LA RATONA DEL DIABLO
Danitza era aquella linda muchacha que llevé en mi pensamiento por mucho tiempo. El amor intenso que sentía por ella era lapidante (lloraba cada mañana, tarde y noche). El deseo sentimental llegó después de muchos años. Fue pasajero; pues, me dejó como un mendigo, sin salida del hoyo del desconsuelo, decadencia, nostalgia, melancolía y demás crisis.
Yo llevaba en vida quince años y ella once; jugaba a las muñecas, pero me miraba mucho; yo me decía cómo me mira, no puede ser, mas con el pasar del tiempo resultó lo que nunca imaginé.
Años más tarde decidí hablarle, como dice el viejo refrán: .
Danitza de una niña inocente se convirtió en una mujer deseada por todos, a nadie le importaba su metro treinta y cinco de estatura, pues a simple vista era la más guapa del barrio; era un ángel de Dios, bella por donde se le mire. Mi cariño hacia ella jamás expiró, la esperanza de tenerla entre mis brazos crecía, el sueño de tocar sus labios con los míos esperaba se haga realidad.
Después de pasar tantas noches de nostalgia, en una reunión de amigos de la universidad, cuando celebrábamos cumpleaños de Joselo; Roberto dijo: —Hasta cuándo vas a estar con esa actitud cojuda de contemplarla de lejos, ¡actúa ya!, sino, se te quema el pastel y la canela, porque la enana está como quiere—
Todos los de la collera trataban de entender mi sentimiento, pero no justificaban mi cobardía.
—J.J., esa enana que ha perforado tu bobo hasta el fondo, no es un ángel de Dios, sino es una Ratona del diablo, ja, ja, ja, ja; puesto que te tiene en un infierno de lamentos, melancolía y deseos prolongados de palpar su piel— concluyó Joselo, apresurado, casi tartamudeando, mostrando sus dientes amarillos.
—Sí, oye, esa enana tiene buen culantro, tengo ganas de hacerle una sopita— murmuró Roberto.
—Sí pues, esa Ratona es la tentación, para el tamaño que tiene se maneja una pintaza de la puta madre; si yo fuera tú, hace ratón estaría jugando miniolimpiadas en sus minipiernas, ja, ja, ja, ja, ja —soltó una carcajada y estornudó Javier.
Cansado de comentarios, consejos y deseos de mis propios amigos, tomé una decisión.
Un sábado, cuando el cielo estaba pintado de gris en pleno verano, salí desesperado de la pequeña habitación que alquiló mi madre antes de partir a Piura.
Un gabán parecido al de Pedro navaja, hacía juego con el terno que compré un día antes. Los vecinos como siempre, lanzaban miradas extrañas, como diciendo: . Está claro que en mí, no era costumbre llevar puesto un abrigo de ese tipo.
Apresurado abordé un taxi que pasaba por la puerta, subí indicándole la dirección de mi destino. El chofer parecía entender mi actitud, aceleró, y en menos de 5 minutos llegamos a la casa de Danitza.
Toqué la puerta, abrió Don Lucho (su papá). Al mirar su cara de militar de inicios del siglo veinte me temblaban las piernas; la cobardía se apoderó de mí. Segundos después Don Lucho, mostrando una sonrisa amical, preguntó: —¿Qué se le ofrece, joven Jorge?, este es un milagro—se mostró amable. Sin muchos rodeos preferí ir al grano.
—Señor buenos días, hoy es sábado, tengo una fiesta en la academia y es mi cumpleaños. ¿Podría salir con su hija?— terminé tartamudeando (no me sirvió la oratoria). Las frases que ensayé para esa ocasión se me olvidaron en su totalidad.
Al escuchar mis petición, el gesto de Don Lucho cambió rotundamente; me miraba fijamente, como si quisiera explotar de celos, porque nadie se había atrevido antes a pedirle permiso para salir con su hija.
