Caminaba, pasos lentos pero seguros.
Las hojas de los arboles caían suavemente y se deslizaban de tal forma, que mis ojos se desviaban para observar cada uno de sus movimientos y así mis pensamientos se dejaban atrapar por su gracia.
Al llegar allí, donde sentía que era mi sitio en el mundo, alguien había usurpado mi tan preciado rinconcito, alguien que jamás había visto.
Era un hombre, vestido con ropas cuyos colores parecían opacados por el sol, como si hubiera estado mucho tiempo allí. Recostado sobre el banco de la plaza, se veía muy a gusto ahí, tenía una sonrisa enorme, parecía la persona mas feliz, tenía los ojos entreabiertos y dejaba entran en ellos un pequeño rayo de sol que lo iluminaba completamente.
Por un momento me perdí en él, admito que me fundí tan completa en él, que comencé a sentir que la alegría que lo inundaba era parte de mi, lo sentí tan profundamente que no pude decir una palabra, era el momento más perfecto, todo parecía tener sentido, todo estaba en donde debía.
Al principio sentí algo de furia, hasta pensé en decirle algo al respecto de mi lugar, pero luego me vi casi lista para decirle lo bien que me hacia sentir lo que él radiaba tan naturalmente. Sin embargo quedé muda, solo mirando...
Después de unos segundos él notó mi presencia, lo supe porque sus ojos se empezaron a abrir lentamente, de pronto me vio observándolo.
Me miró tan fijamente que me sentí desnuda, sus ojos se conectaban con los míos, así nos quedamos una fracción de segundos. Yo intacta, él desafiante.
Solo dijo unas pocas palabras y fueron suficientes.
_Sabía que vendrías, te estaba esperando. |