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Al enumerar el encuentro vital que significan en lo íntimo, las personas que se intersectan en mi camino, ser injusto y al cuadrado es uno de mis ingratos logros que se encargan de abultar mi mochila de deudas. Claro, la gente que le rodea a uno y se da el trabajo de soportarme las pataletas y lindezas de estirpe indignas de encomio se merece todos los honores y ha acometido en más de una ocasión con un misil de sabiduría en el momento oportuno, pero esperemos que madres, padres, hijos y toda la parentela y amistades heroicas tengan la paciencia en remojo. Los que la tienen. El caso es que hay aquellos que ungen sin proponérselo y sin tener un deber ni genealógico ni por simpatía (por escribirlo de algún modo) al respecto. Mis disculpas madre, ya llegará su turno.
Así ha sido el caso del Checho Lucho, o de Sir Gregory, y ya veremos cómo son de disímiles este par.
Sin ir más lejos, hace poco un ángel a punto de jubilar, flaco, con una bolsa de plástico, con un gorro algo colonial, pómulos sobresalientes y de dentadura equina, con una delgadez extrema y caminar torvo reparó en mí, aproblemado chofer trunco en un cruce de un largo atoramiento vehicular que me impedía atravesar con mi furgón para acudir diligente a una faena en Padre Hurtado. Me hizo festivas señas de que pasara no más, y yo le decía con gestos resignados que el taco de micros y camiones no me iba a dejar pasar nunca, con un resoplido hacia mi chasquilla. El caso es que me indicó con otro gesto que aguardara. Y haciendo alardes de policía del tránsito se entrometió laboriosamente en el taco, y frente a una enorme micro, tranquilizó un camión furibundo que hacía rugir la máquina amenazando pasar sin importar mi presencia, y con una mano en alto, controlando la cola de vehículos atochada, con la otra me hizo señas que pasara. ¡Pasé!, y el hombrecito hizo una reverencia de agradecimiento a los demás, agarró la bolsa y continuó su caminata de don nadie. Qué grata situación…, mis gestos entusiasmados los correspondió con sus señas a medida que me alejaba. Por el espejo retrovisor pude ver que interrumpía su trayecto para saludar a un perro.

Checho Lucho

Sitúese usted en primavera u otoño, cuando los pololos jóvenes se expresan abiertos y áureos el amor del uno al otro a través de un caminar abrazados y sin prisa. O cuando abordan la calle en jugarretas traviesas o aspavientos haciendo mohínas impostadas intentando recuperar el amor que se les va para siempre en ese instante de amargor y furia irreconciliable por culpa de quizás qué cosa. Observe a Checho Lucho, hirsuta su barba, sus ropas muy obsoletas y caminando con dificultad, cómo se manifiesta entre las parejas en estas épocas, porque no puede evitar realizar un casorio improvisado para los asombrados tórtolos, en plena vía pública y con su sonrisa sin dientes y de ojos achinados. Y en latín.
En dos ocasiones fui casado por este personaje, y cuando llegó el momento de la bendición, no pude evitar tomarla en serio, aun a sabiendas que ese señor flacuchento y emparafinado podía estar perfectamente enfermo del mate. Mis acompañantas de entonces quedaban gratamente sorprendidas, y yo continuaba un tanto más compungido.
Era en primavera y otoño cuando con más frecuencia se apersonaba Checho Lucho casando pololos. Se le podía reconocer de lejos haciéndoles finalmente la señal de la cruz posando sus palmas en las cabezas de los novios inesperados. El casamentero se alejaba satisfecho, los que lo conocíamos en esas lides comprendíamos y continuábamos nuestras sendas, y los pololos pasaban a ser nóveles esposos, al menos por ese día…
Tardé en darme cuenta dónde pernoctaba. Cierta vez, cuando iba descuidado (como de costumbre) con mi guitarra al hombro sentí que alguien de un pronunciar algo descachalabrado me llamaba a mi espalda. Era él, y saliendo presuroso mientras descorría cadenas y abría la reja de aquella casa, me preguntó si sabía algún tema de Los Chalchaleros. Sonrisa achinada. Fue cuando lo conocí mejor. Era clásico que desafiaba a los que abordaba en la calle que les hiciera cualquier pregunta, de química, de idiomas, de historia o de botánica. Me acuerdo que le pregunté por Alessandro Volta y por José Santos Ossa y algunas cosas en inglés que yo conocía. Acertó siempre. Cantamos una zamba. Otra ocasión cuando volvía cerca de la medianoche de mis estudios y me lo volví a topar, le invité a comer conmigo a la suerte de la olla, y fue cuando devino el acontecimiento capital.

