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COMO ANILLO AL CUELLO
La tristeza pasa. Al menos eso creía, pero después de diez años aún siento el flagelo de su ausencia y el pesado fardo de su recuerdo. Todo comenzó en los salones de la facultad, un buen día de comienzo del periodo académico, las precisiones no vienen al caso, más cuando hace tiempo murió la novedad de los nuevos ingresos, esa pequeña cosquillita en el vientre de sólo imaginar un grueso numero de adolescentes cruzando el umbral de la vida adulta, sintiéndose mujeres y comportándose como tales, aunque apenas se están bajando del tren de la pubertad. Tiene que haber sido como todos los años, la presentación de rigor, las miradas furtivas, las risas nerviosas, las pequeñas notas relacionadas con el horario, la bibliografía de la materia, un pequeño resumen del currículo del profesor y por supuesto mi numero telefónico. No hubiese sido nada más de lo habitual si no veo una lagrima, grande y brillante rodar por una mejilla en el preciso momento que avanzaba por el pasillo donde se encontraba su fabricante. Eran unos ojos expresivos, unas pestañas negras y largas, una cabellera como tinta de impresora y la cara más bella que han visto mis ojos. Debo confesar que jamás había tenido una reacción tan intima y audaz en mis años de docencia y creo que después de esa, mis fuerzas flaquearon hasta para dar un beso en la mejilla. Al terminar la recorrida por el pasillo, lejos de tomar la curva que marcaba el final de la fila y comenzar la recorrida a la inversa por la fila adyacente, me instinto me hizo devolver por la misma fila y una fuerza incontenible me hace detenerme en diagonal detrás de la virgen llorona, lenta y suavemente acaricie su cabellera ante la atónita mirada de los alumnos más cercanos a la escena. Cuando ya retiraba la mano, arrepentido de mi impulso, la de ella se posó sobre la mía y prodigó la caricia más corta e intensa que he sentido en mi vida, no fue un leve roce, fue como una retención fugaz, una pequeña tenaza que pretendía aferrarse a una nube, o al menos así lo traduje en aquel momento y creo no haberme equivocado. Inmediatamente perdí el hilo de la exposición, mi cabeza era una centrifuga de pensamientos dando vueltas a vertiginoso ritmo, mientras yo trataba en vano de agarrar al menos uno para no perder la lógica secuencia ante unos seres que pensaban que todo lo que decía tenia importancia capital. Lamento haberlos defraudado, mi cara debe haber sido un tomate en su exacta maduración y mi lengua la de un borracho somnoliento, lo que provoco al algunas risas nerviosas y mi impulso infantil de recoger mi maletín, El Código que sobre el reposaba y salir en loca carrera en dirección a la coordinación, donde me debo de haber tomado unas cuatro a cinco tazas de café para calmar mi excitación.
Esa semana no fue como las otras, es más, jamás fue como ninguna que hubiese vivido, mis compromisos de abogado, padre y esposo, copaban con su asfixiante manto mi monótona vida. De haber elaborado un calendario de actividades semanales, el mismo podía haberse fotocopiado hasta el fin de mis días sin que hubiese sufrido grandes alteraciones, podía haberse cumplido como el tratamiento del enfermo Terminal “al pie de la letra”. Sólo su llamada, me detonó la vida y su explosión aún deja huella en mi maltrecho ambiente. –Hola, perdona por la escena, tiene su explicación y pronto te la daré.- No había transcurrido una hora y aún daba vueltas en mi cabeza una lagrima, mezclada con cabellera, una cara, pupitres, lámparas y una mano que quema, no con dolor sino con placer. Quise hacerme el desentendido -¿Si.. Quien habla?- y un reproche como un disparo –¡No te hagas!. Sabes quien te habla.- Dicha expresión obligó a cambiar toda la trama de este ridículo sainete y entrar en terreno recto de una vez. -¿Dónde estas? pregunte. –En el cafetín frente a la facultad. Tenemos que hablar.