Nació a mediados de los 60`en una época rebosante de amor libre y donde la liberación femenina se hacia aliada de la píldora anticonceptiva.
Era la quinta hija de un matrimonio que tendría once, eso sin contar los que el macho alfa tendría con otras mujeres cada vez que se perdía en el horizonte llevando en cada mano como fieles amigas a la lujuria y el deseo. Sembraría quince hijos en total, con cuatro flores distintas.
Ella llego a su hogar a la orilla de un canal plagado de animalejos y roedores varios, con calles de tierra y con un campamento vecino.
Como era la primera mujer, y su madre debía trabajar para sostener a sus hijos y los vicios del padre, ella debió llevar la casa desde temprana edad. Debía cocinar, planchar, lavar y cuidar a los niños que seguían saliendo del vientre materno, cada año la cigüeña traía otra criatura y/o víctima a esta exánime sociedad.
Su padre… un curioso ejemplar al cual le deleitaba y provocaba un acerbo placer remarcar su hombría a base de lágrimas, sangre y cicatrices. Amaba interpretar su papel de macho alfa descargando su rabia, ira, frustración o confusión sobre sus hijos y esposa. Los hijos mayores podían arrancar y preferían pasar los días vagando por las calles.
Pero no nuestra niña, ella no podía huir, debía quedarse y proteger a los mas pequeños.
Golpizas sin sentido, dolor innecesario… ¿por ignorancia?, ¿confusión?
Está lavando la loza, descalza con agua fría, sus manos de niña llenas de heridas por un trabajo que no le corresponde, pero aun así inocente, pura, soñando…
Su padre se acerca, esta aburrido, desea imponerse y grita:
- ¡¡Lava bien esa taza!! -
- La estoy lavando bien padre – responde ella casi en un susurro, sin saber que se desatara una bestia.
De pronto siente una mano conocida, grande y dura que la toma por el cabello y la lanza hacia atrás sin soltarla, afirmándola. Ella ve todo como algo común, ve como la otra mano que esta libre se acerca a su rostro y cae sobre él en un golpe fuerte y en un ruido sordo, así una y otra vez…
Luego la mano cambia, la niña siente su rostro húmedo y ve como la mano sigue cayendo sobre él, pero esta vez teñida de carmesí. Lleva sus propias manitos a su cara y lo siente, esta caliente, pegajosa, la sangre sale por su nariz y su boca…
De nuevo humedad, pero esta vez corre por sus piernas en un tibio líquido amarillo.
Finalmente la suelta, ella corre sin entender…
Terror, dolor, impotencia, incomprensión… ¿Por qué sufren los ángeles?
Y su vida continúa día a día, creciendo, soñando y pensando que todo puede cambiar.
Quiere ser profesora, detective o militar, huir lejos y recorrer el mundo. Pero su carácter no la favorece, es tímida y recatada, dulce y de una belleza única.
Su piel es blanca y el negro cabello liso recorre su espalda hasta posarse tierno en el inicio de sus caderas. Sus ojos son enormes, llenos de luz, cafés, vírgenes. Es delgada, exquisitamente frágil y su nombre indica sabiduría, sabiduría que pretende alcanzar con los años.
Quiere volar de su prisión, recorrer universos y gozar de dicha y alegría. Pero sus manos están atadas, hay criaturas que dependen de ella, que la necesitan, la aman, sus pequeños hermanos son como sus hijos, los únicos que le han entregado un poco de amor, aprecio y cariño.
Hay marcas en la casa, huellas de dolor en los rostros de sus habitantes, y en las paredes agujeros de golpes que iban dirigidos a personas que lograron escapar. Una casa llena de fantasmas y lamentos.
Una casa con una princesa que busca alzar su vuelo y que cada día mira hacia la calle y sigue soñando…
¿De quien dependen sus sueños?... de ella, solo de ella, pero su corazón no le permite abandonar criaturas frágiles, prefiere ser así la receptora de todo ese odio…
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