Diez agostos han pasado desde entonces... Diez años como si me hubiesen caído de golpe todos tus días en el cuerpo, haciendo en mi rostro un mapa de trazos débiles y múltiples. Colgados en el perchero, como siempre desde que existo, todos los recuerdos de tu mirada roja. Diez años y te encuentro de golpe sin darme tiempo para cerrar la boca y menos para proteger las fisuras del alma. Diez años pensando en la reconstrucción de la historia.
Diez años. ¿Te puedes imaginar cuántos días son pensándote? ¿Cuántas tardes me entregué inflamada a otros hombres esperando un poco de tu magia? Aunque hubiere sido la magia de tus días oscuros, tu triste magia de los días grises, con el cuerpo traspasado de tormentas, en los días que repartías mis poros húmedos a bordo de una cometa; aunque hubiere sido el amasijo masoquista de tu amor-odio sin títulos ni fronteras. ¿Te puedes imaginar cuántas noches encerando la cubierta de este barco? ¿Cuántas noches leyendo el reloj y dudando de su tiempo lento? ¿Tú te puedes imaginar lo que son los crepúsculos índigos devastados, tan sin destinos como las tazas sin orejas? ¿Podrás entender alguna vez o tu hermosa jaula de cristal made in Chile retendrá siempre tu vuelo?
Diez años y ahora me dirijo nuevamente a ti, bombardeando las viejas murallas de adobe de tu sensibilidad. Acribillo de ternuras impensadas todos tus remilgos y desesperanzas. Me dirijo a ti, al que con la delicadeza y la constancia propia del que pierde la brújula de la mesura y la lucidez, me fue desintegrando, desgranándome como se desgranan pacientemente las arvejas.
Me dirijo a ti con todos mis deseos, con cientos de traiciones en los bolsillos, colgando de mi cuello la daga hermosa que nunca tuve la valentía de enterrarte. Me dirijo a ti, suave, felina, ávida, estremecida la carne de fríos y placeres. Me dirijo a ti con rabia acumulada. Me dirijo a ti con la esperanza que me queda.
Me dirijo a ti porque son diez años, diez años aguardándote, diez años esperando que una sola de mis historias no tenga un final triste. |