LEYENDAS DE LOS SHYRIS
Estas son las historia de un Reino, que se ubicaba en la mitad del mundo donde la magia no era la excepción si no la norma, cualquier leyenda que oíste contar a tus abuelos, ten la seguridad de que aquí fue real, esta es la historia de cómo ese Reino que fue separado de este mundo que tu y yo conocemos, volvió a entrar en contacto con él.
Mil y un leyendas nacieron en el Ecuador, el lugar donde aún son reales esta a punto de ser descubierto
Leyenda 1
El Huérfano, Umiña Y Los Tres Cerros
Capitulo I
Una visión inesperada
Esta es una historia que sucedió en Ecuador en los años de la dictadura militar, cuando en medio del caos nadie se interesaba en un pueblo como Santo Domingo y menos en un pequeño huérfano que vivía allí. Por aquellos en Valle Feliz, el orfanato local, las amables monjas y los niños del orfanato, celebraban un onomástico, la verdad era que al ser todos huérfanos festejaban sus cumpleaños el día en que habían sido encontrados. En esta ocasión eran los diez años de Miguel, uno de los tres niños de más edad en el hogar.
Aquel día Miguel recibió de la Madre Superiora, un extraño collar de oro con tribales figuras labradas, y de él pendía una pequeña esmeralda ovalada, no más grande que una canica pequeña. La dulce monja aseguró al niño que aquel objeto: colgaba alrededor de su cuello cuando fue encontrado en la puerta de Valle Feliz años atrás y muy posiblemente perteneció a su madre. El niño se sintió feliz y excitado y la emoción del momento no le hizo prestar atención a la especie de electricidad que recorría su cuerpo en el instante en que la madre superiora colocaba la cadena sobre su mano derecha. Tras observarla un momento sonrió, con ayuda de la monja la colgó de su cuello y salió del recinto con sus claros ojos, brillantes de alegría.
Todas las noches la hermana Inés recorría las habitaciones de los niños asegurándose de que todos se encontraran en sus camas, ese día no fue la excepción y tras dar las buenas noches apagó la luz y cerró la puerta dejando la habitación a oscuras. Todos los niños yacían dormidos, excepto Miguel, quien aún seguía emocionado por su regalo. La pequeña cama del niño se encontraba justo frente a una pequeña ventana por la cual se observaba el oscuro y nublado cielo Santo-domigueño, el cual era fijamente observado por Miguel, esto era algo que él usualmente hacía todas las noche antes de dormir, sin embrago desde que recibió aquel collar, se había sentido algo extraño, como que algo oprimiera su pecho, sin embargo lo más extraño sucedió tras varios segundos de mirar aquel cielo brumoso, de repente todas las nubes que cubrían el cielo se empezaban a disipar permitiendo que unos cuantos rayos de luna entren a través de la ventana e iluminen la habitación directamente sobre la cama de Miguel.
El muchacho que empezó a observar la luna por la ventana sintió algo en su corazón, un impulso que lo hizo ponerse en pie, despacio se dirigió a la ventana para poder observar de mejor forma la luna que había tenido una especie de efecto hipnótico en el niño. Al acercarse a la ventana tenía la impresión de que la luna se iba haciendo más y más grande, cosa que empezó a extrañar a Miguel. Cuando se detuvo a no más de cinco centímetros de la ventana miró la luna que multiplicaba su tamaño y se posaba en el firmamento claro y despejado sobre el Bomboli, el cerro en cuyas faldas se encontraba el orfanato de Valle Feliz.
¡Wau!, ¿Qué es esto? Se pregunto para sí.
Despertaré a los muchachos Por referirse a sus amigos, pero al Miguel darse la vuelta para levantar a los otros niños, se percató que no estaba más en la habitación, todo era un espacio oscuro, ni siquiera la ventana que había estado a solo cinco centímetros de él se encontraba ahí, por un momento empezó a temer, cuando lo que aconteció no dio tiempo a sus temores de crecer. Él miró a su alrededor tratando de buscar algo de la habitación, pero no pudo ver nada más que una masa negra que pensó era muy similar a la silueta del Bomboli y la gran luna sobre este, cuando de repente una suave brisa que empezó a soplar desde la ladera sur de lo que parecía ser el cerro, acarició suavemente al niño, pero lo que más lo extraño fue que esa brisa hizo que el dije de su cadena se elevara en dirección a la luna.
