Parte Uno
Amaba a esa chica por sobre todas las cosas. Sobrinita del alma, regaloneada y consentida, le había obsequiado todo aquello que puede hacer feliz a una niña, a sabiendas que era demasiado pequeña aún para disfrutar de tantos y tan variados regalos.
Ernesto se desvivía por complacer a tan bella mujercita y Carolita, de tan sólo tres tiernos años, le sonreía y aposentada en su regazo, alzaba sus manitas para jalarle la barba. Eran largas horas de juegos y caricias, momentos gratos en que tío y sobrina se olvidaban del mundo, para construir su propio e idílico universo.
Cuando Carolita cumplió seis años, Ernesto llegó a la fiesta en que se arremolinaban decenas de niños y niñas, eludió invitados, globos y serpentinas y ocupó, como siempre, su lugar en la mesa, al lado de la pequeña festejada. Y cuando llegó el momento de la apertura de regalos, un enorme bulto se distinguía del resto. Muñecas, vestiditos y juguetes diversos, antecedieron al que sería el regalo más importante de la noche. Y fue la misma Carolita, la que con dedos nerviosos, desgarró el papel de colores y apareció una caja de cartón, con un logotipo muy reconocible: era un moderno computador, algo que la niña deseaba con todo su corazón. Por lo que se abalanzó a los brazos de su tío, quien se lo había obsequiado, y lo colmó de besos.
Ernesto, quien trabajaba en una oficina de aduanas, le enseñó a utilizar el aparato. La niña, muy despierta para su edad, aprendió muy pronto el manejo de su equipo, tanto así que, en poco tiempo, casi estaba a la par con su tío.
Los padres de Carolita, comenzaron a preocuparse, debido a que la niña no se despegaba del computador, por lo que decidieron que le restringirían su uso hasta que ella mejorara su rendimiento en la escuela. Ernesto, siempre consentidor con la chica, se hizo cargo de la situación y transó con la pequeñuela. Si ella hacía sus trabajos con esmero, él le enseñaría nuevos y entretenidos programas. Esto dio resultado, pero, Carolita se transformó en una adicta de esos programas en que se conocía personas.
Una tarde cualquiera, mientras Ernesto de ocupaba de limpiar de programas y aplicaciones inútiles del computador de Carolita, encontró el segmento de una conversación grabada. Era su sobrina, que había chateado con un tal Gabriel, quien decía tener seis años de edad. Este chico, al parecer muy despierto, le decía a la chica que estaba estudiando en tal colegio, que vivía en el Barrio Alto y que le gustaban mucho los dibujos animados. Carolita, a su vez, le contaba que estaba aprendiendo a usar su computador y que tenía una colección completa de muñecas Barbie.
Hasta allí todo bien, pero, sabedor de los engaños que suelen producirse en la red, avisó a los padres de este asunto y se dio a la tarea de ir registrando cada conversación de la pequeña.
Transcurrido un mes, los temas de conversación entre Carolita y el niño, eran los consabidos para su edad, pero, en una ocasión, Gabriel le había pedido a su sobrinita que colocara una cámara para conocerla. Como Ernesto era demasiado sobre protector con Carolita, sospechó de inmediato. En realidad, el asunto no ofrecía ninguna arista extraña y sólo el exceso de celo del hombre, le confería a la situación un carácter inusitado. Aún así, y como no podía negarse a ninguna petición de su sobrina, adquirió una cámara web y la instaló en su computador...
(Lo que viene, es sorprendente)
|