Como el transporte era un tema delicadísimo en Santiago, puesto que no daba abasto para satisfacer a la población, se realizaron inversiones millonarias para crear una nueva red de trenes subterráneos, la que iría en beneficio de ese público enardecido, que sólo deseaba llegar a su trabajo en las mañanas y en la tarde, a sus hogares.

Pronto, esto se hizo insuficiente, por lo que se inició una tercera red y poco después, una cuarta. Pero nunca fue bastante, ya que la población crecía desmesuradamente, ahora, con esos hábitos de rata incrustados en sus genes. Y es sabido que los roedores se multiplican con una facilidad pasmosa.

Por allá por el año 2045, Santiago era una extensa superficie vacía. Todo se hacía bajo tierra y eran tantas las redes del tren subterráneo que ya se había perdido la cuenta. Algunos aventuraban que eran 6.500 y otros se la jugaban por 7.200.

Aún así, la población santiaguina se estimaba en unos mil quinientos millones de blancuzcos seres, hormiguero humano que se repartía por todos los subterráneos de la ciudad.

Cuando se creó la enésima red, uno de los trabajadores que laboraba en dichas obras, resbaló y fue tragado por un pozo profundo y años después, cuando regresó de todo aquello, contaba: -"Sentí que era aspirado y de pronto, me encontré con una escala invertida. Entonces me dije, “difícil es que yo trate de dar vuelta algo de tanta envergadura. Por lo que, me di vuelta yo y subí y subí, ¿o bajé y bajé?, hasta llegar a una enorme estación de trenes subterráneos. Cuando uno de esos bólidos se detuvo, trepé y me percaté de la palidez extrema de los pasajeros, de lo delgados que eran y la jerigonza extraña con que se comunicaban. Lo más divertido fue, cuando llegamos a la estación terminal. Cuando yo pensaba que había llegado a Peñalolén, me percato que, en realidad, estaba en Pekín.”

Desde este pasado remoto, insto a los futuros santiaguinos a que piensen en otra solución para sus innumerables problemas de transporte...