Jamás llegaría a ella. Caminaría sin cesar por las playas, navegaría los mares calmos, surcaría las tormentas bravías, o sumergido en la profundidad de una selva, enfrentaría leones feroces, duendes esquivos o ninfas traicioneras y aun venciendo, jamás podría llegar a ella.
Que fácil quererla, sin embargo… ¡Qué fácil, mirar sus ojos, ver su sonrisa y quererla…!
Aquel caminante no quería detenerse, pero sabía que caminaba sin final. Caminaba hacia ella, guiado por su amor, y sabía que jamás habría de alcanzarla. Como a una princesa de cuento, la miraba hermosa y brillante. Allí cerca parecía estar, pero jamás la podría tomar. Jamás podría llegar a la princesa pero ¡que fácil admirarla, ver su brillo sin igual, su belleza simple, su alegría en la rutina de la vida…!
Eternamente habría de caminar y lo sabía. Jamás podría tomar la princesa con sus manos, y jamás vendría ella. Solo podía caminar y caminar, mirándola y soñando mundos irreales. Pero… ¡qué fácil estar a su lado, escuchar su risa alegre, sentir la dulzura de su pensar simple…!
Caminaría eternamente, lo sabía, pero no era llegar lo que quería. Sabía que jamás alcanzaría su destino, pero disfrutaba de tenerlo. Estaba enamorado de la princesa lejana y esquiva, princesa de un cuento pensado por él mismo. Estaba enamorado de sus pensamientos.
Y así, caminando eternamente en pos de sus sueños inalcanzables, de sus pensamientos de enamorado, dejaba transcurrir su vida.
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