Aimí llego a la vida en medio de una tormenta de polvo;eran comunes en su planeta,miles de partículas color azufre se metían por las aberturas de su casa, y el aire se volvía difícil de respirar.En los últimos años, se producían cada vez mas seguido, lo mismo que los intensos calores ,y los rayos de su sol color naranja les provocaban quemaduras en la piel y calcinaban las plantas.
Vivían muy cerca de la Tierra, pero extrañamente todavía no habían sido descubiertos por los terrícolas.
Habían sido testigos de la llegada del hombre a la luna,se acercaban con prudencia al planeta sin que los detectaran, para los humanos eran invisibles.
Aimí tenía alrededor de ocho años cuando las cosas se agravaron;los vegetales de los que se alimentaban ya no crecían ni bajo las sombras protectoras de los riscos.El agua se evaporaba de los lagos,los árboles perdían sus hermosas hojas plateadas,y nadie se asomaba antes de que se ocultara el sol.La piel dorada de Aimí parecía la de una viejita.
Los ancianos decidieron que era necesario buscar otro lugar para vivir.
De todos los planetas conocidos,el que más se parecía a su querido Urt era la Tierra.
Prepararon el éxodo en poco tiempo ;llevaron en sus naves todo lo necesario para establecerse.
Sabían que tendrían aire puro y agua, y que sus semillas darían frutos en esa superficie color marrón tan llena de nutrientes;la única preocupación era como sobrevivir con los humanos, esos seres gigantes tan parecidos a ellos .
Se acercaron al planeta sin problemas, y adhirieron sus naves en las ramas de los árboles sin dificultad.
Todos miraban asombrados las hojas verdes,la mayoría de ellos jamás las había visto de ese tamaño inmenso .
Allí arriba estarían a salvo de los depredadores.
El primer grupo expedicionario se dirigió a la ciudad más cercana.Desplegaron sus pequeñas alas transparentes semejantes a las de la libélula terrestre y volaron hacia ella.
Los primeros hombres que detectaron eran más grandes de lo que pensaban;hasta los que llamaban niños eran enormes!.
Aimí voló frente a la cara de un adulto, y ni la notó.Así pasó con todos.Llegaron a la conclusión de que el hombre adulto no tiene la vista preparada para ver más allá de lo que le interesa.
Algo diferente pasó con los niños;eran como los viejos sabios de su raza, con los ojos y la mente preparados para sorprenderse con la vida.
Desde la primera vez que hicieron contacto formaron lazos de amistad que siguieron al pasar el tiempo.
La gente de Aimí se sintió feliz en la Tierra;tuvieron todo lo necesario para vivir y el cariño de los niños. Los humanos grandes no los molestaron nunca, aunque algunos con mirada de niños escribieron sobre ellos y los llamaron hadas y duendes.
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