—Espera un momento, pero... pasa— me invitó a tomar asiento en un sofá adornado de bordados caseros. Me senté sin articular nada. Cerró la puerta y se dirigió a la cocina donde se encontraba Doña Valentina (su esposa), ordenó a los niños que se retiraran de la sala; prometió unos chocolates de fresa. Los niños obedientemente abandonaron el lugar y me dejaron solo a lado de un perro chihuahua.
Mientras la charla de esposos demoraba, aprovechaba para leer una revista que llevaba en mi diestra; a la vez, observaba el decorado de la sala que lucía réplicas de Picasso; cuadros de la selección peruana de fútbol del 82; el mini componente transmitía música clásica (Mózart) con un volumen moderado.
La espera me desesperaba, pensaba en muchas posibilidades de la respuesta acerca de mi petición. Leía un artículo acerca del polémico ex alcalde Velazco, que había robado hasta el papel higiénico de la municipalidad; mientras tanto, el perro aprovechaba la oportunidad para hacerle el amor a mis zapatos.
Después de un parlamento de esposos, por cierto improvisado, salió Don Lucho; se mostraba nada amable, los celos de padre eran más; la seriedad gobernaba su personalidad.
— Bien joven Jorge, confío en usted; en que me la va a traer antes de las doce; Danitza tiene que dormir. Mañana nos vamos de paseo. — Terminó con un tono serio.
—No se preocupe señor; estaré aquí en menos que cante un gallo. — Terminé irónicamente, mirando el suelo con la alegría acumulada en mi interior. Recordé aquella frase de Gustavo Adolfo Bécquer: ( a pesar que era ateo).
A pesar de la amistad de meses, jamás le había invitado salir a dar un paseo, pero el día anterior le propuse a Danitza para que me acompañara a bailar en una discoteca del centro y pasarla de lo mejor en mi cumpleaños.
Después de estrecharle la mano me retiré, con un simple:
— Gracias señor —.
—Pierda cuidado joven Jorge, ustedes son jóvenes y deben divertirse, pero sanamente.— enfatizó.
Al salir vi a Danitza; lanzó una mirada penetrante y sonrió. Levanté la mano en señal de despedida.
***
Danitza estaba en el paradero de siempre, masticaba un chicle, me acerqué y le di un beso en la mejilla
—Hola linda, cómo estás, ¿lista para la perdición?— pregunté. Tenía un aliento agradable. Llevaba un abrigo negro que hacía juego con su belleza y despampanante figura.
— Sí, ¿y tú?
—También. Vamos... el tiempo es oro, no quiero desperdiciarlo.
Me miró y sonrió. Abordamos un taxi, hasta la Plaza Mayor.
El reloj marcaba siete de la noche. Llegamos a la academia; la fiesta recién empezaba. La reunión por aniversario había convocado a personas de diferente índole. Entramos a la pista del baile, la gente miraba, enviaban piropos a mi despampanante pareja que lucía más que formidable.
— ¡Buena Jorge, esta noche la haces! — gritó Pato desde un rincón y se puso a reír. Nunca supe por qué le decían pato; pues, por su enorme nariz le deberían decir: loro, papagayo o nariz de bota vieja.
Los profesores se habían transformado; todos llevaban terno; sin embargo, los alumnos asistieron como todo los días con sus polos a rayas y pantalones que parecían camisones, es decir con lo primero que encontraron en casa.
La música era contagiante; bailamos por un momento. El ambiente no era adecuado para conversar con tranquilidad; la gente molestaba; la música a todo volumen hacía retumbar las paredes.
En la esquina del pasadizo traté de hablar con ella, pero fue en vano.
— ¡Habla J.J.! — gritó Willian, al que todos lo llamaban culo hermoso.
— ¡Buena jugador!, esta noche te sacas la Tinka — molestó Joselo. Después de soportar interrupciones seguidas, le propuse salir de lugar y visitar una discoteca cercana. Aceptó y salimos de prisa.
Caminamos cerca de dos cuadras para luego continuar la noche en un ambiente mucho más romántico. Entramos a un karaoke y compramos una jarra de sangría (lo único que vendían).
