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Eran otros tiempos en donde la calle Ahumada desemboca en la Plaza de Armas de Santiago, y ahí en frente en una esquina ruidosa y llena del gentío citadino de las 12 del día, una figura larga y delgada, solamente, vestido con un pantalón y una camisa pobre pero bien lavada; decía mientras saltaba en un pie y en el otro al compás de sus palabras: gloria al Magnífico, gloria al Poderoso, gloria al dueño del Universo, y seguía hora tras hora.

Mis amigos y yo lo observábamos, esa fría mañana y nos preguntábamos cual era el motivo de su extraña campaña. No era un muchacho, le calculábamos unos 45 años; muy delgado y por el frío que hacía andaba escaso de ropas.

Uno de los presentes que estaban en esa esquina dijo: ¿Y porqué no se lo preguntamos a él mismo? Quizás nos pueda dar la respuesta a esa interrogante.

En un momento, en que se detuvo para tomar unos sorbos de agua, cruzamos la esquina y nos dirigimos hacia él, diciéndole: ¿Aceptaría un desayuno con nosotros en este momento? Nos respondió con una voz mas bien ronca en donde se notaba la exigencia que le hacía a sus cuerdas vocales: Gracias señores, ya tome mi desayuno muy temprano esta mañana. Nos dimos cuenta de su buena dicción y estudiada respuesta, no se trataba de un ignorante.

Le dijimos entonces: ¿Podría decirnos a que se deben sus palabras y el hecho de decirlas en público?
Esta fue su respuesta: Es una manda, como dicen ustedes. Es un compromiso que tengo con Él. Nos miramos y ya dando por terminada nuestra conversación, estábamos por retirarnos, cuando nos dijo: ¿Qué harían ustedes si por circunstancias de la vida y no quiero decir destino, pierden esposa e hijos, más la casa en un “accidente”? Y continuó: Seguro que maldecirían a Dios y nunca se echarían la culpa encima de ustedes. Y comenzando con su trotecito gritó más fuerte que nunca: gloria al Poderoso, gloria al Cristo, gloria al Magnífico.

Un tiempo después en cuatro esquinas de la calle Huérfanos, habían más trotadores gritando a voz en cuello: gloria al Poderoso, gloria a Dios”.

Hoy he vuelto al centro de Santiago, a esa transitada calle Huérfanos que en edificaciones esta igual, pero hay algo que falta. Ya no esta el trotador ni sus acompañantes, muy por el contrario, pululan rateros, carteristas, vendedores de drogas, en medio del gentío que presuroso pasa por esa calle, pensando en que momento le arrebatan su dinero y paquetes con compras.

Sería bueno que apareciera un trotador que diera esperanzas a la vida que llevamos en la actualidad.

Nómade

Texto agregado el 11-08-2008, y leído por 270 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
11-11-2008 Que hermosa historia, sin duda alguna, nos lleva a la reflexion. Mis 5 Maresa
23-10-2008 valla que hace falta***** guero
23-08-2008 Falta el trotador, los vendedores de libros, faltan los artístas en general...sobra la basura.5***** magaoliveira
22-08-2008 Ilustrativa historia nos has contado. ¡Qué bien, Nomade! Muchas gracias por traernos estas líneas que nos hacen meditar y reflexionar. Te felicito y te doy un abrazo. Sofiama
20-08-2008 Que cierto es lo que dices,lo sé no porque lo haya visto,pues he visto en la TV,que andan muchos robando.De verdad yo cuando he ido,no se reconocer a los que venden drogas ni los que pueden carterear,eso me ha hecho tener temor. Antes solía recorres esas calles y vitrinear,me encantaba. Siempre tú con tus textos que impresionan. Me parece ver a ese hombre que mencionas,ojalá pueda hacerlo algún día. Van mis estrellas Besitos Victoria******* 6236013
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