- Perdí inmediatamente la cordura y rompí cierto código de conducta que había mantenido inalterable por tantos años, como no reunirme a solas con alumnas en sitios visibles de la Facultad, salvo que fuese en compañía de algún colega profesor o en oficinas administrativas. Existen fuerzas poderosas que controlan la voluntad. –Pídeme una manzanilla, voy en camino- y me enfile como un autómata al sitio de encuentro. Se encontraba sentada en un agradable rincón que permitía visualizarla desde la entrada y sin muchas personas en las adyacencias a pesar de la respetable concurrencia del sitio por la hora de clases. La jornada nocturna atrae muchos alumnos adictos a la cafeína, esclavos de oficinas que sacrifican algunas horas para alcanzar una carrera y que más que ingerir la mezcla marrón parece que lo requirieran por transfusión. Me acerque y senté justo en el momento que el mesonero ponía sobre la mesa una taza de agua humeante con una bolsita de manzanilla que flotaba como una balsa en el Orinoco. –Al grano- Repique. Su mirada pareció perderse detrás de la raya de un imaginario horizonte y posarse a la velocidad de dos sorbos de té, sobre mi entrecanosa cabellera. Continuó detallándome, posando sus miradas en mis anteojos, luego saltó el acrílico de su montura para posarse en mis ojos, bajo lentamente a mi boca, subió sin prisas a mi frente, repaso el contorno de camisa, para detenerse en mis manos y sin darme tiempo a buscar en mi bolsillo los cigarros y el encendedor, me las retuvo con fuerzas sobre la mesa, me perforó los ojos con una mirada retadora y me dijo -¡Desgraciado. Te amo!- Como por un impulso de un sistema hidráulico se levanto de su silla, tomo su cartera y los libros y se perdió por la salida, sin darme tiempo ni siquiera a tartamudear, que era lo único seguro como reacción. Me deleite por unos instantes con su figura esbelta, su larga cabellera, el contorno de su cintura y su perfecto trasero. Y me pregunte ¿Esto me esta pasando a mi?. Con una rara mezcla de excitación y temor, encendí un cigarrillo y termine mi manzanilla, aún con la indecisión entre salir corriendo tras ella, o cavar un hueco bajo la mesa y refugiarme hasta tener el valor de hacer algo más que fumar y pensar. Transcurrido un rato y luego de afinar estrategias entre regresar al salón donde salí hace rato; dirigirme a la coordinación a esperar; irme a casa o buscarla hasta debajo de las alfombras, se me encendió el entendimiento. ¡El celular! claro allí esta grabado el numero desde el cual llamó. Como un pistolero del viejo oeste desenfundé el artilugio y me dispongo a revisar las llamadas entrantes, cuando para mi decepción la última llamada señala “numero desconocido”, como si para los japoneses pudiesen existir dígitos desconocidos y los maldije en silencio. Lentamente tome mi maletín, deje un billete sobre la mesa y me enfile al estacionamiento. No es un día apropiado para inventar nada y así lo acepte con gris resignación.
Esa noche se multiplicó mi acostumbrado insomnio, ni las tediosas novelas que reposaban sobre la mesa de noche lograron derrumbar al gigante de ojos lechuzos, cada minuto volvía a empaparme la lagrima, a cobijarme una cabellera negra, alumbrarme unos ojos brillantes, a despertarme una voz, a cabalgarme unas caderas, a succionarme unos labios y morderme unos blancos dientes como una ficha de dominó. No lograba entender nada de lo que sucedía. Me hacia mil preguntas o obtenía nulas respuestas. ¿Se puede amar en tres segundos? ¿Desgraciado porque? ¿Me conoce de algún otro sitio? ¿Qué tiene que ver la lagrima en todo esto? ¿Por qué tan directa? ¿No se arriesga a un rechazo? ¿Por qué esa seguridad? Preguntas sin respuestas son como contusiones, te inflaman pero nunca revientan, por algo son más dolorosas y angustiantes.