Danitza se mostraba tímida, en cada mirada que fijaba sobre su rostro me respondía con otra mirada seductora. Seleccionamos varios éxitos de todos los tiempos para cantar, bueno, a quién le importaba si sabíamos o no cantar.
La noche se ponía linda; la mano me sudaba; se me trababa la lengua; no podía articular bien... El miedo me embargaba. Ella, contaba algunas anécdotas; tomaba poco a poco la sangría.
No podía quitar la mirada de su rostro; imaginaba besar esos labios deseados por mucho tiempo; me imaginaba tenerla entre mis brazos, aunque me llegue a la cintura; intentaba decir lo mucho que me gustaba, lo mucho que la quería; intentaba demostrar mis deseos de estar con ella; en cada canción insinuaba mi anhelo.
Después de varias horas, con disimulos le dije: — Danitza, esta noche descubro el universo; estoy cerca de una estrella que seguí por mucho tiempo; tú eres la mujer que mi corazón busca; no sabes cuánto te deseo; quisiera darte un beso y disfrutar de tu aliento, naufragar en tu ser... —Ella me miró con una sonrisa forzada, reclamó.
— No puede ser, no debí venir; para eso me traes a estos lugares, mañoso. Me quiero ir—
Traté de calmarla y conversar. Ella aceptó, y charlamos por varios minutos.
La noche de aquel sábado curioso; después de muchos intentos, Danitza se volvería en la enamorada que soñé por mucho tiempo. Con un simple selló un sí.
Al escuchar esa palabra intenté besarla, abrazarla y gritar de felicidad.
Mi mano rápidamente rozó su rostro; una caricia fue suficiente para aproximarme a su humanidad y darle el beso anhelado. La besé como si fuera la última vez, abriendo la boca, sorbiendo su saliva, sintiendo ese aliento, fresco, sensual, lívido. Mi lengua comenzó a menear, descubrir cosquillas en su boca de muñequita enana.
— Tranquilo que mis labios se van a rajar —protestó. La cogí de la cintura y la abracé fuerte y grité como un loco desesperado
— ¡Te amo y desde siempre ! — No era para menos.
***
Desde aquella vez pasó mucho tiempo y salimos un sin número de veces; ya se había hecho costumbre, cada día que pasaba mi amor por ella crecía; mis compañeros de la Universidad me felicitaban; todo era tranquilidad en mí. La pasamos durante largas temporadas cogidos de las calles de la ciudad; cada noche nuestros cuerpos se juntaban intensamente; el deseo carnal era extremado; en cada encuentro ella decía: — Tú eres el amor de mi vida, mi complemento; jamás te voy a dejar; estoy enamorada y quiero casarme contigo. — Sus palabras me daban seguridad de su amor; ella se había metido en mi corazón indiscretamente. Era un ángel de Dios; cada día no hacía otra cosa que pensar en sus besos y caricias; mi mente se ocupaba de ilusiones; mi tiempo completo se dedicaba a ella; a veces pensaba, ¿cómo serán mis hijos?, ¿serán también enanos?. y pensaba en los sobrenombres que les pondrían: Pitufo, Tarzán de maceta, Acuamán de peces.
Después de tantas Aventuras, no pensé que mis sentimientos serían traicionados por un encanto perdido.
Recuerdo el único beso que me dio en el cine antes de mandarme al diablo porque escuchó mal una frase mía, o en todo caso la entendió mal y se asustó de lo que pude pronunciar en ese instante (no recuerdo algo malo) . Su actitud cambió rotundamente.
Después de una temporada maravillosa, mis días ya no serían iguales; ella demostraba indiferencia; sus labios ya no eran los mismos; en varias oportunidades propuso dejar de lado nuestra relación. Ella se alejó por algunos meses mientras yo buscaba una razón, una explicación, el porqué de su indiferencia; pero, descubrí que su amor había terminado; sus palabras eran sólo un decir. En cada visita reclamaba su indiferencia, pero su respuesta era negativa. Entre discusiones y discusiones, le pregunté qué es lo que buscaba; ella respondió: — Dinero— No podía creer que el maldito poder del dinero rompería mi ilusión; los afanes de riqueza de un Ángel de Dios la convertiría en una Ratona del diablo (como lo catalogaban mis amigos), porque mi corazón era un infierno por un querer perdido.
