Cierta vez escribí una palabra,
y tras esa, muchas otras
que rimaban de maravillas,
soy un poeta, me dije
y me proclamé allí mismo.
Más tarde, escuchando al viento,
obrero dilecto del demonio
sus fauces arcanas resoplaron
volaron tejas y lamentos,
y abismado ante el desastre,
púseme a pensar, convencido
que, a menudo, la poesía no era poesía,
sino un inventario desolado de la vida.
Veranos más tarde, bajo un encino,
mil anatemas se dibujaron en mi mente,
vagos presentimientos, vulgares estigmas,
la vida siembra tantas cosas en nuestra cabeza,
bajo aquel árbol, crecieron mis sombras,
existencia herida sin una llaga, besos de fogueo,
los pájaros se acunaban en el encino,
potestad de los cielos, me dije y lancé un grito
aquel universo se deshizo en carnaval de hojas.
Hoy, sólo es hoy, sin distinción alguna,
acuno ilusiones en mi regazo
bebo del vaso ecuménico del alba,
cierro los párpados a las estrellas, beso,
me alimento de palomas mensajeras,
vivo y administro mis ensueños,
y me solazo con poesía, más que la escribo
que volcarla en palabras, ya es un milagro...
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