El pescador entró a la taberna y se dirigió a la barra. Se sentó, y no había terminado de hacerlo mientras la cerveza volaba hacia él. La tomó, miró al tabernero y dijo: “¿Tienes ganas de escucharme hoy?” El tabernero sabio habló tranquilo: “Aunque no las tuviera, es mi trabajo. Escucho”.
“Tú sabes que soy feliz con mi mujer en la choza de la playa. Hace muchos años, todos los que viví como hombre, que vivo con ella. La conocí siendo un niño ingenuo, a pesar de no serlo ya por la edad. Pero mi educación era de niño, y del mundo real poco conocía. Solo sabía que esa barca que tenía a mi lado, era la fuente de mis futuros ingresos. Creía que el mundo era como mi padre me había enseñado, un lugar para trabajar, para pescar sin cesar. Hasta los domingos, después de misa, mi padre salía a pescar, aunque fuera una redada sola”.
El pescador hablaba como aburrido, con la vista flotando entre la barra y el espejo, sin posarse nunca. El tabernero, con una copa en la mano, se entretenía escuchando una historia más.
“Ella apareció de golpe en mi vida. Acababa de sufrir un terrible desengaño amoroso. Su novio, un pescador adinerado, la engañaba con otra, de una playa cercana. Se sentía sola, y desesperada, buscaba un buen hombre que la acompañara en su vida. Y me encontró, confundido frente a mi nueva barca. Había comprado mi barca con los ahorros de una juventud sacrificada, y según me habían enseñado, había llegado el momento de formar una familia, a la que proveer con mi trabajo”.
El hombre miró al tabernero, con la mirada de alguien resignado, pero conforme. Y siguió: “¿Entiendes lo que te digo?”. “Fue una coincidencia, un momento en su vida, y un momento en mi vida”. “Ella buscaba y encontró, y yo encontré lo que debía buscar”. “Y nos casamos y empezamos a vivir juntos, casi sin conocernos”.
El tabernero, se interesó. Acostumbrado a historias de engaños, o de pescadores borrachos, esta historia le parecía distinta. Era una persona intuitiva, y preguntó “¿Pero se querían?” “¿Estaban enamorados?”
El pescador lo miró. “Creí que estaba enamorado, pero por supuesto no la amaba aún. Porque creí estar enamorado, quise quererla, y aprendí. No me fue difícil. Ella es buena, inteligente, y activa. Todo lo hace bien, y ningún hombre podría dejar de quererla. Supo rescatarme de mi familia y de su forma de trabajar, me hizo crecer como hombre y educó hijos buenos y sabios. Aprendí a amarla, a puro convivir. Y te digo, tabernero, hoy la amo”.
El tabernero sonrió. “Vaya, una historia de amor” “Alguien que no me cuenta de despechos y engaños, mientras toma una cerveza”. “Y de paso, ahí va otra”. La cerveza recorrió la barra, y casi mágicamente, se detuvo frente al pescador.
El pescador la tomó, bebió un trago esquivando la espuma, y dijo: “Es que ahora estoy enamorado”.
El tabernero, sin saberse confundido, lo felicitó. “Me alegro, eres mas feliz ahora”
“Pero de otra, tabernero tonto”, dijo el pescador casi enojado. Y antes de que el cantinero preguntara siguió hablando: “Tu sabes que cuando la marea cambia, los peces van a una u otra playa” “Pues bien, cada semana, un día los peces llevaban mi barca a una isla, allá enfrente” “En ella vive una mujer, bajita, bonita, que habitualmente viste de blanco” “Vive sola, y siempre parece feliz” “Nunca supe por qué, pero pronto miraba la marea de otro modo, y esperaba yo el día de navegar junto a esa isla, y bajar a tomar algo en ella. Un día, cuando me iba de la isla, me sentí triste. Y al día siguiente, al levantarme, pensé en la mujer de la isla, y quise volver a verla”
El pescador continuó: “No. No volví ese día, pero la semana siguiente, sucedió lo mismo. Y entonces la miré. Y vi su alma.”
El tabernero sonrió. “Empezabas a volverte loco, o tal vez habías tomado cerveza. Las almas no se ven”.
El pescador siguió sin escucharlo: “Vi su sonrisa, una sonrisa sin igual, que no puede ser mas que del alma. Y la vi sonrojarse hermosamente, con sonrojos que son solo del alma. Y vi los colores más brillantes cuando ella pasaba al lado de las flores. Y las abejas zumbaban y bailaban cerca de su dulzura, llamando a otras. Todo se convertía en alegría a su lado. Y me enamoré”
“¿Entiendes?” dijo el pescador preocupado. “Me enamoré de una mujer y amo a otra”
El tabernero, sabio de tanto escuchar, práctico de tanto aconsejar, preguntó sin embargo: “¿Que piensas hacer?”
El pescador respondió, confundido: “No pienso. Siento” “Siento la diferencia entre amar y estar enamorado. Siento la profundidad del amor y el fuego ardiente del enamorarme. Siento la paz acogedora en la mujer que amo, y el intenso deseo del enamorado en la mujer de la isla.” ¡Siento dolor porque estoy enamorado de una mujer que no puedo amar porque amo profundamente a una mujer de la que no estoy enamorado!
Casi gritaba el pescador al decir esto. El tabernero, callado, buscaba una respuesta, una pregunta o un consejo. No encontrándolas, siguió silencioso.
Aquel hombre, desesperado siguió: “¿Comprendes mi dolor, tabernero? He descubierto que nunca estuve enamorado de la mujer que aprendí a amar, año tras año, viviendo juntos y que amo desde siempre. Y de pronto estoy enamorado de una mujer a la que no podré aprender a amar, porque no podemos vivir juntos nunca”.
El tabernero, silencioso, le alcanzó otra cerveza. El pescador sumergió su rostro casi en el vaso, y cuando lo dejó, vacío sobre la barra, parecía como que hubiera llorado.
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