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¡Qué monótono se ve todo desde este ángulo! ¿Cuánto tiempo habré pasado acostada en mi vida? ….Ahora son horas, días, semanas. He perdido la noción del tiempo. Tiempo: ¡que bien suena! Es una palabra con movimiento. ¿Será que se ha acabado el mío qué he perdido hasta su noción?
- Mamá, me apretó la mano…
- Imposible!!! – dijo la enfermera que entraba con la rapidez de la costumbre y el
apuro del insensible – No tiene función cerebral, por lo tanto no hay movimiento. ¡Dura la vieja! El corazón le late más fuerte que el mío.- Diciendo esto a la vez que que controlaba el suero y acomodaba las sábanas, con el mismo apuro que entró, salió.
-Créeme Mamá, me apretó la mano.
Sí, créele. Todavía no estoy muerta, lo parezco, pero aún estoy viva. Me gustó eso de “dura la vieja”, claro que soy dura. Tan dura como la vida que me tocó en suerte. En este tiempo de quietud me acuerdo de todo, incluso de aquello que me había impuesto olvidar.
¡Pucha qué era fiero ser pobre! Y peor aún siendo hija del viento… el destino se empeñaba conmigo obligándome a repetir lo que había vivido mi madre.
Quiero contártelo m’hija… quiero que lo sepas, porque a esta altura y en estas circunstancias no me avergüenza, no puedo renegar de mi vida.
Era pobre, muy pobre. Sé que no es justificación, pero cuando nada se tiene m’hija pareciera que todo vale porque no tenés qué perder. ¿Hay algo peor que el hambre? Los que nunca lo pasaron no pueden entender… era fiero m`hija, ten fiero como para meter cualquier cosa al estómago. Pero cuando tuve unos doce o trece años comencé a descubrir que los hombres me miraban, me gustaba, de pronto era importante… ¡pobre tonta! Duele reconocerlo m’hija, pero era una pobre tonta, creía que me amaban… porque de algo pueden estar seguros mis hijos: amé a cada uno de sus padres.
Era muy niña cuando quedé embarazada por primera vez, el abandono y la soledad compensados por la certeza de que ese niño solo me necesitaba a mí, me dieron fuerzas para seguir.
Pero era una cabeza loca, como decían en el pueblo, no podía negarme al amor ¡tan joven! La vida me florecía por los poros… no podía ni debía velar la primavera. Nueva-
mente embarazada. Tu papá. Creí que era lo mejor, si yo era una cabeza loca, todos me lo repetían… ahora sé: “nada es motivo par dar un hijo”, pero me habían prometido que podría verlo, que sabría que yo era su madre, que le darían todo lo que conmigo nunca tendría… ¡pobrecito m’hijo! Está bien que no pase a verme, yo no tengo derechos, los perdí cuando lo dí y los volvía a perder cuando se enteró por algún comedido que yo era su madre: “la cabeza loca, su madre”… ¡pobrecito m’hijo! ¿Qué le puedo pedir?
¡Ah m’hija! Cuando conocí a tu madre… me puse de inmediato a su disposición. Ha sido mi hija desde entonces, estuve cada vez que me necesitó. Y ustedes… mis nietos queridos, tenía que brindarles todo ese amor que quedó postergado al dar a tu papá. Hija querida, cuánto dolor para aprender que los hijos no se dan…
En aquella época me impuse no mirar atrás. Había que seguir. Seguir. Trabajé de cualquier cosa, cada hijo que nacía se transformaba en la esperanza de una vida mejor, no tenían padre, pero me tenían a mí que podía ser tan hombre como los hombres a la hora de trabajar.
Recta era. Pero valió la pena. Los vi luchar, convertirse en personas de bien. Costó horrores, costó llanto, costó muerte… Hija, no hay peor cosa que la muerte de un hijo. Cuando murió la mayor tuve que tragarme el dolor, levantar la cabeza y recibir la recién nacida en mis brazos. No había tiempo para llorar, no había lugar para tirarse… en cambio, cuando se fue mi benjamín, mi regalón, el más lindo, pensé en morirme con él, tenía la sensación de caer en un pozo infinito y no querer hacer nada para salir de allí. ¿Por qué? ¿Por qué?
Cuánto duró la locura, no lo sé. Si sé que de a poco fui asomando la cabeza: una mujer como yo no puede estar caída mucho tiempo. Los sufrimientos me fortalecen, me exaspe-
ran, me obligan a continuar luchando.
¡Qué vida!, aquí y ahora, entubada y más cerca del arpa que nunca, ya no me avergüenzo, cualquier pecado lo he pagado en vida… Sin embargo cómo me empeciné por tanto tiempo en borrar mi pasado, trabajé con esmero para formarme la imagen de “señora”, de buena cristiana, de abuela abnegada, negando lo que sea que viniese del ayer. Aquí y ahora, entubada y más cerca del arpa que nunca… ¡Me gané el título de “señora”! Y que paradoja, comprendí que ustedes me valoran y respetan aún más conociendo lo que fui.
La fiesta de mis ochenta años fue la confirmación de cuánto me amaban: me sentía una reina. En ese momento pensé: “me puedo morir tranquila”, hoy que estoy muriendo… quiero seguir a su lado, no puedo irme ahora que todo está en su lugar…
-¡Mamá… tiene lágrimas en los ojos!
- Voy a llamar a todos, es hora de que entren.
Murió. Escuché decir. Me lloran, pero están aliviados, me velaron durante dos meses. Es suficiente… me voy.








Texto agregado el 28-04-2004, y leído por 191 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-02-2007 Expresaste lo que siempre supuse que paso por la mente de mi vieja, en sus ultimos momentos lucidos, gracias por hacerlo asi, desde su perspectiva, con el amor que en su momento no terminamos de comprender por la juventud nuestra crazyjack
28-04-2004 Me sentí parte de tu vida, espero no te moleste..... Gracias por darme ese trozo de amor a la vida que sólo tienen aquellas personas que han vivido más... goliat
 
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