Parte Dos y final
Pero, un pálpito que lo acuciaba, lo impulsó a suplantar a la pequeña, una tarde en que ésta debió salir con su madre.
A los pocos minutos apareció Gabriel y Ernesto lo abordó. El chico lo saludó efusivamente, le contó que esa tarde se había comido un chocolate entero y que ahora tenía un terrible dolor de estómago. Ernesto intentó conocer más detalles del pequeño, le dijo que le contara en que calle vivía. Y el chico, para su sorpresa y horror, le dijo que se lo diría, siempre y cuando ella le mostrara la blusita que andaba trayendo. Ernesto quedó paralogizado, mientras el chico, o quien estuviese al otro lado, instaba a quien presumía que era Carolita a que le obedeciera.
Los padres se enteraron de esta situación y resolvieron que durante un mes, le estaría prohibido a la chica ocupar su computador. Pero, Ernesto estaba decidido a descubrir al insano que se había contactado con Carolita y, para eso, continúo suplantado a la chica.
“Gabriel”, siempre deseaba saber que ropa andaba trayendo la niña y Ernesto, premunido de toda su astucia, le enviaba fotografías de una chica cualquiera e, incluso, pidió el concurso de una vecinita, para que se mostrase en cámara.
Hasta que, al parecer, la estratagema dio frutos y el “niño” pidió que Carolita fuese una tarde a un parque que no se encontraba lejos de su hogar. Rebosante de alegría y con una mueca triunfal en su rostro, Ernesto acordó que se reunirían al día siguiente, frente a la estatua del Héroe Anónimo. El celoso tío, se felicitaba a sí mismo por su brillante pesquisa.
Sabía que tendría que tomar precauciones. Por lo mismo, le pidió a sus padres que vistieran a Carolita de blanco y que se la peinara con una cola de caballo, ya que así le dijo a “Gabriel” que iría ataviada la pequeña. Él, por su parte, llevaría en su bolsillo una pistola automática que conservaba como herencia de su abuelo, un policía retirado.
A las cinco de la tarde, el parque era un hervidero de gente. Ernesto y Carolita aguardaron detrás de un quiosco, hasta que, desde un coche negro, descendió un niño de unos seis años y se dirigió al lugar acordado. Ernesto quedó perplejo, pero aún sospechaba, ya que dentro del auto, parecían agazaparse un par de individuos. Todo aquello era muy raro. De todos modos, y para no poner en riesgo a su amada sobrina, el hombre se aproximó al pequeño, con el fin de tratar de aclarar las cosas.
Saludó al niño con un gesto, y el pequeño sonrió, sin dar muestras de estar sorprendido. ¿Qué estaba sucediendo?
Antes que su mente elaborara alguna enfebrecida teoría, cuatro manos lo asieron con fuerza inusitada y lo levantaron con violencia. Eran los tipos del coche negro, quienes lo llevaron casi en andas al vehículo.
-¡Al fin te atrapamos, degenerado!- vociferó uno.
-Por lo menos, estará fuera de circulación durante un buen tiempo- dijo el otro.
Horrorizado y sin atinar a nada, Ernesto vio como lo arrojaban al interior del vehículo.
-¡La niña! ¡Mi Carolita!- gritó, al recordar que la pequeña se quedaba sola en el parque.
Pero, el vehículo enfiló con rumbo desconocido...
F I N
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