Ya que hablamos de récords olímpicos,
de antorchas itinerantes y estadios colmados,
ya que estamos hablando de televisores encendidos
a las tres de la madrugada, para solazarnos a medio ojo
con una nueva hazaña y con un nuevo hito,
no achine la mirada, estamos en el centro mismo
de la cultura de la incultura sudamericana,
olímpico desprecio veo en su rostro huidizo,
no, no se trata de quien corre más rápido
ni de quien salta más alto o tira más lejos,
la miseria espiritual se oculta bajo los ropajes,
pero la que duele, la que aflora, o la que se disimula,
esa miseria hace a los pobres y he allí los grandes récords.
¿Sabía usted que hay gente que duerme en la calle?
El récord lo tiene un pobre anciano que es decatleta,
porque es campeón para pasar hambre,
es tuerto, el ojo se lo vaciaron de una puñalada,
es cojo, no hay Teletón ni empedrado que valgan,
bebe vino por garrafas, para eso, nunca falta,
su familia lo echó a la calle, ellos son cristianos,
y van a la iglesia a confundirse con los fieles,
¿sabía usted que el viejo también es analfabeto
pero lee a la perfección la maldad en los ojos de la gente?
Cáncer y cirrosis, dos enemigos en el cuerpo,
se lo están comiendo al viejo, y él que ni prueba bocado,
la vida es triste, compadre, me dice, con su único ojo huero.
Mientras la jabalina silba por los aires, en Beijing,
en Santiago, una mujer sale a pedir para sus hijos,
llega lejos y se clava, en el corazón mismo de la indolencia,
los jubilados no hayan que hacer con tanto dinero,
tres chauchas más llenan su monedero,
danzan en el estadio y se contorsionan las gimnastas,
mientras, acá, drogada y podrida por el infierno,
una jovenzuela danza al ritmo de un reggaeton,
somos campeones olímpicos de mirar sesgado,
la miseria levanta una a una sus banderas...
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