Los tengo a todos convencidos de que este es el día que más odio. Porque, como la gran mayoría, mis patrones esperan hasta el último para integrar los descuentos de la previsión retenidos al personal de la empresa en que trabajo. Entonces, yo pago los platos rotos porque esto significa hacer largas filas, durante horas, en los bancos y otras instituciones. Ciertamente, algo muy desagradable para todos. Y en esta idea es que mis compañeros de oficina me molestan y hacen chistes cada mes.
_ ¡Llévate unos “sanguchitos” pu’s Gonzalito...!
_ ¡Y también unos huevitos duros, ja, ja, ja, ...! _
_ ¡Una silla de ruedas, mejor!
Y siempre es así. Tallas van y tallas vienen. Yo me hago la víctima y siento la solidaridad de algunos compañeros, especialmente de Marcia, la secretaria de contabilidad. Con ella tenemos una gran amistad, casi desde el mismo día en que ingresé a la empresa, lo que ha dado pie para que se nos invente una relación amorosa, lo que no es cierto.
Lo que no saben ni se imaginan, y ese es mi gran secreto, es que yo ansío que lleguen estas fechas porque, aunque parezca estúpido, siento un gran placer al hacer largas y lentas filas, donde analizo a la gente, donde puedo divagar, aislarme y fabricar mis mejores sueños. Un lugar donde nadie me controla o me vigila.
_ ¡Ya, Gonzalito!_ me dice la Marcita_ ¡Aquí están los cheques y las planillas para que se vaya corriendo al banco y no se haga muy tarde...!
Salgo entre las risas burlonas de los “simpáticos” de la sección contabilidad.
Don Ricardo me empelota. Se pasa todo el día de oficina en oficina, de departamento en departamento, fisgando, controlando en forma prepotente, husmeando por todos los rincones por si alguien ha estado fumando, mirando bajo las puertas de los baños, etc. Claro, es verdad que casi todos se lo pasan yendo al sanitario y me consta que el Gómez dormita varias veces al día en ese lugar. Pero a don Ricardo se le pasa la mano conmigo y no me deja tranquilo ni un segundo. _ ¡Ya pues, señor González, aquí se viene a trabajar! ¡Lo odio!
La calle es un alivio.
Antes se formaban tantas filas como ventanillas de atención había disponibles. Ahora existe la “Fila Única” que, la verdad, es más rápida pero que, sicológicamente, afecta a los clientes. Una larga y confusa cola que da mil vueltas.
Observo. La última persona es una señora gorda, inmensa, que transpira y se echa aire con unos papeles arrugados. Sospecho que me va a meter una conversación aburrida y sin sentido. No estoy con ánimo de hablar. Espero.
Ha llegado un joven, como de mi edad. Tal vez Junior como yo. No me parece interesante. ¡Ahora sí! Se ha colocado en la fila una linda y graciosa damita, de tez morena y largos cabellos. Me apresuro.
Algo le pasa a mi Flaca. Desde hace algún tiempo la noto rara, un poco distante y de mal humor. Tal vez se da cuenta que a mi me falta algo. La Mary, en general, es súper tierna y me regalonea. Nos llevamos bien, vamos al cine, a bailar, al fútbol, etc. Siempre está dispuesta y nunca tiene jaquecas cuando la deseo. Pero algo me molesta. La Flaca es caliente pero no es ardiente. Goza para adentro, como para sí misma y, a veces, me da la idea que no está conmigo. Y, lógico, me empiezo a pasar películas.
El tipo que está detrás tiene el aliento podrido. Lo miro de reojo. Lleva uno de esos grandes maletines, que deja en el piso y lo va empujando a patadas a medida que avanzamos mientras lee un diario popular. Suena su celular con una música estridente y contesta a viva voz. Intento alejarme inútilmente.
La gente en la fila tiende a apretarse, como para sentir que es más corta y se mueve más rápido. Yo también caigo en el juego y me irrito cuando alguien que está adelante se distrae y no avanza.
