“Ahora que mis manos están vacías, mi cuerpo palidece ante los cortes que poco a poco en mi piel se abrieron paso, un fino hilo carmín, se cuela por mis dedos, masacrando los oídos por las gotas contra el piso, que, unidas antes del final, dan lugar a un rostro desdibujado. A mi mente los recuerdos emigran, un tibio beso en el cuello, un par de ojos que no logro distinguir, un sin fin de utopías dan un respiro por última vez. Mi cuerpo tiembla bajo el beso de un calor huidizo, mis manos muestran huellas de desesperación, de días fugases, de noches interminables, de suspiros perdidos en lo alto de mi sueño, desbordándose sin alas sobre la tierra infame, que languidece ante los ojos de aquellos que piensan, que sienten, que repudian el dolor, causal de muertes sin sentido, crecimiento de señores feudales que el tiempo no quiebra en una negra muerte.
Ahora que todo se muestra quieto, un grito se desliza por mi garganta embriagada entre aire y vida, un grito que no teme darse a conocer, un grito que se lleva de mí, lo que todos debieran saber, lo que todos ocultan dentro, lo que todos temen, solo aire parece ser, pero lo que encierra dentro abarca la brisa que nunca llega a su final. El sol alumbra un rostro agobiado, ajado por el tiempo, unos ojos negros llenos de rocío, que hermosa noche de día logro ver, nadie puede decirme que cosa es real, que cosa es normal, mi vida es de cualquiera, pero el alma es solo mía, con los sueños, con anhelos, con la paz interna que por más que busquen solo yo se encontrar.”
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