Al pasar los cuarenta ya la personalidad se encuentra definida, sobre todo si eres un personaje publico, no existe posibilidad de innovar, transformarse o cambiar de look o estampa, cuando mucho la sociedad admite un cambio de corte de cabello, si tienes la suerte de tener suficiente sobre tu cabeza, sin embargo la llegada de ella a mi vida dio un vuelco vertiginoso a mi forma de ser. Comencé a comprar camisas juveniles, arrincone en el closet los pantalones de casimir y me habitué a los jeans, las chaquetas deportivas y cambie los viejos lentes de carey por una montura metálica y con cristales al aire. En fin, pretendía retroceder en la edad ya que ella no podía alcanzarme, tratar de llamar la atención que tenia fijada en mí y acrecentarla. Luche hasta lo indecible para verla, sin justificación ni motivo recorría muy seguido el pasillo de su curso, con pretextos que se hicieron banales y despertaron suspicacias en los demás alumnos. Pero mi estrategia no daba resultados. No tenia su teléfono para oír su voz por una grabación, si no lograba comunicarme. Se había perdido de la facultad, eran casi tres semanas que nadie sabia nada de ella, ningún compañero podía dar noticias por cuanto era el comienzo del curso y no había dado tiempo a intimar y conocerse. Sólo quedaba un recurso y lo utilizaría. Aprovechar mi confianza con al licenciada Noemí, Jefa de la Control de Estudios y única autorizada para manipular los expedientes de los alumnos, para averiguar algún dato, dirección, teléfono residencial, trabajo o cualquier indicio que permitiese su ubicación. La estrategia funcionó, sin un argumento muy convincente me permitió penetrar en la división de archivos y luego de indicarme la forma de manipularlos y la ubicación por año y orden alfabético, me abandono a mi suerte entre una interminable fila de estanterías. Problema numero dos ¿Cómo se llama? por ser comienzo de curso aún la universidad no entrega la lista oficial de alumnado y yo, un profesor tan descuidado y cómodo, evitó el ordenar listas elaboradas en clases por los alumnos por la incomodidad de engrosar de papeles mis carpetas y maletín. Revisó al azar un expediente ya pensando retirarme cuando veo una foto en el recuadro superior de la primera página del expediente, donde figura la planilla de preinscripción. ¡Claro, los expedientes tienen la fotografía del alumno! Manos a la obra. Primer Año Sección “C”, en perfecto orden las retiro del estante, las traslado a una mesa cercana y comienzo la revisión con más ansias que orden, más o menos a la sexta carpeta, veo esa mirada que llevo soldada a mi costado. Alejandra del Valle González Pernía, 25 años, Licenciada en informática, Dirección exacta y una dirección de Trabajo, una operadora de telefonía celular en el centro de la Ciudad, su teléfono y Estado Civil Soltera. Era tanta mi emoción que pensé por un momento arrancar su fotografía y guardarla como único recuerdo del ángel del amor, pero reflexione y sentí traicionar la confianza de quien me había facilitado la búsqueda. En perfecto orden ubique las carpetas en su estante y salí viendo un día más brillante y risueño.
¿Y ahora? ¿Llamarla? ¿Enviarle alguna correspondencia? ¿Llamar a su trabajo? ¡No mejor que eso! Presentarme en su trabajo con el justificado pretexto de adquirir un teléfono celular y lograr abordarla. Durante toda la semana le di vueltas a la estrategia hasta que decido recorrer el Centro Comercial, a pesar de presumir el sitio exacto no quería correr riesgos, decidí hacer una visita inocente por sus adyacencias y preparar mi coartada. Para mi suerte en el nivel superior y casi en diagonal se encontraba un café que tenia estratégicamente habilitadas pequeñas mesas redondas y sillas al borde de la baranda, desde allí se tenia una panorámica casi total de la tienda de celulares que se encontraba forrada de cristal y las personas que se movían dentro parecían nadando en una gran pecera. Después de mi segundo café y quinto cigarrillo, sin haber perdido más que segundos de observación, la veo deslizarse desde una oficina interna hasta el mostrador, conversar con una dependiente, realizar una operación de caja y volverse a perder en dirección a la única oficina privada en toda el área. Por la ubicación inmediatamente percibo que desde el pasillo contrario al sitio donde me encuentro podría verla con claridad, incluso dentro de su reducido espacio de trabajo. Cancelo la cuenta y bajo por la escalera eléctrica contraria al sentido, pensando talvez ingresar por la parte trasera de un centro comercial redondo y sin puntos cardinales, pero la excitación me tenia desorientado. Camino lentamente por el pasillo y por fin la veo de perfil sentada en un escritorio, pensé por un momento detenerme a contemplarla, pero resultaba muy evidente mi interés en una vidriera donde no había más que una princesa trabajando. Por suerte hay una librería en frente de su ubicación y decido antes que me reconozca entrar en la misma y hurgar en la estantería que da frente a mi objetivo, se había acabado mi suerte, la estantería de libros era precisamente el género que más detesto, la bendita autoayuda. Una manada de mercaderes que pretenden dar buenos consejos luego de haber gozado una vida, aconsejando a sus lectores que se alejen de las tentaciones que ellos recorrieron hasta la ultima estación, pretendiendo ser más humanos, puros y celestiales que todos y vendiendo libros que enseñan a vivir por capítulos y en ediciones de lujo. Entre Coelho, Carlos Ruiz y otros que no quiero recordar, transcurrió más de una hora, por lo que avergonzado con el dependiente que me pregunto más de una vez si encontré lo que buscaba, me resolví comprar en otro estante y sin mucha selección la última novela de Isabel Allende “La Suma de los Días” y perderme entre la gente. No me atreví ni siquiera acercarme a mi sueño. Mi contacto necesitaba un plan más acabado y yo temblaba de excitación. La guerra y la paz necesitan serenidad para enfrentarlas, no era mi momento más adecuado.