Tras un momento la pequeña esmeralda se soltó y empezó a brillar, cada vez más y más hasta que todo lo que antes había sido oscuridad, se inundaba por una intensa luz de color verdoso y la brisa que había empezado como suaves caricias, se había transformado en un enérgico viento que se increpaba conforme lo hacía una dulce melodía que ahora inundaba el ambiente, como el suave murmullo de la lluvia, o la corriente de un río, que paulatinamente se convertía en un sonido estruendoso pero igual de armonioso que una bella sinfonía, compuesto principalmente de sonidos de quenas, tambores y ocarinas.
Miguel miraba estupefacto lo que acontecía a su alrededor en ese momento la esmeralda se había situado frente al muchacho a unos cincuenta centímetros del suelo, y el viento empezaba a arremolinarse alrededor de la esmeralda y de la luz intensa proveniente de esta piedra empezó a materializarse una figura femenina de hermosísima apariencia, de inmensamente largos cabellos negros que danzaban en el viento que se batía a su alrededor, su cuerpo estaba cubierto por una vestimenta finamente confeccionada de colores dorados y ocres, que resaltaban la bronceada tez de tan bella figura. En el clímax de la situación la figura se encontraba ya materializada por completo y suspendida en el aire, en este punto la música era de los más espectacular y estridente, pero se detuvo en el mismo instante en que la extraña aparición extendió sus brazos horizontalmente de forma violenta a manera de orden para que todo aquel barbullo de viento y música cesaran y así fue para asombro de Miguel, aquella noche de luna llena.
El niño miró la aparición de pies a cabeza mientras decía en su mente
Esto debe de ser algún tipo de sueño, la verdad no creo que esto sea real.
Soy más real de lo que te imaginas Exclamó la mujer con la voz más angelical que se pudiera uno imaginar (si has oído al coro de las monjitas del claustro de Quito te podrías hacer una idea de la voz de aquella mujer). Al oír esto Miguel quedó perplejo y exclamó:
¿Cómo es posible que sepas lo que he pensado?
La verdad es que en tu mundo muy pocas cosas están ocultas para nosotras, pero por favor no tengas miedo no es mi intención causarte daño alguno Profirió la misteriosa mujer.
¡No! si no tengo miedo Exclamó Miguel La verdad es que más que miedo tengo curiosidad de saber que eres y que es lo que quieres Acotó el muchacho.
Me parece grandioso, la curiosidad siempre es don de los grandes, y a simple vista se ve que tienes el gran corazón de tu madre Replicó la bella mujer.
Y la verdad así era, el muchacho era muy curioso, soñador y con un corazón sediento de cosas nuevas e interesantes, a su corta edad había leído muchos libros de aventuras y de historia porque estos eran sus favoritos. Como disfrutaba de la lectura en sus ratos libres pasaba en la gran biblioteca del albergue devorando cuanto libro encontraba, así también Miguel vivía siempre a la expectativa de que algún día algo parecido a las historias de los libros le pasara a él. Sin embargo él no sabía la aventura que le tocaría vivir.
¡¡¡Mi madre!!! ¿Acaso tú conoces a mi madre? Exclamó el muchacho emocionado a la vez que perplejo.
Claro que la conocí, pero no te voy a hablar de ella en este momento estoy aquí para hablar de ti no de tu madre, nosotras solo hablamos de una persona a la vez Dijo la mujer con su suave voz.