Mi agnosticismo venía estrenándose con alguna pedantería desde algún tiempo, luego de un tránsito importante por las capillas y parroquias católicas. Es el momento en que se encuentran más interesantes las preguntas que las respuestas. O bien, se piensa que las respuestas son a la sazón muy pobres dada la riqueza de las preguntas. Fue cuando opté por dejar las interrogantes planteadas y sin la necesidad de respuesta pronta. Cuando mi afán por el misterio llegó más apremiante, y a sabiendas que para las revelaciones tenía la vejez, acaso…
Esa noche, transido de niebla espesa el férreo invierno de 1985, mientras comíamos arroz graneado con un revoltijo de atún con tomates, remojados los gaznates con sendos tazones de té, Checho Lucho me relató que había sido sacerdote franciscano en la tundra de Punta Arenas hasta que se enamoró hasta las patas sin derecho a reclamo ni devolución. Después de mucho pelear con sus demonios (y algunos ángeles ingenuos y faltos de vehemencia, digámoslo), abandonó sin más la orden por una mujer hermosísima que tiempo después lo dejó a él con la tetera puesta, por otro galán más solvente. Perdió entonces la chaveta (y el agua caliente) hasta el punto que llegó a vagabundear y pedir limosna. Su chifladura lo catapultó hasta Canadá (fue lo que me dijo. Le creí) y después pasó a Europa. Agregó que esa cojera penosa la había obtenido de un balazo errabundo durante la Segunda Guerra Mundial. Entre historias y retruécanos cantábamos la Zamba de La Esperanza o Llorarás o cuanta cosa pareciera de Los Chalchaleros. Con cierta mesura: mi madre dormía, creo, me mostró un inacabable juego de ingenio con fósforos que hasta hoy enseño. Contó que su paso por el Seminario le había prodigado conocimientos de diversa índole, y su travesía por el mundo lo llevó a los idiomas. Y bueno, inevitable como era la naturaleza del caso me contó finalmente el por qué de su férrea creencia en Dios, luego que yo le confesara con alguna tibieza mi agnosticismo falto de probidad y consistencia.
Y afloró su sabiduría develándole un hombre diferente al mendigo bonachón que conocí. Con aire pedagógico y condescendiente, cura al fin, dibujó en un papel que le acerqué, una aureola irregular circunvalándola con otra mayor intentando serle paralela “La célula…”, me dijo. Luego, algo que parecía el núcleo. Achuró levemente y con alguna impericia el espacio entre la corteza y el núcleo y en una sección dibujó lo que debía ser un corte para luego mostrarla en un aparte amplificado no sé cuántas millones de veces. Cargando nervioso el lápiz pasta hizo unas rayitas aleatorias. “Los cromosomas..., la información mínima y superior…”, me dijo. “Tu mapa: tú, pues…”, continuó y me miró con su sonrisa desdentada. Fue como si hubiera dicho Bingo o Jaque Mate o el mojado eureka de Arquímedes, porque le brillaban los ojos, mientras me ofrendaba una sonrisa. Serían como las tres de la mañana, al día siguiente yo tenía clases temprano, pero me resistí a cortar el hilo. “¿Me puedes decir si el Hombre es capaz de escribir tanta cosa trascendente en espacio tan reducido? ¿Crees que se puede explicar esto hoy…?”, y con un índice decidido apuntó el espacio intracelular sentenciando “por eso y nada más que eso, yo ya creo en Dios…”.
No habló de la fe ni de los dogmas ni de nada similar que yo haya escuchado antes de los entendidos y estudiosos del tema. Tampoco rebajó la inteligencia al punto de hacerla insuficiente para comprender los insondables misterios que rodean a Dios, como lo han hecho los doctores de la Iglesia. Sigo siendo agnóstico, pero esa fue la mejor explicación que alguien me dio para manifestarme el por qué de su religiosidad. Y me ha hecho ver que los menesterosos tienen más clara la película que nosotros, y de tarde en tarde se dejan caer en nuestras vidas para estremecer nuestros egos hipnotizados por las súper tiendas y el mercado de capitales..

