medialunas como precalentamiento.
Se hacían bromas, los presentes intentaban distenderse, pero esto no era sencillo para quienes tenían que probar su reputación como grandes del ajedrez y tampoco para los que apostaban, que vivían cada previa con ansiedad.
Alrededor de las diez empezaba el primero de la serie de cinco partidos consecutivos de los domingos. Los dos jugadores tenían una larga experiencia en el juego del ajedrez y además tenían dos de los mejores record de todos los ajedrecistas que pasaban por el parque.
El partido comienza a pesar del mal tiempo, las piezas están sobre el tablero Los integrantes de cada reino esperan para ser movidos contra sus adversarios. Mateo eligió a los monarcas blancos acompañados por sus guerreros y mueve a uno de los sus cuerpos de infantería. El campo de batalla cuadriculado esta por llenarse de sangre.
Enrique responde moviendo a su caballería de moros por el flanco derecho. En seguida se produce el primer enfrentamiento, y luego otro y otro, y la guerra se vuelve encarnizada. Los expectantes observadores comentan las jugadas en voz baja para no distraer a los generales de los ejércitos.
El partido se inclina a favor de Enrique, Mateo perdió varias piezas pero intenta mantener una actitud agresiva. Enrique quiere aprovechar el momento para atacar por todos los medios y llegar al rey negro. Las estrategias son cada vez más hirientes. El partido esta por decidirse.
El rey blanco esta a punto de entrar en jaque, cuando se larga una lluvia densa acompañada de un viento imparable. Imposible seguir el partido, se lo aplaza para el domingo siguiente. Las piezas ruedan sobre el tablero y caen al suelo.
Todos los presentes intentan imprimir en su mente la posición de cada pieza, para reproducirlas después. Los apostadores entran en pánico.

Texto agregado el 17-08-2008, y leído por 89 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-08-2009 Por eso no hay que apostar, quiza.. Buen escrito, buena partida. Saludos englishrose
11-07-2009 que buen juego el ajedrez y que buenísimo como hiciste entrar en el campo de batalla.. me gustó! smeagolna
 
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