Esa noche se multiplicó exponencialmente mi insomnio, lo que antes representaba un flagelo, hoy lo anhelaba como un premio, deseaba que mi bandeja de entrada de mi correo estuviese a reventar, que pasaran del centenar para matar a punta de Kilo bites las horas, habían al menos treinta con los cuales me entretuve hasta que el ardor en los ojos, más que el sueño me hicieron acostarme. Antes recorrí las pocas floristerías que se anunciaba la red en mi Ciudad y las incluí en mis planes cercanos. Se preparaba toda una artillería al mando del General más novato que hubiese pisado un campo de batalla. Sólo compensaba mis carencias y nula experiencia de galán otoñal, la enorme desfachatez que da el enamoramiento en la madurez, capaz de poner a bailar rock con un piercing en la lengua al mismo Santo Padre, así yo me sentía y lo peor creo que tenía motivos.
“Querida Alejandra: Aprovecho que mis manos dejaron de temblar por un momento para escribirte la presente. Te preguntaras ¿a que se debe todo esto? e incluso te permito por unos segundos que pienses que estoy medio loco. Yo lo confirme hace bastante tiempo y no fui benigno conmigo, consideró que lo estoy totalmente, máxime cuando el motivo de mis trasnochos es una princesa a la que le doblo la edad y que quiera Dios este leyendo esta carta. Si me preguntaras que hiciste para sacar de sus estrictos cánones de comportamiento al profesor más circunspecto de la facultad, te podría responder que hay gotas que desatan tempestades, gotas como la lagrima derramada en la presentación de mi clase, caricias que despiertan el gigante dormido que todos llevamos dentro y que a mi edad, se levanta con más bríos, de sólo pensar que se acorta el camino que otros tienen la dicha de empezar al principio de su recorrido. Caricias como la que me prodigaste en el dorso de mi mano cuanto trate de consolarte de un dolor que sólo tu conoces o una emoción que sólo tu sientes, pero que trasmites como se trasmite el calor al borde de la llama. Nuestra corta y confusa reunión, donde ratificaste mi condición de desgraciado y me dejaste un “te amo” pegado en mi piel como una cicatriz mal tratada y peor curada. He perdido mi poca cordura tratando de encontrarte, he contemplado tus delicadas manos en tu trabajo, he visto tus piernas alejarse como huyendo de un fantasma y yo, tratando de alcanzar lo inasible, lo etéreo, pellizcando una nube, mordiendo la brisa, abrazando el silencio, arrullándome con la soledad que dejaste detrás de ti. ¿Amor a primera vista? Nunca pensé que existiera, pero ¿Qué puede ser lo que siento? Te sueño, te oigo, te veo, te siento y lo peor, te extraño sin haberme dado tiempo a necesitar tu presencia. Es como decidirse a respirar de otro aire que no tenemos y alumbrarme con la luz que viene de tus ojos, aun que me encandile y me queme las retinas. ¿Quién eres mi extraño y dulce flagelo? No me interesa. No tengo nada que ofrecerte, o mejor, tengo sólo para ofrecerte el profundo Amor que despierta en la madurez y que quiere renacer en la flor más deslumbrante del jardín de la ilusión, quiero encadenarme en tu cabello y que comencemos el viaje a las estrellas de la galaxia del amor, mi nave esta lista ¿Te atreves a ser mi única pasajera? Quien te ama en silencio, pero por dentro lo grita. Carlos Alberto. Pd. No opaques con tu belleza las flores que te envíe, no tienen la culpa de mi exigente elección. Recibirán con alegría resignada el día que se marchiten.