Pero
yo
Repuso Miguel cuando fue interrumpido por la mujer quien con un tono más severo habló esta vez diciendo
¡No!, no muchacho no hay tiempo que perder, estoy aquí para solicitar tu ayuda y encomendarte una misión, el tiempo está en contra nuestra, todo un Reino depende de ti, escucha bien lo que os voy a decir: al tercer día de luna llena un cóndor tocará a tu ventana tres veces, deberás abrirla y subir a sus espaldas, él sabrá llevarte a un lugar que conoces pero desconoces, una vez ahí deberás llegar al bosque de piedra y buscar al ermitaño que habita en el corazón mismo de ese extraño bosque, pero aunque sé que parece algo sencillo de hacer, créeme que no lo es Miguel, cuando llegues al Reino dónde vas no podrás decir que vienes de este lugar, ni mucho menos podrás dejar que ser alguno vea el collar que esta tarde pusieron en tus manos, lo guardarás como un gran tesoro y recuerda nadie deberá verlo excepto el ermitaño que habita en los confines australes del Reino, una vez ahí el te dirá la segunda parte de tu misión
algo más, mañana en la mañana asegurándote que nadie te sigua subirás al cerro que puedes ver por tu ventana, cerca de la cima pasa un arrollo síguelo en todo su curso, volverás a bajar pero esta vez con dirección oeste, llegarás hasta el gran árbol de las flores amarillas que siempre has contemplado por tu ventana, a sus pies encontrarás una piedra de gran tamaño apoyada en el suelo, la distinguirás porque tendrá un símbolo tallado en su superficie. Deberás moverla y con sumo cuidado tomarás la bolsa de cuero que está ahí dentro de una vasija de barro enterrada en el suelo bajo la piedra, no deberás abrirla hasta que el cóndor haya llegado al lugar donde debes ir, no sea que quieras buscar tu propia destrucción y la del Reino, solo cuando llegues ahí la abrirás y colocarás bajo tu propia ropa un pectoral que se guarda en aquella bolsa, este pectoral es mágico y te ayudará a entender el idioma que habla la gente en el Reino a donde te dirigirás y de igual forma ellos te podrán entender a ti. Ahora bien muchacho al marcharme quedarás en profundo sueño hasta que llegue el alba, recuerda muy bien todo lo que te he dicho y mucha suerte en tu misión.
Así de forma tan repentina como había cesado el viento volvió a increparse esta vez a manera de remolino alrededor de la mujer, su cabello ahora se alzaba y movía con el viento, la música había reaparecido, sin embargo la luz empezaba a consumirse en torno de la extraña figura femenina, esta vez al cabo de varios segundos todo se tornó una pequeña chispa de color verde que de un solo centelleo desapareció dejando la habitación en total oscuridad pues ya estaba tan entrada la noche que el cielo se había vuelto a cubrir de oscuras nubes que ocultaban las estrellas y la luna. Mientras el chico yacía profundamente dormido en la cama.
A la mañana siguiente Miguel despertó con la sensación de haber tenido el sueño más extraño de su vida y como todas las mañanas el niño al igual que sus amiguitos hicieron sus camas y se dirigieron a los comedores prestos a desayunar temprano y aprovechar todo el sábado entre juegos y deportes, pues hoy no tenían que ir a la escuela, solo relajarse y disfrutar era su tarea aquel día. Pasada la hora del desayuno todos se encontraban en el gran jardín del albergue, correteando en el verde césped con flores y árboles alrededor, también había canchas para practicar fútbol y de hecho ahí estaban la mayoría de niños, mientras las niñas se encontraban cerca de un pequeño estanque jugando a las muñecas unas y al elástico otras. Miguel a pesar de fascinarle como a casi todos los niños el fútbol, no estaba participando si no que se encontraba sentado sobre el césped aun confundido por lo vivido hace unas pocas horas.
Ven Miguelito, ven a tapar, que estamos perdiendo Dijo Enrique uno de los amigos de Miguel A lo que este respondió
No, estoy algo cansado, más tarde tal vez, vayan a seguir jugando Enrique al oír esto sintió algo diferente en su amigo pues sabía que Miguel nunca rechazaría una invitación a jugar pelota, pero a la negación de su amigo regresó a la cancha, solo que con la impresión de que algo estaba sucediendo, al cabo de varios minutos se percató desde el otro extremo que Miguel se había puesto de pie y se dirigía a la parte trasera de las casas, donde había una cerca tras la cual empezaba un bosque oscuro, a las faldas del cerro Bomboli, justo en ese momento alguien metió un gol al equipo de Enrique y el juego acabó con un empate de dos. Aun algo inquieto por la actitud de su amigo el niño fue en busca de Elisa, otra buena amiga de ambos muchachos ya que Miguel, Enrique y Elisa tenían entre los 9 y 11 años y de todos los niños eran los que más tiempo habían estado en Valle Feliz y por esto se consideraban a sí mismos como familia, más que amigos.