***
Una tarde cuando fui a su casa me confundió con un nombre ajeno al mío; trató de solucionar el error, mas fue en vano; pocos minutos después, ella determinaría el final de nuestra relación.
Inició con una ceremonia y terminó con un triste: — ...Lo mejor para ti es que yo no te haga sufrir, ahora eres libre y puedes hacer tu vida sin que nadie te moleste —
Le reclamé, le lloré, le supliqué...
—J.J. no seas cobarde; tú sabes que te quiero, pero como amigo — terminó, y cerró la puerta de su casa.
Mi orgullo lo había perdido por un amor que creí haber descubierto. Toqué la puerta varias veces; mas el intento ya era por gusto. La decisión estaba tomada; se acabó y punto.
Su amor y sus promesas se habían esfumado como la espuma, no entendía el porqué de su adiós, quería tomar toda la noche, embriagarme hasta no poder y quedar privado para aguantar el dolor intenso que se producía en el pecho. Esa tarde decidí morir, fugarme de la ciudad o morir de amor por algún rincón; como ahora que la indiferencia del mundo arremete con violencia mi sentimiento gastado; aquella fría tarde llegaría la melancolía, la nostalgia y el olvido forzado.
***
La fría tarde de aquel domingo me dejó marcado; buscaba consuelo en el primer lugar que me podría hacer olvidar las penas y suavizar el dolor acumulado en mi pecho; llorar no era solución; sin embargo, por un momento podía desfogar la furia.
Buscaba a Roberto en su habitación ubicada en una calle que muchas veces Kike catalogó como antro.
Con la crisis sentimental conocí muchos lugares de esta Ciudad Horrible; la Universidad me importaba un pepino; el enseñar locución me interesaba un centavo.
Decidido a buscar un rumbo nuevo, salí una noche con el único objetivo de libar alguna botella de licor barato, pues los pocos centavos que me mandaba mi vieja de la hacienda en Piura, servía para mantener los vicios.
— ¿Tienes plata, huevón? — cuestionó Roberto, quien me acompañaba en la búsqueda de ese rumbo desconocido.
— Camina y no jodas — respondí.
Después de un largo tramo de recorrido. Ingresamos a un local en la Av. Pumacahua, lucía unos focos rojos y verdes, no había mucha concurrencia, apenas había una persona en la puerta.
— Oye J.J., este es un chongo, yo no quiero entrar; porque se me para el compadre y no aguanto, además no tengo guita —renegó. Sin contestarle ingresé al local, el cual botaba un olor asfixiante (típico de esos lugares).
— Al sótano — explicó el portero.
Roberto me seguía como un niño demostrando inocencia.
Apenas ingresamos, salió una "señorita" semi desnuda, con los pezones al aire, con el ombligo provocativo, con una tanga de color negro, con los labios finamente pintados.
— Hola mi amor, pasa. ¿Quieres tomar un trago conmigo? — concluyó, besándome en los labios y agarrándome los genitales.
— ¡Pa` su madre!, qué tal agarrada —murmuró Roberto y sin desperdiciar un minuto, se sentó en una mesa acompañado de una chica similar a la de mi lado.
— ¡ J.J !, pide un trago, porque yo ya no me muevo, mira mi chocolate — se jactó mirándola a su compañera.
Pedimos una jarra de ron.
Entre la conversación, las chicas contaban anécdotas y momentos malos en ese ambiente. Roberto sacaba impuesto a la noche morboseando con Cinthya, besándole los senos; agarrándole las partes íntimas. Mientras tanto, Karen jugaba con mis genitales.
La noche transcurría, seguía allí sin disfrutar lo que hacía. Recordaba las noches con Danitza, mi mirada se perdía entre los humos de los cigarros.
