En las cercanías del lago Rupanco y tras las intensas lluvias de Julio, aparecían en los hualves que se forman producto del desborde de los esteros unos seres diminutos viscosos y chillones que mi tía Anita solía llamar Majucos.

Nadíe aparte de ella y mi difunto tío Alberto parecían haberse percatado de su existencia. Sólo aparecían cuando gran parte del terreno inundado se había retirado convirtiendo las zonas bajas en un enorme lodazal.

Mis recuerdos de ese campo se han ido borrando con el tiempo y sólo me queda en la memoria la fría y húmeda sensación de unos diminutos piececitos pegajosos caminando en mi mano, unos ojos penetrantes y una cierta expresión de curiosidad en el pequeño majuco, claro indicio de cierta forma de inteligencia.

Pero lo que nunca olvidaré, fué esa noche sin luna de Agosto cuando vimos elevarse por el cielo cientos de miles de pequeñas lucecitas pálidas y tiritonas.

Desde ese día nunca los volvimos a ver, ni mi tía, ni yo , ni nadie más.