Mi muy amada Alejandra.

Hace ya varias noches que no duermes a mi lado, que no siento el roce de tu cuerpo tiritar de frío junto al mío. Escribo esto más para mí que para ti. Porque bastante bien sé que no has de volver jamás (por mi salud mental espero que así sea).

Sólo he querido tomar un medio para poder aceptar mi derrota, para admitir que, pese a mis intentos de evitarlo, te extraño; con todo y tus manías, con tus formas de exigir de mí más de lo que podía ofrendarte…

Llevo tatuada en el sueño aquella noche en que hicimos el amor sobre la arena, justo cuando el sol bostezaba para comenzar a desperezarse, tu rumor enloquecido enmudeciendo al océano, que guardó silencio para no importunarnos. El trocito de piel que tomé de tu cuerpo antes de llevarte hasta aguas más profundas, lo guardo atesorado, como único gran vestigio de tu insondable hermosura.

Sé que no me guardas rencor, porque, después de todo, me he convertido en alguien completamente distinto a lo que a tu lado fui (opuesto, podría decirse…). ¿No es eso lo que querías? Seguramente estarás orgullosa de mi comportamiento, de mi manera de plantarme frente al mundo, apoderarme de lo que sé que me pertenece. Es por eso que no pude permanecer a tu lado (ni me podía permitir que una broma del destino nos hiciera tropezar el uno con el otro unos cuantos años más tarde).

No. No busco justificarme. Desde aquella vez en que amaneció dentro mío, dejé de hacerlo. Más bien quiero compartirte mi gran logro, mi paso seguro en el estrecho camino que no deja de torcerse, la meta que era tuya, pero que alcancé en tu ausencia. Quiero brindártelo como homenaje póstumo; porque me impulsaste como nadie lo había logrado antes, como nadie más lo podría lograr. Si de algo estoy seguro, es que no has sido la primera en apagar la luz de su mirada a manos mías, pero tampoco serás la última. Seguirá un tropel de gente, porque pienso ponerme a prueba de vez en cuando. Pero eso también formará parte de tu homenaje. Será este el monumento que de nuestro amor construya, en memoria nuestra, de tu locura y de la mía.

No espero que me lo correspondas, ni siquiera que lo disfrutes. Sólo que lo aceptes como mi humilde forma de agradecerte este despertar hacia un mundo que parece querer pertenecerme. Dispensarás si no te construyo un altar, ni visito la tumba que no tienes, es que estaré ocupado en culminar el documento que te lleve a permanecer intacta dentro de mi corazón.

Dispensarás también si no te lloro, pero prefiero escribirte esta carta y conseguir que otras gentes lloren por ti (sin saberlo, si es preciso el engaño). Pero que quede bien claro que no he dejado de amarte ni un solo instante. No podría hacerlo ni aunque quisiera.