Con esta carta y el más acabado arreglo floral que existía en la tienda de flores, el profesor Carlos Alberto Palacios se jugaba la más peligrosa apuesta, en la más audaz partida que haya enfrentado. Como quien desea asistir a su propio entierro, existen situaciones que no nos perderíamos por nada del mundo y el percibir la reacción de su pretendida, así fuese a la distancia de la librería era un placer que despertaba morbo y curiosidad. Debidamente sincronizado con el empleado que lleva el ramo, decido refugiarme entre los libros de autoayuda para apreciar de lejos el más minino gesto que la distancia permitiese. Momento esperado, el mensajero se divisa por el pasillo, titubea al final de la escalera, dos giros desorientados hasta que por fin se enfila en dirección a su objetivo. Pregunta en el mostrador, le confirman la identidad y recibe el envío un joven flaco y desgarbado que inmediatamente se dirige a su oficina y luego de poner el arreglo floral sobre el archivo más cercano a su escritorio, entrecruza palabras con mi princesa y sale sin prisa. Tres pasos hasta quedar frente a las flores, un delicado deslizamiento entre las ramas bajas y tiene la carta en sus manos, se percibe nerviosismo, un mordisco a la esquina del sobre permite perforar el resquicio por donde se rompe el espacio suficiente para extraer la esquela, un leve apoyo del codo derecho en la esquina del archivo, pareciera programado pero era más difícil por la ubicación no verle la cara, y efectivamente no se la veo, una rápida peinada con los dedos en su cabellera como con ansias, un dobles del papel y un giro milimétrico frente a mi ubicación, como si una revelación le hubiese señalado mi escondite. Vista al techo y una mano debajo del parpado, nuevamente bajo el otro, muestra inconfundible de lágrimas, de maquillaje estropeado, de surcos negros como zanjas y arrugas en el corazón que impiden saber que sentimientos las generaron. Unos cortos pasos a su escritorio y un inconfundible discado desde su celular, sólo segundo para que mi aparato en la pretina del cinturón comenzará a vibrar, respiración entrecortada, un aló de reconocimiento y una cortante pregunta -¿Puedes hablar?- Me quede sin habla, luego de un corto carraspeo, -claro que sí- -Gracias por las flores, también por la carta, pero no quiero que esta locura siga adelante, no puedo ocultar mis sentimientos hacia ti pero, continuar seria la peor equivocación que podríamos cometer y no valdría arrepentirse. Se quedo suspirando en el teléfono como esperando alguna confirmación, cuando decidí disparar al centro de la diana –¿te puedo esperar en el cafetín del nivel superior?- Por un momento la vi alejarse del escritorio, dar una vuelta con la mirada hacia la entrada de la oficina, asomarse a mirar al mostrador y pregunto -¿ Donde estas?- rápidamente contesté -cerca de tu trabajo- -Nos vemos allí en diez minutos- y colgó sin más dilación. La mire en posición de exhalación, sentarse lentamente en su escritorio, guardar pausadamente el teléfono en su cartera y sacar un estuche de maquillaje, focalizar su cara en el espejo de la tapa, limpiarse el rimel corrido, retocó delicadamente el brillo de su labial, unos leves encrespamiento de sus pestañas, unos brochazos de algo que me imagine era rubor y un recorrido de peine por una cabellera que no necesita alisamiento, para ponerse de pie, estirar el pliegue de su falda, enganchar su cartera en el hombro derecho y dirigirse al lugar de la cita. Quise salir corriendo por el pasillo opuesto y subir a toda prisa, instalarme en una mesa y simular tener algún tiempo esperando, pero mis ansias de verla en toda su magnitud me hicieron reprogramarme y seguirla a prudente distancia, acercarme un poco en la escalera y contemplar su retaguardia sin ruborizarme. Mi extraordinaria fortuna permitió que entre ella y yo, se interpusiera una señora de casi una tonelada de peso, que con gran sacrificio encajaba en la escalera eléctrica y durante unos segundos sólo pude apreciar los tacones de sus sandalias entre el resquicio de visión que dejaban las nalgas descomunales de esa cortina humana. Al llegar la pasillo, apuro el paso y le susurro muy cerca –Buenas Tardes- Un calido beso en la mejilla fue mi recibimiento y una sonrisa que encandilaba todo el ambiente. Nos instalamos en una mesa y antes que el mesonero atendiese nuestro pedido, me volvió a tomar de manera disimulada de mi mano y me guiño el ojo seguido de un beso en el