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Por Jazbel Kamsky.

EL DIENTECITO DE LECHE

Algunos rayitos de sol se deslizaron aquella mañana entre los pequeños poros de una antigua cortina hacia la cómoda cama en la que descansaba una pequeña niña. Una tenue luz untó sus párpados, su rostro buscó ocultarse bajo la almohada, prosiguió luego una lejana voz a llamarla; a despertarla de su mágico sueño: –Liiiichyyy, deeessspierrrtaaa…--

Muy lentamente, aperturó sus adormitados ojos, recibiendo suaves pinceladas multicolores. --Lichy, ¡despierta, despierta hija! Hay que alistarse para ir al Colegio-- Su madre contemplándola al borde de la cama, y acariciando su dorso, continuaba exclamando –Hoy es lunes hija, ¡despierta, despierta…!--

--¿Hoy es lunes? ¡Lunes, lunes, lunes…!-- La pequeña repetía con total desesperanza. La realidad de un presente se fue desbordando poco a poco de la rivera de su inconciencia, y sus diminutas manitas empezaron a temblar.

Un detestable “LUNES”, era la amenaza que estremecía intensamente los cimientos de su alma, era el inicio de una avalancha de obligaciones por cumplir, tanto en el hogar como en la escuela, y el final de lo divertido y desinhibido que puede resultar el disfrute de un fin de semana largo.

Profundos miedos crecientes que la llevaron a confabular una excusa para no ir al colegio: --Mamá, me duele mucho la muelita--. Cogiendo luego su mandíbula derecha continuó con su querella –¡Ayayay, mi muelita, mi muelita!-- Maquiavélico plan que no tardó en cosechar buenos frutos.

–Lichy, iremos a visitar al odontólogo en este momento. ¡Vamos hija!-- Se enrumbaron al consultorio del doctor Mejía, ubicado en el cuarto piso de un gigantesco edificio en pleno centro de la ciudad.

A la pequeña le encantaba visitar al odontólogo, no por ser asidua a la limpieza bucal, sino porque dentro de aquella inmensa construcción habían un sin número de divertidos juegos; una entretenida cajita de Pandora que no daba lugar al aburrimiento.

Al arribar al edificio, la pequeña embargada por la emoción, señaló con su índice derecho las escaleras en dirección a los pisos superiores y exclamó: –¡A ver quién llega más rápido mami!-- Con una amplia sonrisa, prosiguió diciendo: --A sus marcas, listos… ¡Ya!-- Partió como rayo en trueno.

Escalón tras escalón, subía la pequeña sin tomarse un respiro siquiera, avanzaba enérgicamente y con rapidez. Cuando de pronto, a unas cuantas gradas para llegar al cuarto piso, al vuelo, se topó con una gran sombra que venía hacia ella, y rodó cuesta abajo.

Al reponerse e intentar pronunciar algún quejido de dolor, se dio cuenta que su dientecito de leche estaba suelto en su boca, se le había caído uno de sus dientes de coneja con el choque. Balbuceando, con una vocecita quebrantada por el susto, dijo: --¡Maaamiiitaaa!-- Y se hecho al llanto.

--Ya pasó, ya pasó... No llores-- Era una voz pueril. Sorprendida la pequeña, levantó sigilosamente la mirada, y frente a ella estaba el rostro de un niño con unas pronunciadas ojeras como las de mapache. Increíblemente era la gran sombra con la cual había impactado.

Dejando el llanto de lado, empezó la pequeña repentinamente a reírse; como quién festeja una travesura. Luego, en medio de estas breves risitas, y en son de burla, continuó diciendo: --¡Estás calvo! ¡No tienes pelo!-- El pequeño, haciéndole primero un ademán de que guardara silencio, con una seriedad atípica para su corta edad, se deslizó suavemente hasta su oído, y con voz cuchicheada exclamó: --¡Tú no tienes dientes! ¡Jojolete!--

Un tanto ofuscada, se incorporó lentamente de la grada en la que estaba sentada, y procedió a alcanzar a su madre que subía las escalinatas muy pacientemente. --¡Mira mamita!-- Repuso la nena, enseñándole con desbordante alegría el dientecito de leche que traía en su mano.

El doctor Mejía, en ese preciso momento, salía de su consultorio para llamarlas. La pequeña al verlo, corrió hacia él con los brazos entre abiertos y se lanzó a darle un fuerte abrazo.

–¡Mire doctor, es inmenso!-- Admirada, observaba su dientecito de leche. Su amigo el dentista al verlo replicó: –¡Es gigante! El ratoncito Pérez te dará muchísimas monedas a cambio-- La pequeña se puso a saltar de felicidad.

Sentada en la silla odontológica se mostró un tanto inquieta, y sintiendo curiosidad preguntó: --¿Doctor, porqué ese niño con cara de mapache no tiene pelos?-- Con cierta incomodidad, su amigo el dentista le contestó: --Es triste lo que te voy a contar pequeña, aquel niño con cara de mapache, como tú lo llamas, esta muy enfermo, tiene una grave enfermedad llamada leucemia, y viene a este edificio por su quimioterapia-- Inmediatamente ella replicó: --Quimio qué… ¿Qué es eso?-- El prosiguió: --La quimioterapia son unos medicamentos que le administran para ayudarlo a sanar--

Sorprendida por aquella terrible confesión, y guardando una incertidumbre aún mayor en lo profundo de su ser, preguntó entonces: --¿El, se va ha morir?-- Repentinamente, el indomable silencio rugió en la sala.

Aquella mañana, después de pasar por una revisión exhaustiva con su amigo el odontólogo, durante el camino de regreso a casa, Lichy, estuvo muy pensativa, no pronunció ni una sola palabra.

Por la mañana siguiente, un majestuoso sol radiante descubría el suave telar del verano. Bajo la almohada de la pequeña se posaba, cerca de una esquina, una carta dirigida al ratoncito Pérez, junto al dientecito de leche.

Teniendo mucho cuidado de no despertarla, su madre tomó la carta. Al abrirla escrito en ella estaba lo siguiente: --Querido ratoncito Pérez, no se cuánto valor tenga mi dientecito de leche para usted, pero quiero confesarle que no deseo recibir ninguna moneda a cambio de él, sólo me gustaría que me diera la oportunidad de ver sonreír a mi amiguito, el mapache. Postdata: Quisiera saber con cuántos dientecitos de leche puedo salvar una vida. Gracias--

FIN

Texto agregado el 08-08-2008, y leído por 557 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-09-2016 Es muy bueno. Felicitaciones ***** grilo
08-08-2008 que tierno. me encanto. de verdad es un cuento bello!!5* carolina52
 
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