Hay una ventanilla especial que atiende a los ancianos, los minusválidos y señoras embarazadas o con niños en brazos. Se me ocurre que alguien podría arrendar niños en la entrada a las personas que quisieran una atención más rápida. Y me parece que he visto a un mismo niño en más de una ocasión. Me han robado la idea.
En medio del hall destaca, como un pavo real, la figura enorme de un guardia, de impecable uniforme azul. La gente le pregunta mil cosas y el hombre se siente importante. Está convencido que es, poco menos, un ejecutivo del banco. Acaricia constantemente su revolver y recorre con sus dedos las balas de su cinturón. No me gusta. Tiene mala pinta y estoy casi seguro que perteneció a los aparatos represivos de la dictadura pasada. Mala cosa.
Siento un halo magnético que me atrapa. La morenita que está delante de mi está deliciosa (perdóname Flaca, igual te quiero). Lleva una falda ajustada de color verde claro que delata su bikini, un calzoncito que, seguro, es de color blanco y contrasta con su piel obscura. Sus cabellos caen como llovizna. Me acerco lo que más puedo, sin tocarla, y aspiro profundo su aroma, me lo trago y lo guardo al máximo. Intento infiltrar sus pensamientos, provocar interferencias en su cerebro. ¿Tendrá la más mínima idea de que yo existo? ¿Se sabe atractiva y deseada por los que la rodean? Quizás. Miro hacia todos lados, con disimulo, como si alguien pudiera leer mi mente. Debo descubrir la forma de entablar una conversación. Me deslizo por su espalda hasta sus tobillos cristalinos.
El Arturo, de la bodega, es un imbécil. Se volvió loco cuando nos fueron a ofrecer tarjetas de crédito a la empresa. Creo que se sintió a otro nivel, que subió de categoría. Lo engatusaron con que tenía el interés más bajo, con no se cuantos días de gracia, acceso al cajero automático, etc. Cayó redondito. El sistema y el consumismo se lo ha comido. Gana casi lo mismo que yo y se compró unas zapatillas súper caras, de marca, por casi la mitad de su sueldo. ¿Y si lo echan de la empresa? ¿O si no puede hacer horas extras que es su fuerte? Está demente. Me da pena.
Un hombre fornido, muy joven, tomó al guardia por el cuello y le puso una pistola bajo la oreja al tiempo que le sacaba su arma desde la cartuchera. Otro tipo, con una escopeta recortada, se subió a un mesón lateral y gritó: _ ¡Esto es un asalto! ¡Todos al suelo!_ La gente se quedó paralizada y, contra lo que se pudiera suponer, en silencio. _¡TODOS AL SUELO! _ Y se escuchó un estampido, un trueno, que brotó de la escopeta. Entonces, cundió la agitación, se oyeron algunos gritos histéricos y todos nos echamos al suelo. Yo tomé a la morena por sus hombros y la cubrí con mi cuerpo. No nos dijimos nada. Yo era su “Rambo”, su héroe y refugio. El destino me daba la oportunidad que deseaba. Pude sentir sus latidos y, por primera vez, ver plenamente sus ojos. Era hermosa y no parecía demasiado asustada. Me miró con ternura.
Sus pechos parecían hervir luchando contra los botones de su blusa. Sentí que estábamos dentro de una burbuja y el resto del entorno desaparecía. Su aliento, levemente agitado, era delicioso. Sus labios y dientes blanquísimos me invitaban a besarla, pero no me atreví... Algunos gritos y palabras soeces. Un tercer hombre, no se cómo, se ubicó tras los cajeros y llenaba un bolso con el dinero que le iban pasando...
El sujeto que pateaba el maletín me tocó la espalda.
_ ¡Muévase, pu’iñor! _
Llega nuestro turno. Mi morena avanza hacia la ventanilla... voy con ella.....me quedo.
La comparto con todos.
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