Se conocieron en un bar. Fue amor a primera vista. Un remedo de Modigliani y un pequeño muñeco de trapo sin ropa ni cara... Del pintor poco se sabe, pues hasta su nombre se le olvidaba, pero del muñeco sí se sabía el nombre, se llamaba "Nadie"; se lo había puesto una muchacha ebria que lo dejó olvidado en la barra.
De algún modo, ambos terminaron en el fondo de la misma botella de vino, el eco era seductor y tormentoso a la vez. Lamieron el fondo del vidrio y se arrimaron uno al otro para salir, fue toda una peripecia, malabarismos de payasos en los que terminaban matándose de risa uno sobre el otro.
El pintor, animó al monigote de trapo a continuar la ronda filosófica en casa. La cierto es que, sólo recuerdan dos estadios del viaje: la acera regada de musgos y hojarascas en la que resbalaron y se quedaron a ver las estrellas, y el cuartucho del pintor... con cortinas volantinas y alguna botella en el ricón de las velas.
De inicio, empezaron sobre un papel, pero era demasiado delicado para sus trazos de carbón, pasaron al lienzo, pero a Nadie se le dio por rasgarlo pues así se veía mejor el óleo, al final terminaron en el muro de la habitación. El carbón se hizo sepia, pastel, acrílico, óleo, bettún y hasta cenizas de cigarro, todo se entremezcló entre sus manos. Cuando terminaron, se alejaron despacio, hasta quedar prendidos del muro opuesto, se deslizaron hasta caer sentados, se dejaron hipnotizar hasta escuchar una música mientras las velas se consumían.
Tal vez fue el pintor quien llevo el muñeco al dormitorio, o quizas Nadie. Pero aún en sueños siguieron pintando.
Por debajo de la puerta, el cuadro se deslizó con cuidado en busca del toque final. Se irguió al lado de ellos y dejó que el viento de la ventana lo azotara para, con un plaf, despertar a sus obradores. El pintor levantó pesadamente el cuello, cruzó miradas con el cuadro y, declarándo amor mudo con sus ojos, sus labios dijeron "estas hermoso"...
Siguió la noche entre trazos y sueños. Soñó con la poetiza que una vez pintó al desnudo, la soñó estar por las floristas del cementerio, por eso fue al día siguiente donde las floristas; la soñó con un vestido blanco y salpicado de violetas, por eso le llevó un sombrero de cinto violeta; la soñó al atardecer, y al atardecer llegó; la soñó recostada a un muro blanco, sobre ese muro el pintor apoyo sus puños; soñó que la besaba, y besó el atardecer en el muro; soñó que se despedía, y ahora está pintando en un lienzo un poema. Nadie lo sigue con atención, mira su reloj y sabe que se hizo tarde, también lo presiente el pintor que se ha quedado parado viendo morir el sol.
Escuchan llegar la lluvia y la gente correr. Bajo una cabina de teléfonos un violinista cobija su madero y empieza una solo. Nadie se encoge de tristeza y el agua despinta la piel del pintor.
Cuando cesa la lluvia, en la cornisa de un ventana secan, invisiblemente, un ovillo de lana y un tizón...
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