PARA ELISA
CUENTO-FANTASÍA
POR: Jorge Duran
Todos los días viajo en el subterráneo de la línea C (Constitución – Retiro) en la ciudad de Buenos Aires.
En algunas oportunidades encuentro a personas que ya las he visto anteriormente.
A este hombre que ahora no dejo de mirar creo haberlo visto con anterioridad. Pero no en el subte, de esto estoy segura.
Cabello blanco no muy abundante arriba, pero si largo atrás y se toma la colita con un elástico dorado. Alto, delgado, las manos muy blancas, pulcras, los dedos largos. Lleva un anillo con una piedra negra. Su rostro realmente habla. No es una persona común que pase desapercibida.
Sobretodo gris, camisa blanca y corbata negra.
No, este hombre no es una persona cualquiera…
En uno de los bolsillos del sobretodo lleva algo así como hojas pentagramadas mezcladas con piezas de música.
Hoy hubo mucho trabajo en la oficina. Estuve muy ocupada y me olvidé totalmente del hombre del subterráneo.
Ahora que estoy en mi departamento, tranquila, serena, me vuelvo a acordar del hombre, tanto que no puedo leer el libro que empecé hace unos días.
Hace ya un par de semanas que no lo he vuelto a ver.
No se porqué causa quedé tan preocupada por esa persona…
Pasaron varias semanas y esta tarde lo he visto desde el taxi que me lleva.
Hago detener el coche y bajo raudamente.
Por más que busco y busco por las calles alrededor de donde lo vi no puedo encontrarlo. Es por San Telmo.
Entro a un café y me recrimino a mi misma esta circunstancia tan absurda que me ocurre. Me prometo sacarme esta idea de la cabeza.
-¡Que me importa quien es!
-¿Me importa acaso?
-¡No, no, para nada!..
Esta última semana también he tenido mucho trabajo.
Después de ocho días de no haberme acordado del hombre hoy mientras que caminaba por San Telmo creí escuchar su voz. Si, creo haber escuchado sus voz.
-¿Pero acaso lo he sentido hablar anteriormente?
-¿Acaso conozco su voz?
Volví a la casa donde creí escuchar la voz.
Casita pequeña. Una puerta muy alta con vidrios biselados y dos ventanas a los costados con cortinas blancas pesadas.
Alguien tocaba el piano. Mejor dicho alguien ejecutaba torpemente “Para Elisa”.
-Estoy segura que alguien habló. -Pero si seguía parada ahí tendría problemas. -Opté por retirarme.
Cuando llegué a la casa de mi amiga pensé en contarle el caso pero se me fue de la mente. me sentí contenta por eso, tomamos el té y hablamos cosas banales.
Han pasado algunos días y no me he acordado del hombre hasta hoy.
Caminaba por Recoleta y vi de atrás un hombre de sobretodo gris con papeles en el bolsillo. Lo seguí hasta pasarlo y al darme vuelta para cerciorarme de su aspecto noté que no era el.
-¡Así no puedo seguir! -me dije. -¡Así no puedo seguir!..
Días después caminaba por la vereda aquella de San Telmo y al pasar por la casita pequeña escuché la voz. Alguien tocaba “Para Elisa” torpemente.
Si, escuché perfectamente cuando dijo: -Mi bemol, mi bemol, corrigiendo al alumno torpe.
Corrí a la casa de mi amiga y le conté todo de un tirón.
Fuimos hasta la casa donde escuché la voz y le preguntamos a la señora que nos atendió acerca del profesor de música.
-Si, -nos dijo. -Mi hijo que hoy tiene treinta años y es pianista fue su alumno, pero el profesor ya murió hace muchos años. -Se llamaba Germán.
Trajo entonces una foto del hombre. Ahí estaba: De pie al lado del piano vertical. La camisa blanca, la corbata negra, el sobretodo gris con las partituras en uno de los bolsillos. Una mano sobre el hombre del niño mostraba el anillo con la piedra negra.
Claro, su rostro era más joven…
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