Elisa, acompáñame un momento, pero rápido Dijo Enrique a la niña mientras la tomaba por el brazo y la jalaba hacia la dirección de la cerca trasera.
¿Qué pasa? ¿Cuál es el apuro? Inquirió Elisa No ves que estoy jugando, ¿Qué es lo que quieres? Dímelo y no me jales Exclamó la niña un poco molesta, mientras soltaba su brazo de la mano de Enrique, en presencia de todas las demás niñas del albergue. Enrique se acercó al oído de Elisa y susurró
No, no es broma, ni por molestar, algo raro le pasa a Miguel, ven rápido y sígueme. Al oír esto la niña enrojeció su cara por la actitud que había tenido con su amigo minutos antes, ya que pudo comprender que el impulso de Enrique al tomarla del brazo era solo preocupación por su amigo Miguel.
Ya vengo, sigan jugando Dijo a sus amigas y caminó junto al niño en dirección a la cerca tras las casa de Valle Feliz.
Ambos caminaron varios metros ya que de donde ellos se encontraban había una distancia algo grande hacia la cerca.
¿Qué es lo que pasa? Preguntó Elisa algo inquieta.
¡No lo sé! pero Miguel ha estado actuando raro toda la mañana, creerás que rechazó incluso un partido de fútbol Contestó Enrique a la pregunta de Elisa.
Pero eso no tiene nada de raro, simplemente no ha de ver tenido ganas de jugar Repuso la niña.
Mmm, posiblemente pero algo me dice que Miguelito se trae algo entre manos, si no lo sabré yo que soy como su ñaño Acotó Enrique.
Al terminar su pequeña charla habían llegado ya a la cerca y se ocultaron detrás una carreta vieja de madera que llevaba mucho tiempo ahí, no tuvieron que esperar demasiado hasta ver como Miguel retiraba una tabla floja de la cerca, dejando una abertura que daba hacia el bosque donde empieza el Bomboli, Miguel pasó primero al otro lado una mochila que llevaba para ese momento con él y luego se inclinó un poco para poder cruzar, no sin antes mirar a ambos lados, como asegurándose de que nadie lo estuviera siguiendo.
¡Si ves!, te dije que se traía algo entre manos Exclamó Enrique como jactándose Ahora vamos y sigámoslo para ver que va a hacer.
Vamos Contestó Elisa, mientras hacia una mueca con su cara Sólo espero que no nos metamos en problemas.
Y ambos niños caminaron hacia la abertura, cruzando al otro lado del modo en que Miguel lo había hecho, así vieron como su amigo se adentraba ladera arriba por el espeso bosque, y se propusieron ir a cierta distancia para que este no se percatara de su presencia. Mientras Miguel caminaba recordaba con extrañeza lo que había acontecido la noche anterior, aún confundido, aún extasiado, por no comprender bien si fue un sueño o realidad.
¿Será un sueño todo lo que pasó? O solo será que me estoy volviendo loco Pensó el muchacho. Pero así con más dudas que temores, Miguel se encaminó hacia donde la extraña aparición de la noche anterior le había indicado, pasaron varios minutos cerca de treinta para ser más exacto, y el niño se encontraba donde nacía el arrollo que se había mencionado en la visión, cuando estuvo en ese lugar podría jurar que su expresión denotaba algo de incredulidad aun, pero algo lo atraía, Miguel no sabía que era pero sentía una especie de fuerza que lo halaba cuesta abajo hacia el árbol de las flores amarrillas, luego de titubear unos minutos se apresuró en bajar la cuesta en dirección al gran árbol, mientras corría el viento golpeaba su cara, y su corazón latía apresurado. A medida que se acercaba al lugar indicado sus dudas se opacaban ya que su corazón era invadido por un sentimiento de aventura que lo impulsaba a llegar al fondo de todo esto, al cabo de poco tiempo había llegado al pie del árbol y justo como se lo había indicado la extraña mujer, ahí estaba la piedra, que no era difícil de reconocerla porque solo habían dos piedras en el lugar y para confirmar lo que su visión había mencionado sobre la piedra más grande estaba tallado un extraño símbolo, en fin, intentó moverla con sus manos pero la piedra era demasiado pesada.
