Una mañana otoñal amanezco dormida en un bulbo de sueños, cambiando de color y cuerpo, despojando un crudo ayer peleado con la muerte y el amor, conllevando asì la metamorfosis del dolor. No habiendo que comer injiero el pasado y bebo lágrimas de libertad, miro el atardecer y el amanecer a través de los muros de mi piel, deseosa de salir y ser feliz.
Los días pasan y mi cuerpo se combina con la belleza y la tristeza, desarrollando melancólicos matices; mi cabello es el sol al anochecer, mi piel la arena al medio día, mis labios carmín, mis ojos la aurora boreal,y mi voz es el murmullo de la soledad.
La casa donde habito es fuerte, la base es antigua y se mese con el viento y las tormentas, goza en verano, agoniza en otoño, muere en invierno y revive en primavera. Vivo en lo alto junto a las ramas y en las hojas donde escribo el némesis de mi vida, del cual me alimenté... aún pienso en el amor vagamente, sólo deseo salir, vivir y gozar.
Una noche bajo la luna, mis paredes se rompían al ver una estrella fugaz pasar, cada muro fue cayendo, poco temerosa me atreví a salir, me sostuve de una hoja seca y lentamente extendí mis alas... Viendo el amanecer, saludè al sol y prendí el vuelo. Libre al fin, jugué con el viento y me dejaba llevar por el, bailando al son del murmullo de la naturaleza, escribía con cada movimiento la felicidad y la añoranza chamuscada por el olvido, contenta robaba néctar de las flores, tomando calor al dormir junto al río sin percatarme de los peligros.
En una flor violeta, algo cubrió el sol ennegreciendo mi paisaje , golpeándome con furia atravesando una de mis alas, como pude logré esconderme entre la hierba, desmayada recordé el rostro del amor... vagamente delineado por la pasión que disfruté semejando una hoja cayendo desde lo alto cubriendo mi dolor. Escuchaba a lo lejos mi propio llanto, despertando sin recordar el ataque y mareada construí una cama de agujas verdes y sabanas café.
El sol descendía, adolorida y triste descansaba y limpiaba mis heridas con polen y resinas, un poco aliviada decidí trepar una torre de hojas y flores, sangrando con parsimonia, ascendía sin ver mis alas destrozadas. Antes de que el sol durmiera llegue al piso de una flor con pétalos amarillos, vi a las estrellas despertar, apenas pude distinguir la luna salir, lloré y lloré, me sentía sola casi muerta, el pasado regresaba, nada había cambiado, sólo mi cuerpo, pero mi esencia opaca, difuminada y gris volvía en forma de muerte.
Tormento viví y se diluyo en mi sangre, me preguntaba si éste me abandonaría algún día de otoño como lo hizo el amor. Desearía vivir al ritmo de las estaciones, morir y renacer, pero mi instinto me dice que sólo me transformé y embellecí para morir. Temblando, mis alas se desmoronan como cenizas, sus colores vuelan con el viento iluminados por los luceros, se van libres, felices, en fragmentos de polvo jugueteando con la brisa nocturna, abandonándome en esta mi última noche de catarsis.
Entonando una canción inspirada por el llanto, trato de consolarme y admitir el destino que me espera al ver el sol despertar... Cuento las estrellas y tejo figuras con las agujas de mi mente, veo pájaros, arboles, flores, montañas y peces de colores, imagino que soy parte de ese paisaje, volando con las estrellas fugaces y columpiándome el la menguante luna bebiendo polvo estelar. Despierto de esa fantasía al sentir la aurora en mis ojos, abrazo su ternura y disfruto los minutos que toma el sol al salir, con sus rayos de vida me desintegro dejando mi cuerpo de existir pero mi esencia viaja al infinito del cielo azul como una estrella más en el firmamento...
TLiLan
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