Los puntos fosforescentes del reloj indicaban que apenas pasaban de las cuatro de la mañana.
Pancho despertó y de inmediato se dio cuenta de que estaba solo en la cama. Se desperezó y guardó silencio tratando de distinguir algún sonido en la oscuridad. Al no oír nada, se inclinó sobre la cama y encendió la luz de la lámpara de velador. Lo primero que vio fue la foto de Francisca, rodeada de ese horrible marco de alpaca que a ella tanto le gustó en aquel viaje a la playa tres años antes.
Se sentó en la cama, miró la ropa de ella tirada en el suelo. Se levantó y fue al living comedor. No había nadie y todas las luces estaban apagadas. Comprobó que la puerta estaba cerrada con llave y que las mismas estaban junto al teléfono. Tomó el aparato y marcó un número que sabía de memoria. Luego de un rato largo una somnolienta voz contestó.
-Alo...
-Hola, Aníbal, soy Pancho.
-¿Pancho? ¿Qué hora...? son las cuatro de la mañana
-Lo sé, disculpa.
-¿Qué pasa?-. Preguntó Aníbal, un poco más despierto.
-Francisca no está-. Dijo Pancho, desesperado, sin dejar de mirar alrededor, esperando que de algún rincón escondido apareciera ella.
Al otro lado del teléfono, Aníbal se quedó en silencio un largo momento hasta que al fin dijo:
-Bueno, primero que nada, cálmate. Seguramente salió por ahí.
-¿A las cuatro de la mañana?
-Quizás fue a una farmacia-. Dijo Aníbal.
-Eso es...
-Mira, no sacas nada con alterarte-. La voz de Aníbal trataba de ser conciliadora pero no pudo evitar que un bostezo escapara entre las palabras.
-¿No entiendes, Aníbal?-. Dijo Pancho, más desesperado aún-. Son las cuatro de la mañana y no sé donde está Francisca. ¿Y si le pasó algo?
-Eso no lo sabes-. Dijo Aníbal.
-Tampoco sé dónde está-. Alegó Pancho, comenzando a llorar.
Aníbal se quedó en silencio, escuchando y dejando que su amigo se desahogara.
-Es que no sé que haría sin ella-. Dijo Pancho, entre sollozo y sollozo-. Ella es todo para mí ¿Entiendes? No valgo nada sin ella... me siento incompleto...
-Te entiendo-. Dijo Aníbal.
-Somos como uno solo... complementarios... la amo... no soy nadie sin ella...
-Calma, amigo-. Dijo Aníbal-. No sacas nada con pensar en eso... ¿sabes? Anda a tomar un baño bien caliente y trata de relajarte... si no ha llegado aún te acuestas y tratas de dormir...
-¿Dormir? ¿Cómo crees que podría dormir sin saber dónde está ella?
-Nada pierdes con intentarlo.
Pancho cerró los ojos y aspiró profundamente.
-Creo que tienes razón-. Dijo-. No saco nada con ponerme histérico.
Aníbal se quedo callado.
-Oye-. Agregó Pancho-. Disculpa por llamarte a esta hora.
-No te preocupes-. Dijo Aníbal, más tranquilo-. Para eso están los amigos.
-Te dejo seguir durmiendo-. Dijo Pancho-. Ah, y salúdame a Laura.
-De tu parte, cuídate, y calma.
Pancho cortó el teléfono y fue al baño. Encendió el calefón y se metió en la ducha. Media hora después, se estaba acostando de nuevo y volvía a dormir.
A las seis de la mañana sonó el despertador.
Francisca despertó y de inmediato se dio cuenta de que estaba sola en la cama. Se desperezó y guardó silencio tratando de distinguir algún sonido en la oscuridad. Al no oír nada, se inclinó sobre la cama y encendió la luz de la lámpara de velador. Lo primero que vio fue la foto de Pancho, rodeada de ese horrible marco de alpaca que a él tanto le gustó en aquel viaje a la playa tres años antes.
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