aire que sentí estrellarse en todo mi ser. Dos cafés con agua mineral sin gas y un cenicero fueron los mudos testigos de nuestro encuentro. ¿Qué paso? fue mi primera interrogante, que recibió la más amplia respuesta. –Desde el día de la facultad mi vida cambió por completo, tu no te acordaras de mí y no pido que lo hagas, la vida nos ha juntado más veces de las que puedas imaginar, conozco mucho de tu vida, se de tus tres hijos, tu esposa Carmen, tus novias ocasionales de la Universidad, tus ataques de tos fumadora, en fin, he sido tu espía y mi deseo de estudiar Derecho se debe precisamente a la posibilidad de tenerte. Las coincidencias afortunadas son como regalos esperados, como la carta de navidad de los niños, que casi siempre traen los patines que piden. En mi caso, fue más que afortunada, fue milagrosa, jamás pensé que el tan anhelado encuentro con el hombre de mis sueños, se pudiese dar mi primer día de clases, sin siquiera tener un horario y no haberme preparado para la ocasión. Pensaba deslumbrarte con un atuendo especial, un delicado maquillaje y ya ves, me sorprendes más fea que nunca y de paso llorando de la emoción, la rabia, el miedo, ¡que se yo! y desde ese día no he tenido el valor para regresar a clases. Sin embargo, este encuentro lo esperaba, aunque no con flores incluidas, que están muy lindas y esa carta conmovedora que aún me mueve el piso. –Quise interrumpirla- pero con un leve gesto de silencio con su dedo cruzado en esos labios que provocaba comerse, me dejó paralizado. Me recosté más relajado en el respaldo de la silla y me resigne a ser un oyente fascinado. –Estoy segura –continuó- que todo esto es una locura. Tú eres un personaje público, un hombre maduro y conocido, no lo tomes a ofensa pero debes doblarme la edad y sin embargo me gustas cada día más. Nunca he cotejado un hombre y creo que nunca más lo intentaré, pero es un deseo demasiado fuerte y siento que cada segundo entre nosotros tiene su valor en diamantes, que no tenemos tiempo para devaneos y que lo que debo hacer, tiene que ser ahora. Tu llegada sólo indica un interés reciproco y tu carta lo termina de confirmar. Soy egoísta y posesiva, pero también soy extremadamente temerosa, los nervios me hacen hablar sin parar, para evitar escuchar algo que me pueda herir, no quiero que digas nada que pueda derrumbar el castillo de naipes que tengo construido, solo abre la boca para reforzarlo, sino prefiero contemplarte en silencio.- Ante tales afirmaciones que me dejaron fascinados, sólo me quedo confirmar todo con un deseo sincero. -¿Por qué estas siempre a la defensiva? ¿Por qué piensas que puedo herirte? si desde que te conozco no he hecho otra cosa que pensarte, imaginarte, transformarte, te has metido en cada una de mis neuronas y no creo que puedas salir con facilidad, me provoca paralizar el mundo por un segundo y robarte un beso tierno que me ponga a levitar con esa facultad que sólo tu tienes. No se que decirte o más bien, no encuentro que decirte de tantas cosas que tenia preparadas y que ahora están atoradas en la puerta de mi cerebro y no pueden entrar pero tampoco salir. Confórmate con que estoy dispuesto a cualquier locura por ti. Diseña nuestra ruta de fantasía que yo me embarco en el primer vuelo-. Luego de un breve silencio que sólo admitía contemplaciones mutuas, tomó su cartera, se levantó muy suavemente y cuando pensé hacer lo mismo, me tomo por el hombro empujándome suavemente sobre mi silla, se acercó por mi costado y lentamente bajo su cara hacia la mía, estampándome un beso en los labios que reprodujo toda la calidez del universo. No fue un beso apasionado, tampoco uno casto y puro, no tenia de inocente sin ser atrevido o vulgar, no duro mucho pero tampoco fue fugaz para no olvidarlo, tenia de todo eso y más, fue un contacto de labios que decía todo sin decir nada, pero sentí la misma cosquilla en la barriga que se siente en la primera caída de la montaña rusa, el desparpajo de Alejandra me dejó perplejo y frío como un helado. Con el néctar en mis comisuras sólo pude ver contoneándose su figura y alejarse, para voltear al principio de la escalera y realizar el inconfundible gesto con el meñique y el pulgar en su oreja y boca, para indicar que me llamaría. Quede como iglesia sin fieles, sorbiendo el ultimo resto de café, fumando un cigarrillo y dejando que se normalizará mi ritmo cardiaco para cancelar y salir volando, no por lo rápido, sino porque me sentía en las nubes.