— ¿Qué pasa, amor? ¿No te gusta que te agarre tu pajarito? Ja, ja, ja, ja — soltó una carcajada. Observaba como bailaba una chica en la pista de baile: se me hacía conocida. Mis ojos se quedaron quietos; muchos pensamientos se cruzaban por mi mente.
— ¿Qué miras? — preguntó Roberto, mordiéndole los labios a su compañera.
— ¡Carajo es ella! — grité.
— ¿Quién?—preguntó
— Danitza—respondí
— No jodas... ¡Sí !, es cierto; es la enana: . ¡No lo puedo creer! ¡Vámonos carajo! —terminó Roberto, decepcionado.
— ¿Qué, la conoces? — preguntó Karen.
— ¡Sí!, ella fue mi enamorada.
— ¡ Ja, ja, ja, ja...! ¿Ella tu enamorada?, ¡Ay Robertito!, será mejor que consueles a tu amiguito. No quiero meterme en problemas, me voy — terminó y se retiró. Roberto me miraba sin decirme nada.
Me acerqué.
— Hola Danitza, ¿Qué haces acá? —
— Qué diablos te importa—reclamó
— Claro que sí me importa
— Pues, ya sabes, éste es mi lugar. Ahora lárgate, porque estoy trabajando; además, me importan "un carajo" los hombres —terminó molesta.
No podía creer que la mujer con la cual me obsesioné; que creía una niña de casa... Jamás me imaginé que podía trabajar en un lugar como ése ( NIGTH CLUB PANDA). El corazón se me partió. Roberto seguía mirándome con la boca abierta; sin embargo, yo buscaba una explicación; cogí un vaso de la barra; lo tiré con furia e impactó en el piso; todos dejaron de bailar.
— ¡Por qué carajo me tiene que pasar esto! —
— Oye, compadre ¿Qué tienes? ¡Lárgate antes de que te saque la mierda! —amenazó el caficho de turno.
— No me importa, qué me vas hacer tú, indio rechucha
— J.J... tranquilo — sugirió Roberto, sin recuperarse de la ingrata sorpresa. Las prostitutas que nos acompañaban, se reían no sé cómo decirles,... como putas pues.
— ¿Cómo se puede enamorar este imbécil de una mujer de estos lugares? — murmuró una de ellas.
Danitza no sabía como responder, sólo miraba con una sonrisa irónica como diciendo: >.
Seguía ahí gritando como un loco desesperado, buscando un explicación inmediata, maldecía a todo el mundo, lanzaba palabras soeces contra los dueños de estos lugares.
— ¡Calla carajo! ¡Deja de hacer bulla! ¡Toma tu medicina! — me golpeó en la cabeza el caficho. Roberto salió en mi defensa, trató de enfrentarse, pero era en vano porque no lo dejaron.
Danitza al parecer se apiadó de mí; corrió hacia donde estaba; trataba de ayudar. Yo yacía ahí tirado, destrozado, aún podía sentir lo poco de su cariño.
— ¡Llévatelo, pero ya!— gritó eufórico, el sujeto.
Roberto y Danitza me levantaron en brazos, me sacaron hasta la calle; los parroquianos miraban y se burlaban del acto. Abordamos un taxi, me llevaron hasta la habitación que alquiló mi madre; entramos sin hacer bulla. Roberto se fue y me dejó solo con Danitza, que por piedad me acompañaba dejando el trabajo que ejercía en esos lugares.
Ya en mi cama, tratando de recuperarme del golpe y despejar un poco la tensión, pedí explicación. Lloré del porqué, ella precisamente tenía que hacer eso; había engañado a sus padres con el cuento de que trabajaba en un casino del centro de la ciudad. Nadie sabía la verdad.
— No debe importarte lo que yo haga.
— Sí. Y mucho. ¿Dónde carajo están tus promesas y tus deseos de casarte conmigo, eh?.
— En el infierno— respondió
— Por favor, por el amor de Dios, tienes que dejar ese trabajo, no puedes seguir ahí.
— ¿Y por qué?.
— Porque no te pertenece; tú eres bonita e inteligente y puedes hacer muchas cosas mejores que eso.
