Una mañana sin sol, Don Genaro fue a la bodega de la esquina y preguntó por el resultado de la Lotería. Cuando le mostraron los números ganadores en una pantallita electrónica, se quedó mudo. No lo podía creer. Varias veces comparó los números de su boleto con los de la pantallita, hasta convencerse que era ¡millonario!
Apenas recibió todos sus millones, se preguntó qué haría con tanto dinero.
-Ya estoy viejo, ésto es demasiado para mi- meditó, mirándose al espejo.
Y luego de pensarlo bien, regaló la mitad de su fortuna a las Casas Benéficas que alimentaban a los niños huérfanos del país, y con el resto, se compró una casa enorme, muebles, artefactos, ropa y guardó en el Banco dinero suficiente para vivir sin trabajar por el resto de sus días.
Por último, entró a una zapatería y salió cargando una decena de zapatos finos. Llevaba puestos un par de elegantes botas de charol negro.Y trastornado quizás por tan radical cambio de vida, tiró sus zapatos viejos al basurero de la calle.
Por la noche, luego de obsequiar regalos a sus familiares y a sus mejores amigos, decidió dormir por última vez en la casita humilde donde vivió desde niño, antes de mudarse a la nueva.
Al amanecer, después de roncar de lo más bien, tuvo ganas de ir al baño. Abandonó la cama aún con sueño y buscó algo en el suelo. Refunfuñó al no encontrar lo que buscaba. Luego, buscó por entre las demás cosas del cuarto, pero nada. Estaba a punto de ir al cuarto de la cocina a seguir buscando, cuando de pronto, recién se dio cuenta de algo. Entonces, se sentó al borde de la cama y empezó a llorar como un niño.
-¡Mis zapatos! Mis zapatos! ¡Qué malo fui con ellos!- se lamentaba entre sollozos, jalándose los cabellos por su ingratitud.
Recordó que echó sus zapatos viejos a un basurero. Un remordimiento intenso empezó a azotarle su corazón, pues aquellos buenos zapatos le duraron más de treinta años y lo acompañaron fielmente a caminar medio país para vender sus telas.
De inmediato, fue hacia el basurero donde los había echado. Al encontrarlo vacío, casi lo patea de la cólera. Averiguó que la basura de ese lugar se lo llevaban a un puerto lejano y fue hasta allí. En el puerto, le dijeron que en la madrugada vino un barco australiano y se llevó toda la basura.
Desde entonces, ¿qué no hizo Don Genaro por recuperar sus zapatos viejos?
Viajó a la capital de Australia y ofreció una recompensa grande a quien le informara a qué zona australiana traen la basura de su ciudad.
Al día siguiente una señora lo llamó a su celular que le costó carísimo y le indicó el lugar donde traían la basura.
Don Genaro, luego de depositar un giro a la cuenta bancaria de la señora, fue volando hasta ese lugar y pagó mucho dinero a unos muchachos para busquen sus zapatos entre los cerros de basurales. Para mala suerte, luego de escarbar muchas horas, los chicos no lograron hallarlos.
-Lo más seguro es que un zapatero se los llevó. Viene todos los días a buscar zapatos en la basura- le confesó una muchacha y le cobró por decirle dónde vivía el zapatero.
Don Genaro fue allí y el zapatero le hizo ver los zapatos que había encontrado. Don Genaro buscó ansioso entre los veinte pares de zapatos que estaban puestos sobre una mesa larga.
-Nada. No son ninguno de ellos- dijo el anciano, cabizbajo.
-Entonces son esos zapatos feos que los tiré a la basura que se la llevó un barco italiano- dijo el zapatero, mientras lustraba unos zapatos marrones.
-¡Mis zapatos no son feos, son los más preciosos de la Tierra!- protestó Don Genaro y a las pocas horas ya estaba viajando a Italia.
Luego de recorrer muchas ciudades italianas, al fin halló el lugar donde llegaba aquel barco. Allí le dijeron que unos niños habían vendido a un conocido ropavejero todos los zapatos que encontraron en el basural que vertió el barco. Fue a la casa de él, y para mala suerte se enteró que un coleccionista egipcio los había comprado.