Pasaron sólo unas horas para recibir la tan ansiada llamada, confirme que era una persona conocedora de mi rutina pues nunca llama en una situación comprometedora. Siempre existe el perfecto cálculo para no interrumpir una comida familiar, una entrevista con clientes, unas diligencias en tribunales o una reunión de negocios. Me encontraba redactando una demanda de divorcio cuando suena el aparato. -¿Puedes hablar?- no di tiempo a terminar, -¡Si!- respondí de inmediato. –Necesito que me acompañes, es un viaje corto a Puerto Encantado, tu sabrás como coordinas, es todo el fin de semana y puede que sea el único que podamos compartir, necesito tu respuesta de inmediato y si es negativa no lo digas, sólo cuelga.- Agradezco a Dios no padecer de problemas cardiacos como tantos de mis colegas, pues con estas impresiones de seguro, me gano al menos una taquicardia. Trate de serenarme y respondí. –No hay problema, donde tu vayas iré contigo, ¿Cuándo salimos?- -El viernes después de clases, nos vemos en la facultad, ah y otra cosa.- ¿Qué? –pregunte sorprendido. -¡Te Amo desgraciado! y el maldito pito del teléfono colgado. Nada se compara en emoción y excitación, ¿como hice?, como siempre se hace, un profesional respetado tiene clientes y patrocinados en cualquier lugar del país, un profesor también y esta era la coartada. Si argumentaba en casa patrocinios profesionales existía la posibilidad que mi esposa programase un viaje en familia, tú atiendes tus clientes y luego paseamos, compramos, comemos, jugamos etc, total es fin de semana. Pero la justificación de unas jornadas de clases la desarmaría, sabe por experiencia que llevan todo el día, que luego de concluidas existen brindis, cenas, homenajes y los mismos aburridos tópicos jurídicos entre colegas y alumnos que tanto la fastidiaban, no se atrevería a programar nada y seria la excusa perfecta, sólo faltaba la prueba. En mi computadora personal transforme uno de los tantos trípticos de jornadas que tenia prediseñados, le modifique a placer lugar, hora y fecha, cuidándome de no indicar un sitio que pudiese ser fácilmente rastreado por teléfono o Internet, construyendo de mi propia imaginación un salón de convenciones y eventos, con un pomposo nombre que por lógica debe terminar en center, en una dirección que ni yo conozca que soy su inventor. Acto seguido se debe ensayar una cara de circunstancias, de preferencias el día que regresaba más tarde de clases, justo al borde de la cama, con sólo la luz de la mesa de noche encendida y a punto de acostarme, luego del acostumbrado beso a mi mujer, un comentario como periférico –Los desgraciados de la Universidad me mandan a dar un curso este fin de semana a Puerto Encnatado, piensan que soy su esclavo- de seguidas el complemento –déjame ver el programa que ni siquiera lo he leído- y hurgo en mi chaqueta en todos los bolsillos para encontrarlo como siempre en el último que reviso. La lógica indica que una esposa comprensiva diría algo como –no te preocupes mi amor, yo aprovecho de ir con los niños donde mi hermana para no sentirme tan sola el fin de semana- palabras mágicas, un segundo beso de Judas y placidos sueños. La suerte no ha sido tan esquiva.
El día de la cita con el bolso preparado para una conferencia, sin ningún aditamento que levantase sospechas como gorra, traje de baño, bronceador, bermudas, sandalias u otras, esperaba en el estacionamiento como quien espera la entrega de un diploma. Por el retrovisor la diviso arrastrando un bolso de rueditas que más parecen un coche de bebes, me bajo para ayudarla, no tanto por caballerosidad como para apurar su embarque y evitar que ojos curiosos descubrieran mi fuga programada. Ya en el vehículo su cara parecía una lampara fluorescente, irradiaba luz y brillo, me estampo un beso travieso entre cara y labios y sólo dijo: -preparada-. Fue el viaje más placentero que hubiese realizado nunca, no me importó manejar horas de noche, no sentí sueño, hambre, sed, angustia sólo quería llegar al fin del mundo con ella y allí doblar y continuar nuevamente mi viaje de retorno, la música escogida por ella me parecía extasiante pese a no identificar sino el cinco por ciento de sus autores, sus leves caricias en mis escasos cabellos, su pelo arropando mi hombro, su mano pasando de repente por mi muslo, estratégicamente realizada la maniobra cuando me quedaba más de lo normal en silencio y que me catapultaba como un resorte, adivinando dobles intenciones que sólo perseguían mantenerme despierto y lo lograban con creces. La única pequeña incomodidad que pude sentir fue mi anillo de matrimonio, el dedo