"El mundo del SIDA" (escribe:borarje)
En la adolescencia aprendí a dar un poco de mi tiempo para realizar tareas de servicio social en un hospital psiquiátrico. Convivía con los internos mientras impulsaba sus sillas de ruedas por el jardín, conocía sus historias, los escuchaba.
--Saber escucharlos es muy importante, no se imaginan lo mucho que significa para ellos hablar con alguien, escúchenlos muy atentos –nos había advertido la religiosa encargada de instruirnos para integrarnos al grupo de servicio social.
Tal experiencia ha sido siempre muy significativa en mi formación. Puedo afirmar que marcó la diferencia entre un adolescente con un rumbo trazado y un adolescente con la brújula perdida.
Fue así como decidí inducir a mi hijo adolescente a involucrarse en tareas similares. En días pasados acudimos a una casa-hogar para enfermos de SIDA en fase terminal. Resultó impactante, incluso para mí.
--Es inaudito que los políticos manipulen cifras para aparentar que el problema está bajo control –nos dijo sor Teresita, la religiosa a cargo del lugar –las cifras de portadores del VIH se han disparado, pero lo peor es que hace cinco años el mayor número de contagiados tenía entre 35 y 40 años de edad; ahora se trata de jóvenes de entre 15 y 20 años.
--La juventud de ahora tiene muchas libertades, responde a sus impulsos, a falsos satisfactores que les han inducido. Los jóvenes reciben mucha información sobre lo que es el SIDA, por la TV, al través de los diarios, revistas, campañas oficiales; hay mucha información, lo que está fallando es la formación –comentó.
Allí conocimos a “Luis”, uno de los internos. Escuchamos su historia, historia que terminará en unas pocas semanas.
Conoció a “Laura” en una discoteca, de la misma manera como se conocen todos los días miles de adolescentes. “Luis” tenía 16 años de edad y acudía con frecuencia a las discotecas, especialmente los fines de semana, a pesar de la ley que en México, como en casi cualquier parte del mundo, prohibe a menores de 18 años ingresar a centros nocturnos.
Aquella noche “corría con suerte”. Desde otra mesa, una mujer algo mayor que él no le quitaba la vista de encima.
--Ya ligaste; llégale...
--Qué esperas, órale, te está lanzando el calzón...
Y así lo animaron sus compañeros de visita al “antro”. “Luis” se acercó a la chica y la sacó a bailar. Danzaron hasta quedar exhaustos, la llevó a su mesa y le presentó a sus amigos.
--¿Salimos un rato a la playa? –sugirió “Laura” y ambos salieron a caminar por la arena bajo la luna. No faltaron algunas sonrisas de picardía entre sus amigos mientras ellos buscaban la salida.
Se fueron conociendo, fueron intimidando y sucedió. Allí, sobre la blanca arena, junto al mar, bajo una hermosa luna tuvieron relaciones sexuales.
Una vez repuestos, “Luis” sugirió a “Laura” regresar a la disco con sus amigos. Ella se disculpó.
--Debo llegar a mi casa, tengo permiso hasta esta hora, mejor acompáñame a mi auto; si quieres nos vemos otro día.
En una servilleta desechable, apoyada en el capó de su vehículo y con lápiz labial, “Laura” anotó su teléfono y su dirección para concertar el reencuentro, luego deslizó el papel en el bolsillo de “Luis” mientras lo despedía con largo y candente beso.
“Luis” regresó con sus amigos, soportó los comentarios de ellos, bailó con otras amigas ocasionales y hasta contó al detalle todo lo ocurrido en la playa. Fue hasta que iban de regreso a sus hogares cuando sintió curiosidad por leer los datos de su nueva amiga. Sacó de su bolsillo la servilleta y encendió la luz interior del auto para poder leer.
De inmediato cambió su rostro, palideció y quedó petrificado. En lugar del número telefónico y la dirección que esperaba encontrar leyó: “Bienvenido al mundo del SIDA”
Seis desesperantes meses después, luego de muchos análisis le confirmaban la noticia: Había sido contagiado. Tres años después comenzó a experimentar los primeros síntomas:
Agotamiento prolongado e inexplicable, nódulos linfáticos, fiebres y largos resfriados, sudoración excesiva, especialmente por las noches, llagas en la boca, tos y dolor de garganta, dificultad en la respiración, diarreas, dolor de cabeza y sobre todo inexplicable pérdida de peso.
Hoy espera la muerte con resignación, podría decirse que contento porque todo su sufrimiento terminará pronto.
--Estoy preparado espiritualmente. Sé que Dios me espera para una mejor vida. Ojalá hubiera podido vivir mejor esta vida, pero eso ya no importa...
--A “Laura” la perdoné cuando en mi desesperación de los primeros momentos “en el mundo del SIDA” comenzó a germinar en mi mente el deseo de vengarme de la misma manera. De pronto me encontré con el deseo de hacer a alguien lo mismo que me hicieron.
En éste último pensamiento está la parte medular de la historia: “De pronto me encontré con el deseo de hacer a alguien lo mismo que me hicieron”.
En Cancún, costa mexicana del Caribe.
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