Al día siguiente, ya estaba en Egipto. Allá, por más que rogó a los faraones para que lo ayudaran a encontrar sus zapatos, fracasó también.
Y así, meses después de buscar por medio mundo, todo el dinero que había guardado en el Banco, se lo fue gastando en aviones, trenes, taxis, hospedajes; en avisos en la televisión, periódicos y radios de los cinco continentes; pagos de información que le daban muchas personas, etc, etc, etc.
Y llegó a gastar tanto, que tuvo la necesidad de vender la casa enorme que había comprado, vender sus muebles, sus artefactos, su ropa y sus juegos de zapatos finos.
Una tarde, cansado de tanto de buscar por todas partes, se sentó en un parque de un pueblo de la China, y luego de pensarlo largamente, decidió renunciar a todo y volverse a su casa. Además, así como iban las cosas, muy pronto se quedaría sin dinero.
Estaba caminando hacia una agencia para comprar el pasaje de regreso a su ciudad, cuando de pronto, alguien lo llamó a su celular y le dijo que sus zapatos los tenía un orate de un manicomio holandés. El anciano dudó que la información fuera verdadera porque ya estaba harto de que muchas personas le dieran malos datos. Pero cuando le describieron cómo eran sus zapatos (a exigencia de él), abrió los ojazos y sonrió ampliamente.
-Además, en el interior del zapato derecho hay una calcomanía pequeñita con el dibujo de un barco pirata- añadió serenamente el informante.
-¡Síííííí!- exclamó contento el anciano, recordando que había puesto esa calcomanía hacía muchísimos años. El dato fue tan convincente que esa misma tarde viajó a Holanda.
En el manicomio, con ayuda de unos empleados, buscaron al orate entre tantos que se paseaban por los jardines. Lo hallaron sentadito, al lado de un árbol, con los zapatos viejos bien puestos.
-Te regalo esta pelota si me das tus zapatos- le dijo un enfermero con cuello de jirafa.
El loco se negó a entregar los zapatos y puso una mala cara.
-Te doy esta pelota y esta radio para escuches música- insistó el hombre.
Pero el loco estaba decidido a no soltarlos aunque le ofrecieran todo el tesoro del mundo. Entonces, ante la terquedad del orate, esperaron la noche para que se durmiera.
Solo así, pudo Don Genaro sacarle delicadamente sus añorados zapatos sin despertarlo.
-¡Al fin los tengo, mis buenos zapatos, mis zapatos queridos!- dijo emocionado entre lágrimas, abrazando a sus zapatos.
A esas alturas, con las justas tenía dinero para el avión de regreso.
A la mañana siguiente, con sus amados zapatos puestos, bajó sonriente del avión, pero con unos pocos centavos que no alcanzó ni para tomar el colectivo.
Regresó a pie a casa, pero feliz de andar con ellos horas de horas, sin importarle el sol asfixiante que lo hacía sudar demasiado.
-Prepárense que a partir de mañana andaremos por todo el país. Me han pedido mucha tela en muchas ciudades- decía efusivo, sin parar de conversar a sus zapatos por todo el camino, como si ellos lo oyeran.
Por la noche, cuando llegó a su casita de siempre, se bañó, tomó un caldo de verduras y se echó en su cama, cansadísimo de su gira mundial.
Minutos después, sus ojos fueron cerrándose poco a poco, hasta quedarse dormido profundamente.
Pero al rato despertó alarmado por una pesadilla, en la que soñó que alguien le había robado sus zapatos.
En medio de las tinieblas del cuarto, se arrimó al filo de la cama y estiró un brazo al suelo. Tanteó un instante y entonces, suspiró aliviado. Allí estaban ellos, nadie se los había robado. Sonrió enormemente cuando sus dedos arrugados fueron sintiendo la superficie del cuero viejo y agrietado de sus zapatos.
Y de tanto acariciarlos, se volvió a dormir, con la misma inocencia con la que se duermen los niños con sus juguetes entre los brazos.
|