anular se encontraba hinchado y la sortija lo aprisionaba en su base produciendo un dolor unido a un cosquilleo. Al llegar la ciudad de madrugada, nos registramos en un hotel de regular categoría y donde para mi sorpresa existía una reservación a nombre de la Licenciada Alejandra González y su esposo. Luego de instalarnos, nos acostamos vestidos suavemente sobre la mullida cama y nos quedamos contemplándonos como unos poseídos, abrazados como sin fuerzas y susurrándonos amores que salían de los más profundo del ser, sintiendo el calor que emite el deseo y la placidez que brinda la paz interna, no podía arruinar el momento con ninguna caricia prohibida, las lenguas tenían un bozal, los dedos unas tablillas de yeso, el momento era sólo de ojos, de contacto paralizante y de reposo absoluto en la paz que sólo deben dar los sepulcros, ni proposición ni disposición, era demasiado alto el castillo de nubes y demasiado bello para disiparlo con algún movimiento en falso, así nos dormimos hasta que el frió del aire acondicionado y la erección de la micción me hizo despertar. De regreso del baño, su imagen dormida me enterneció, totalmente recta como mirando al techo de la habitación, emitía unos ronquidos como el León de las películas de Metro Golden Meyer y mantenía por momentos su boca abierta en unos tres cuartos de sus dimensiones, pensé en moverla pero me contuve para evitar despertarla, la única acción que realice fue poner una toalla sobre la lámpara de noche a los fines de oscurecer más el cuarto, creí que todas las personas son como yo, que les gusta dormir en una cueva. Abrí muy despacio el ventanal de la habitación para contemplar la ciudad desde el balcón y sumar una a una las luces que se iban apagando al compás del nuevo amanecer, tutelando como a un niño en su cuna el más mínimo movimiento y los sobresaltos de su respiración, todo era sublime y así debía permanecer, Dios había escrito este guión y nosotros debíamos interpretarlo a perfección. No admitía modificaciones. Decidí preparar un agua jabonosa a los fines de quitarme el anillo que me seguía torturando, lentamente comencé a masajearme el dedo y a realizar las fuerzas necesarias para desprenderlo, en el instante en que regreso de arropar a mi amor con la mitad del edredón que me correspondía y me quedo contemplándola una vez más, el anillo sale disparado en dirección a la cama y por el pequeño reflejo que dejó antes de perderse entre las sabanas fue a parar muy cerca de Alejandra y su mesita de noche, con el encendedor hice algunos intentos de buscarlo por la cama o debajo de ella, pero mi deseo de no despertarla pospusieron mi faena. En esos instantes exhala un ronquido fuerte y profundo, se voltea en posición fetal para seguir soñando con los angelitos. Mis vicios y mañas me hacen escaparme de la habitación por un momento en busca de mi droga matutina, en algún lugar cercano al hotel debe existir alguna cafetería, mi cuerpo lo pedía a gritos y mi mente se preparaba para una dura y excitante faena, la cafeína también puede ser, según la ocasión un afrodisíaco.
Para que seguir flagelándome y torturando a quienes desean leer el clímax de esta historia rosa y cursi. Soltare su desenlace como un machetazo en la yugular. Alejandra de ese sueño no despertó. El reporte del médico forense reza de manera textual “asfixia por atragantamiento e Infarto al Miocardio” mi matrimonio fue su muerte y la causa principal de su desgracia, el anillo que me torturaba al momento de desprenderlo fue a parar justo a su garganta, debía de padecer de asfixias temporales durante el sueño para no reaccionar de alguna forma que me hubiese permitido prestarle algún auxilio, mi vicio por el café me impidieron acompañarla en su breve agonía. Yo fumaba contemplando mi taza, a media cuadra y me deleitaba pensando en su cara cuando despertara. El escándalo me provocó más de un sobresalto judicial, considerables erogaciones para tapar mi conciencia, mi último divorcio, odio a los anillos, inmunidad a las lágrimas de las mujeres bellas y una tristeza con el nombre de Alejandra. Aún recorro los rincones de mi soledad en mis noches de insomnio como un penitente, mirando rodar una lagrima por una mejilla, mientras yo la intentó recoger en la base de un ramo de flores naturales que nunca se marchita.-

Texto agregado el 04-08-2008, y leído por 237 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-08-2008 me encanto la historia, me engancho hasta el final , el final fantastico y muy inesperado, fue muy ameno leerte ........besote almaguerrera
 
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