Busco un lugar donde los miedos sepan a limpio,
donde la memoria sea selva que convenga tenerle respeto,
quisiera simplemente encontrar la voluntad del silencio,
donde el silencio no tenga interpretación vana,
donde la cordura no desespere ni sea atacada,
donde se reconozca la locura como aceptación templada.

Busco la silla vacía, los prados poblados y mi lugar esperándome,
la cara sorprendida del sol al verme,
la fiereza de sus rayos molestos por encararlo,
busco sencillamente el valor perfecto para medir humanos,
el dinero subordinado a un juego, la piel del pecho descubierta.

Busco nuevamente la persona amada, la que no habla, no grita,
la que resucita por necesidad,
Camino para chocarme con rocas y preguntarles, ¿qué carajos hacen aquí?
busco los ojos trasparentes de la pobreza,
los que no se adornan, pues no tienen con qué.

No busco el abismo de la indiferencia,
pero le cedo la importancia justa a la soledad,
aventurar sin misericordia, sin presiones de objetividad.

Busco la muerte que tiende a ser lo más parecido a lo que busco,
la muerte que no es oscura, la que no requiere purgatorio,
la que no deja entrar la superficialidad.

Busco la vampira que me absorbe la tristeza,
la que me quita la posibilidad de volar,
la que me ciega los caminos que me llevan a llorar,
por cierto, busco también el llanto del veneno,
Del sonido y de mi entierro.

Busco la manera más sutil, de preguntarle a Dios
si la realidad no es cierta, ¿para qué los colores,
las mariposas y los peluches de algodón?,
¿Para qué el trigo del vientre femenino,
para qué las palabras y para qué la imposibilidad de encontrar la verdad?