— No lo creo, no sirvo para otras cosas.
— ¡Claro que sí!.
— No me molestes. Ahora, apaga la luz y duerme que por tu culpa he dejado de trabajar — Apagó la luz.
Pasado los segundos, en la oscuridad, algo suave rozó mi labios. Era Danitza; comenzó a besarme.
— ¿Recuerdas esto? —preguntó. No podía responder. Comenzaba a besarme desesperadamente.
— Ésta será la última vez que haga el amor contigo y quiero que lo hagas sin condón — propuso. Me negué, pero ella insistió. Luego el deseo de volver a palpar su piel revivió en mí; comencé ha seguir el juego; prendí la luz; le quité la ropa; extrañaba verla desnuda; echada en mi cama y besarle los pezones; recorrer con mi mano su humanidad. La tenía ahí como antes; con la única diferencia de la circunstancia. Bruscamente me mordió los labios; me cabalgó y comenzó a moverse en un ritmo tropical; la cama rugía; el deseo carnal se cumplía; seguía ahí, hurgando en su placer, sin saber cómo terminaría el juego de la última vez. Después de hacer el amor, quedé laxado y el sueño me dejó privado hasta el día siguiente.
Al amanecer, se levantó temprano; se vistió sentada en la única silla del cuarto; esperaba a que me despertara.
— Ahora sí, J.J. Esto nunca pasó; nunca me viste y nadie sabe nada; espero confiar en ti; no me busques; no tengo nada que hablar contigo. Chau — con un beso en los labios se despidió y salió apresurada.
— Pero, pero...¡ espe pe pe raaaaaaa !— grité, sin embargo ya era tarde.
Sólo supe que llegó ahí por problemas con sus padres. Desde esa vez ya no la busqué. No sé nada de ella, pero lo cierto es que me dejó marcado para siempre.
En el hospital general me enteré de un problema que nunca podré salir. Yo me sometí a un análisis de sangre el cual lo iba a donar a mi hermano que se encontraba hospitalizado; después de dos días cuando fui a recoger el resultado en su consultorio; el doctor me miró demostrando piedad.
—¿Qué pasa doctor? ¿por qué esa mirada?, ¿acaso no lo tiene el resultado?— terminé con las interrogaciones.
—No sé cómo decirte. Jorge, éste es algo serio.
—¿Qué pasa doctor? me asusta.
—Se trata de tu análisis.
—Dígame por favor, me intriga. ¿Acaso tengo sida?— terminé. El doctor se calló; se jaló los pocos cabellos que le quedaban
—No es juego, Jorge.
—Doctor me asusta, ¡Qué carajo tengo!, ¿no ha salido el resultado?, ¿le falta plata?, ¿se ha equivocado de sangre?— terminé con las preguntas, el doctor seguía mudo; caminando, mirando al techo, aguantando algo en esa boca cubierta de barba.
—Bueno doctor, si no me quiere decir quédese con su huevada, usted no parece médico, parece que no tiene huevos para decir las cosas claramente, chau doc...tor...ci...to— abrí la puerta molesto.
—Espera. No me gusta que me falten el respeto, mucho menos mocosos insolentes como tú— terminó furioso, pero queriendo decir algo.
—¡Entonces dígame pues, cuál es el problema!
—Tienes el virus
—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja. Usted sí es bueno haciendo bromas dramáticas ¿No?, ¿por qué no escribe o actúa haciendo ese tipo de bromas?
—¡Ya basta!, yo cumplo con mi deber de informarte que se encontró el maldito virus en tu análisis.
—Suficiente doctor, ahora sí, le entiendo.
El doctor se calló, la noticia me cayó como un baldazo de agua fría, no sabía qué hacer, llorar o reírme del mundo entero; con la cabeza gacha salí, sin rumbo; mis sueños, proyectos ya no las realizaría.
Ahora no hago otra que esperar la muerte; a veces en mis noches de soledad deseo buscarla a Danitza, pero sólo la recuerdo así: como La Ratona del Diablo.
FIDEL ALMIRÓN
Arequipa, 2002
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