En las sombras infrahumanas se encuentra el cáliz, ése que no perdona, ése que tienta jóvenes inocentes y los atrae a su oscuridad. Su poder es tal que quien lo mira, lo bebe; y quien lo bebe nunca es saciado por completo.
Su potencia es tal, que del cáliz emana un haz de luz, que encandila cada alma, cada ser. Hay mitos que explican su fulgor, algunos dicen que está hecho de un material forjado por los dioses de antaño, pero su brillo opacó el de los propios dioses, y fue encerrado en el lugar más oscuro conocido, cosa de que su luz nunca fuera suficiente para alumbrar el espacio completo, y que de a poco se esfumara su luminiscencia.
Dicen que observa todo, desde su hierática posición, y que quien observa su ojo nunca vuelve a ser el mismo.
Dicen que no encarcela, que no aprisiona corazones y que no ata de manos ni encadena pies.
Algunos dicen que no existe, que no es, que no tiene ni pies ni cabeza.
Y otros dicen sobre algunos, que ellos poseen el cáliz, y que aprendieron a usarlo con los años.