¿Qué pasa necesidad maldita? ¿Por qué me miras con esos ojos? ¿No te basta haberte burlado? ¿No te basta haberme sometido? ¿No te basta perra? ¿No te basta conocer cuánto nos parecemos? No me mires de esa manera desgraciada prostituida, que por tu culpa me encuentro devastada. Me hiciste envejecer y ahora estoy pasada y triste. Mis dioses se han caído, sólo medio litro de aguardiente me acompaña mientras me veo sentada en este diván observando afuera el atardecer neoyorquino. Tú me empujaste hasta aquí puta infeliz, no podía ser otro mi porvenir sino este, ¿verdad? A pesar de mis estudios universitarios, de mis prestigiosas tesis literarias, del dinero de mis padres, ¿verdad?
Los últimos atisbos de luz entraban indecisos por el espacio entre cada hoja de la persiana que cubría la única ventana en la habitación. Acostada al través de uno de los dos sofás hallados en los escasos diez metros cuadrados, Montserrat se servía nuevamente un vaso de vodka.
¡Esta es la noche mi pequeña miserable! Esta es la noche… por vez primera hay un nosotros en mi vida. ¿Cuál vida? ¡Dímelo tú! ¿Cuál vida si me he mantenido confinada en este espacio mis últimos quince años?, ¿cuál vida si tú te la llevaste? Observando destinos ocultos, llenando mi ingenuo espíritu de ideas dementes y marginales me arrebataste mi única juventud. Me arrancaste la vida de las venas drogándome bajo la búsqueda de orgasmos inexistentes. Tú, anciana loca, ¡tú! Entonces respondo, cuál otra puede ser mi vida sino esta, irrenovable, irredimible, insondable. Un nosotros, por vez primera en esta vida de mentiras. Porque no querida, para tu sorpresa a pesar de los tantos que encontraron refugio en mis adentros, no quedó ninguno; de las muchas salidas, de las incontables copas de vino. A pesar de ello, aquel nosotros no fue jamás… hasta ahora, hasta ahora que el cielo nos da el chance de volarnos juntas, ¡como las amantes que siempre hemos sido! Por vez primera hay un nosotros. Por vez última. Podremos querernos pues nadie nos quiso; entonces enredadas bajo la pulcritud de mi vergüenza estaremos tú y yo. Ha transcurrido la distancia por las noches, la he visto atravesar calando los escombros de la mujer que yo antes era. ¡Silencio maldita infame! Deberás callar tu culpa, esa es tu condena.
Finalmente anocheció, Montserrat debió pararse para encender la luz. La diminuta falda le resultó siempre un tanto incómoda y el escote le apretaba casi sensualmente los senos. Despacio estiró los brazos hacia arriba como desperezándose dejando caer las manos sobre la espalda del diván, miró hacia afuera una vez más y suspiró. El vodka se estaba acabando así que tendría que ir a la nevera a sacar otra botella.
Aún quedan cuatro, tienes suerte demonio mío, compraré más mañana en el tiempo que me dan libre… ¡New York my love! Ciudad de inmensidades malditas, de hálitos esclavizados, de perfecto cálculo y total control; la inmortal sanguijuela industrial; somos tuyos, poséenos, viólanos, somete nuestro intelecto cansado en tu empresa. Me viste obligada a caer a tus pies, ¿no fue así? No tuviste piedad cuando me viste en el suelo, jungla endemoniada…
Un fuerte estruendo interrumpió a Montserrat en su monólogo; parecía como si alguien estuviera lanzando con furia platos contra el suelo. Con frecuencia, la joven tenía que soportar escándalos de dicha calaña, sobre todo cuando al llegar, ‘La Guadaña’ encontraba algún tipo de desorden. Entonces se hizo un silencio; pasos varoniles se acercaron sigilosos a la puerta del cuarto de Montserrat y alguien tocó a la puerta. La joven se hizo presa del pánico, por un momento se sintió desmayar en el sofá y casi deja caer su vaso de vodka. Pero, de un sobresalto, se incorporó de nuevo; dejó bruscamente el vaso sobre la mesa quedándose un instante quieta y prosiguió a darse cachetadas ella misma, se agarraba violentamente los cabellos y se golpeaba las rodillas con los puños cerrados; una creciente furia se apoderaba de sus brazos y de sus manos mientras, desesperada y llorosa, gritaba: ¡Detente! ¡Detente!
Pasaron unos minutos y Montserrat volvió a recuperar su juicio. Lentamente, comprendió que había estado bebiendo y que las muchachas y ‘La Guadaña’ estaban afuera.
Tú, necesidad mía, ¡tú! prostituta de segunda, vieja ruin y desgraciada. Tú fuiste quien nunca me abandonó. ¿Sabes?, desearía irme y desvanecerme lejos donde nadie me diga cómo respirar para que no duela tanto; largarme de este cuarto sucio, donde mi espíritu lo único que logra es lamentarse de su vileza. ¡Cuánta belleza, dime tú! ¡Cuánta belleza puede haber en tanta desdicha! No lo sé necesidad mía, que lo único que importa aquí es permanecer aquí, aferrarse el amor a esta subsistencia para no morir jamás. Ya no interesa lo que pasó en Colombia, ya no interesa cómo me vi arrastrada hasta la jungla; los extranjeros continuarán viniendo, se continuarán sumergiendo en mis entrañas y tú y yo nos mantendremos… borrachas y dolidas, hasta el abismo desfondado de nuestros amores perdidos, hermetizadas en mi silencio.
Tocaron una vez más a la puerta. Una voz gruesa y sensual se pronunció del otro lado:
- ¡Montserrat! Abre la puerta niña hermosa que es tu turno. |