Por ahora, sólo digo que desde el momento en que lo presencié, no ha dejado de impactarme. Sin embargo, pienso que fue digno de admirar, y que aún lo sigue siendo a pesar de las circunstancias. Sé que se trató de algo somatizado en un suicido metafórico: la supresión de la mismidad. La tinta que penetra en la tenaz conciencia de la miseria propia y, si acaso un tanto, de la ajena.

No supe cuánta sensualidad pudo haber en media botella de aguardiente; o cuán lúcido fuera su sosegante líquido: cuán oscuros y delirantes las verdades que siempre hallé en su fondo.

Una mañana mis ojos se abrieron expectantes y se posaron en la herida que sabían que tendría. Era un corte medio escaleno trazado con tristeza y pesadumbre, sin embargo su profundidad y la rectitud de los bordes del tejido indicaban una exactitud decidida, una fuerza cargada de odio y desengaño. En la presión de la navaja estaba apoyada alguna verdad a sabiendas o algún último esfuerzo por redimir la suciedad. Ese día me levanté y supe de inmediato que había perdido mi condición de Mujer. Fue extraño, mi cuerpo era el mismo, era el cuerpo de una mujer, así como siempre lo ha sido… Eso me susurró mi reflejo en el espejo cuando me desnudé ante sus ojos, pero yo le respondí que estaba errado, algo en mí se estaba alejando hace ya tiempo y yo había dejado de ser yo para convertirme en algo que no era, pero que había comenzado, repentino, a ser. La imagen del otro lado era un cuerpo inerte, sucio y lacerado, fétido incluso; uno desmerecedor del más puro afecto, indigno de cualquier amor.

Cerré los ojos, di un paso al frente y pasé mi mano todavía temblorosa por mi rostro lloroso. Tenía la mandíbula aún medio dormida y me sentía levitar por sobre el helado piso de baldosa. La llaga me hacía muecas desde abajo, a partir de su aspecto pútrido parecía reprocharme mi patetismo lacrimoso; del lado izquierdo central iniciaba su recorrido hacia abajo en diagonal hacia la izquierda hasta algo debajo de la pelvis desgarrando a su vez parte del muslo externo; esto, claro, en un intento desesperanzado por abrir la arteria iliaca externa. En el muslo superior interno, a su vez, había buscado la arteria femoral. Ya apenas sangraba y parecía no doler.

Ya no era mujer porque la mujer que era se había prostituido, promiscuido, destruido, atribuido un papel que no le pertenecía y que sin embargo, efectivamente, le pertenecía. Supongo que era eso o morirme de tristeza; luego opté por lo segundo. Ya lo primero no estaba. O mentira. Aún estaba: continuaba sumergido en el recuerdo… en el deseo.

Cerré los ojos de nuevo. La oscuridad me daba vueltas y sentí mi cuerpo balancearse en un vaivén cadencioso y somnoliento como queriendo de pronto bailar al son de alguna música inexistente. Los labios y las manos me temblaron frenéticamente; sentí frío, tanto como si me encontrase afuera ante la mirada inclemente de la luna. El repugnante púrpura verdoso de la llaga me miró de nuevo y la sentí absorber el frío, reclamarme casi con lástima aquel intento fallido, advertirme sobre mi ignorancia y mi debilidad. Pero eso yo ya lo sabía por lo que preferí no prestarle atención.