Los humanos, aparte de ser animales bestiales, que muchas veces creamos espectaculares cachibaches para destruir, somos los únicos que tenemos una capacidad de raciocinio suficiente como para recurrir a la absurda idea de la venganza.
La venganza es como un veneno, frío y oscuro; lo aplicamos a otros, pero acaba atragantándonos a nosotros mismos con frecuencia. Y esa venganza normalmente, es aplicada a los héroes. No aquellos que llevan mallas ajustadas y que tienen “superpoderes”. Sino aquellos que por innumerables razones, exponencial fuerza de voluntad y andanzas frente a la fatiga de la estrepitosa vida, merecen serlo.
Esos héroes danzan por desiertos de sangre, por montañas de escombros férreos y por vías de metro abandonadas.
Los héroes viven bajo tierra, sobre ella y en el ecuador de la misma, andando, buscando un sentido.
Héroes son mujeres amoratadas, niños que chillan, personas cuyas piernas se convirtieron el ruedas...
Héroe, o heroína, como mujer que soy, es todo aquel que es capaz de caminar, sabiendo cuando va a tropezar, y preparándose para dicho tropiezo.