Cuando Checho Lucho debía hacer un trabajo de gasfitería o electricidad a nivel de pololitos, partía a las cuatro de la mañana porque se iba caminando y por lo general le tocaba cruzar Santiago. Ahorraba todo porque no tenía nada. Sin embargo regalaba todo lo que tenía Creo que de haber sido un sacerdote como se lo había planteado en un comienzo, no hubiera tenido la riqueza espiritual que ostentaba cuando tuve la fortuna de coincidir con su rengueo crónico. Estaba viejito la última vez que lo vi…, ya se parecía a los niños.

Véalo usted, mientras camina lento hacia alguna parte, comiéndose un tomate con cáscara y todo. Yo voy a comprar pan y vuelvo.


Sir Gregory

“… siento tu palabra mustia como gritos quejumbrosos que evocan vacío…”, dice Sir Gregory, tembloroso, en mi programa radial de Radio Nahuelbuta, en mayo o junio de 1993, en un Curanilahue a punto de llover porque soplan vientos nocturnos en travesía, a ratos norte, otros costa. De fondo, Barroco Andino interpretando a Telemann, y mientras Sir Gregory percola en su lectura la sangre de su trabajo, Alejandro Valencia, el otro conductor, escucha complacido a ese muchacho mal vestido y peor calzado, y que recién el año pasado había visto concluyendo su enseñanza media. Alejandro pronto deberá dejar el programa porque el alcalde, don Fermín Fierro Luengo (Q.E.P.D.), días atrás le ha nombrado Director de Educación de la comuna. Así es que esa noche víspera del alejamiento de su pasión radial, se engrandece más aún entre los versos y cuentos del nunca bien ponderado Sir Gregory. Esa vez un peón se devoró a la sabrosa Reina que le coqueteaba dejándose acometer en jaques sucesivos…

Con Gregorio Sepúlveda, cual es su nombre de paisano, conformábamos por entonces un Taller algo camaleónico en donde nos brindábamos recíprocas lecturas de nuestra siembra y cosecha. Esencialmente juvenil, me recuerdo de Morgana, de Leyla y de Carlos Zambrano. Gente con cuento en el vivir diario y lluvioso de un Vado Pedregoso (significado en mapudungún de la palabra Curanilahue) amable y mágico. Sin embargo, Sir Gregory además era a la sazón partícipe del taller de pintura que traería cola en sus siguientes días. Una exposición de aquel taller, y la insistencia de Alejandro Valencia, fueron la razón que me hiciese conocido dado que me conminó a leer mis objetos entre las autoridades y la numerosa concurrencia al acto de inauguración de la Exposición de Óleos y Acrílicos. Considérese que sólo hacía un mes de mi arribo a esa ciudad del todo desconocida.

Pero bueno…, me salgo del tema cada vez que evoco la ciudad de la alegre pobreza. Ello me llevó a generar con suma facilidad un programa radial y un entusiasta taller literario. Conocí a Sir Gregory como suceden los grandes acontecimientos: casualmente. Le vi dirigirle un saludo meloso a una muchacha muy guapa que también dibujaba. Situemos la fotografía: Gregorio llevaba (siempre igual) una indumentaria dispar, a saber:

1. Una chaqueta de cotelé azul marino con parches en los codos, sucia e hilachenta.
2. Una camisa blanca (es un decir), en cuya superficie el albo era sólo un concepto abstracto y lejano. Una excentricidad.
3. Un pañuelo blanco (remitir al ítem 2), en el bolsillo corazón de la chaqueta.
4. Unos pantalones pardos de alguna tela indescifrable que hacía juego con el atuendo descrito.
5. Calcetines ídem 4.
6. Zapatos ídem 5.
7. No sé más…