¡Rayos! Exclamó mientras trataba inútilmente de levantar la piedra con las manos Eso es lo malo de ser tan chico, a ver donde hay un palo que me pueda servir de palanca Hablaba solo mientras buscaba a su alrededor, hasta que encontró una vara de unos dos metros de largo aproximadamente cerca del árbol.
Esta es perfecta Pensó el muchacho, mientras se acercaba a la roca, con la ayuda de una piedra de menor tamaño que se encontraba junto a la roca grande, Miguel pudo hacer palanca y tras cuatro intentos de los que quedó exhausto, pudo al fin mover la piedra dejando al descubierto algo que lo dejó maravillado.
Ya recuperado del extenuante trabajo hecho, Miguel miró dentro del agujero y pudo ver que ahí estaba la bolsa de cuero que la extraña mujer había mencionado. La tomó con mucho cuidado con intención de guardarla dentro de su mochila, pero al levantarla dejó al descubierto algo que a primera vista lo cegó, por el brillo intenso que producía al reflejar la luz del sol. Parpadeó varias veces y cuando pudo ver el objeto con claridad, se maravilló al ver una especie de libro, pero no como esos libros que lees en la escuela con hojas suaves de papel y finos encuadernados, ¡No!, este era un libro de oro macizo por eso el brillo intenso al reflejar la luz del sol, el muchacho vio que en esta especie de libro habían ciertos grabados que no podía entender, no estaban escritos sino tallados sobre las hojas de oro puro, los extraños signos no se asemejaban a ninguna escritura que el niño hubiera visto en los libros que solía tomar en la biblioteca de Valle Feliz. Miguel trato de sacar el libro del agujero pero aunque intento con todas sus fuerzas no pudo levantarlo, ni siquiera puedo levantar la primera de sus hojas, al ver que todos sus esfuerzos eran inútiles, dejó de intentarlo.
La visión no dijo al respecto, tal vez sea mejor dejar esto ahí, y volver a cubrir la vasija con la roca Justo cuando se prestaba a cubrir la vasija con la gran piedra, oyó entre los arbustos un pequeño ruido, que en el silencio del lugar, generó un poco de temor en el muchacho pues recordaba lo que la extraña mujer le había advertido de no dejarse seguir por nadie, Miguel con todas sus fuerzas hizo palanca nuevamente para colocar la piedra en su lugar original y se retiró del terreno por el mismo camino que había llegado, así tras presurosa carrera se dirigió a Valle Feliz.
Por si no lo habían notado eran Elisa y Enrique los responsables del ruido en los matorrales, ya que una hormiga había picado en la mano a Elisa y Enrique trataba de taparle la boca para que esta no gritara. Todo esto en el momento en que Miguel observaba el extraño libro de oro. Desde donde se encontraban ambos niños y a pesar del incidente con la hormiga, pudieron ver todo lo acontecido y esto causó gran curiosidad en ellos. Al Miguel haberse alejado lo suficiente, ellos salieron de su escondite y se dirigieron a la piedra.
¡Viste, eso! ¿Qué fue lo que saco, de aquí, Miguelito? Preguntó Elisa con una expresión de gran curiosidad en su rostro.
¡No lo sé! era una bolsa de cuero, pero ¿Qué era lo que estaba en el fondo del agujero? Él pensaba que era un agujero en el suelo porque desde donde él estaba no puedo ver que era una vasija lo que había debajo de la piedra, como tampoco pudo ver el libro de oro, solo vio que algo brillaba intensamente.
No lo sé, te diste cuenta como brillaba, a lo mejor Miguel encontró un tesoro y no quiere compartirlo con nosotros, ven y ayúdame a mover la piedra para ver que era Exclamó con una actitud que era una mezcla entre enojo, frustración y celos.
Al oír esto Elisa ayudó a Enrique, a mover la piedra, pero ni por más duro que trataron, de empujarla y de hacer palanca con el palo de madera pudieron moverla ni un solo milímetro, por alguna extraña razón la piedra había multiplicado su peso haciéndose imposible moverla. Al ver la imposible tarea que sería esta, ambos niños decidieron volver al albergue, durante todo el camino de regreso no pronunciaron ni una sola palabra, solo en sus cabezas rondaban cientos de ideas del porque no pudieron mover la piedra entre ambos cuando Miguel lo había hecho por sí solo.
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