****** AL OTRO LADO DEL CUARTO ******
Aquella noche de 1992, recuerdo cuando te disponías a dormir, contando apenas once años. La compasión que tu corazón sentía por los animales nunca había logrado ponerse a prueba hasta ese entonces. La casa se sumergía en la oscuridad dejando entrar un poco de luz por los grandes espacios caprichosos y amplios, que ofrecían una vista al patio donde los árboles se mecían de un lado a otro, dibujando figuras terribles con sus sombras y provocando que el frío entrara a bocanadas.
El candil sobre la mesita apenas iluminaba las camas por una parte del recinto y apenas parecía el lugar cálido en el que te acostumbrabas a buscar frutas de día y a explorarlo como cualquier científico, pese a los insectos y alimañas que lo habitaban. Algo era diferente aquella noche, algo que te sigue recordando la delgada línea de la vida.
Por la tarde, luego de un paseo por el mercado, tu mamá te acompañó a casa con una indefensa gatita que encontraste frente a tu casa, y que lucía cansada y debilucha. La ubicaste debajo de tu cama, y se movía lentamente. Ante el enojo evidente de tu madre por la actitud que otros hubieran elogiado y complacido, decidiste mejor obedecerla y tomaste a la felina como huésped secreta, era preferible que no la estuviera viendo todo el tiempo. La noche se adentraba y transcurría con naturalidad pero los maullidos de la felina comenzaron a martillar la paz de aquella estancia, de manera creciente. Te levantaste con la sensación de que algo importante ocurría, y ubicaste a la gata en una caja que trajiste de la cocina, y ahí mismo la dejaste, la gata complacida del calorcito de aquel lugar había decidido que aquel sería el sitio indicado para parir a sus crías; y ante tus ojos que no se podrían llenar de mayor alegría y asombro la cajita se fue llenado de pequeñas formas viscosas, brillantes y sin forma conocida. Tu corazón rebotó de entusiasmo y duda, junto al candil que habías tomado minutos antes de la mesita, y que aún te seguía acompañando con su tenue luz. Pero la duda, sobre qué debías hacer, si limpiarlos, abrirles los ojitos o simplemente abandonarlos a su suerte, te martirizaba.
Las palabras insistentes de tu mamá, por fin lograron arrancarte de aquel embrujo que te había cautivado, y los últimos destellos del candil se alejaban dejando entre la oscuridad la cajita, con sus maullidos. La noche seguía arremetiendo con sus bocanadas de frío, el candil en su posición original de pronto se apagaría, y tú con los ojos entreabiertos esperabas su última luz.
Al día siguiente, la caja que lucía abierta al otro lado del cuarto, oculta por debajo de la cocina parecía dormir un sueño eterno e inmóvil, con siete extraños seres completamente cubiertos de una sustancia desconocida y que ahora lucía muy fría. Tu corazón no quiso recordar esa noche, la noche más oscura y fría que hayas sentido
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