Pero aún así, tenemos en Sir un caminante distinguido al que sólo le hace falta su paraguas cerrado para tornarlo en bastón eventual, y hacerlo transeúnte de Londres. Bueno, así se ve comparado conmigo porque mi caminar es curco y con cierto aire palmípedo, digno del pasaje 3 esquinas 2 Oriente. Y veamos cómo encara con floreos de manos longilíneas a la damisela quien le escruta sus devaneos de aire gentil y modales de buen proceder con cierta curiosidad coqueta. Buen chato este mi amigo. Veamos…, disfrutemos al galán…

El hecho es que cierta vez, dada la calidad de sus trabajos se ganó una beca de algunos meses para estudiar pintura en Concepción, 100 km hacia el norte de Curanilahue (Chue para los que ya se han bebido un par de tragos). Me alegré cuando supe la noticia de quien había compartido conmigo cafés literarios de buen conversar, y peleas en callejas de mala leche y peor reputación. Más, pronto me asoló el desencanto. La belleza a veces no es tal, o lo es, pero no es tanta la belleza. En fin…, su atuendo no era casualidad ni esnobismo. Gregorio ostentaba una pobreza de fuste. Bordeando la miseria, sólo que no mostraba afectación.
Sin embargo, supe después por alguien que le reconoció en Concepción que pasaba las noches en los boliches que no cierran haciendo durar una taza de café, porque carecía de dinero para hospedaje: la beca no cubría los gastos de alimentación y estadía. Sólo el traslado en buses, cuyo horario concluía antes de las clases. Así, hasta que en los fines de semana viajaba a su casa ¿Y usted cree por ventura que el hombre se nos vino abajo? ¿Osa pensar siquiera que ante tamaña situación Sir Gregory perdió la apostura con que saludaba entusiasmado? ¿Dejó acaso sus estudios inconclusos? ¡Nones!, siempre se le vio como si transitara la vulgar vida de nosotros los peatones de tiempo completo, que reclamamos ante la parafina faltante en la estufa.
A Sir Gregory lo volví a ver seis años después. Igual que siempre, mis hijos encantados con su humor sencillo. Me confesó que había logrado montar una exposición de sus trabajos en Concepción y otra similar en Curanilahue. En ambas, había puesto una frase en trípticos, afiches y pendones: “Se escribe como se pinta. Se pinta como se escribe…”. Abajo mi nombre. Según él era una frase mía y así lo consignó, y no me creyó cuando le dije que no me acordaba de haber dicho cosa semejante. Hasta hoy, y no peco de nada si sigo confesando mi amnesia. Hasta es posible que el generoso muchacho haya extraviado el autor original (si no fue él mismo), y no halló cosa mejor que endosármela, vaya uno a saber…
Tengo una visita pendiente para esos parajes. Mi agradecimiento está allá desde hace rato, algún día veré mi vejez pavonearse de hermosura mientras descubro una piedra fósil con una cruz de malta que me sonríe al lado del perro lila de Sir Gregory, que saluda a un ángel enclenque y feliz...




Texto agregado el 27-04-2004, y leído por 507 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-04-2007 Y nos regalas tus recuerdos haciendo gala de tu virtuosidad sin reparos, me transportas en tren o micro, a caballo o en bici, la gente sencilla y sacrificada, los sureños de tomo y lomo, hermosa creación, gracias por deleitarnos con ellas, tus ***** cochalluyo
20-05-2004 Y dos! Venicio, poco importa que las palabras a menudo muestren el lugar de origen y me lleguen tan novedosas a mí, porque enriquecen más, si aún se puede, la gratificación que produce leerle, le digo todo esto después de haber leído gentes1 y dejar este 2 a media, pero porque lo quiero disfrutar muy bien, llevarlo a casa y pararme el tiempo que desee donde me plazca, permítame decirle que es usted un mago de la recolección de personajes, placer de conocer sus letras, admiración. Un abrazo Cardon
30-04-2004 No sé bien qué decirte, salvo agradecerte esto, el olvido nunca se hará cargo de tus ángeles Venicio, los pintás con toda la belleza a cuestas, con toda la ternura de tus letras, con el movimiento y la fuerza de los que poseen la magia. Gracias por todo. Un beso enorme. MCavalieri
 
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