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ILUSIÓN PERDIDA

Era un viernes trágico, César compró varias cajas de cerveza, tomamos toda la tarde y parte de la noche; motivo no faltaba. Nada estaba planeado, pero pasó. Durante todo ese atardecer triste (porque su partida lo hizo trágico), bebí como un lunático.

La mujer que amé se fue a Europa para nunca volver, la despedida fue dolorosa, siniestra y hasta trágica por mi actitud excesivamente melancólica.

César me acompañó. Cuando el avión partía yo miraba fijamente la hora del crepúsculo, y era curioso, pero cuando miré el cielo, unas aves pasaron por encima de mí; mi mirada se perdió allá arriba, a lo lejos, y pensé que esas aves, se despedían también en el mundo de mi tristeza. Comenzaba a recordar los bellos momentos que pasamos Michelle y yo. Recordaba cuando hacíamos el amor, cuando nuestros cuerpos se movían en un solo ritmo, cadencia, gemidos; cuando por algunos minutos, y a veces horas, yo podía estar dentro de ella, hurgando en su placer, contagiándome de su dicha, mi dicha. Jamás vería nacer el hijo que crecía en su vientre. Michelle antes de partir dijo:
—No te preocupes, tu hijo estará bien. Le hablaré de ti; ahora tengo que partir, debo trabajar y no puedo desaprovechar la oportunidad. Te escribiré por Internet. ¡Ah! Toma, léelo después — me entregó un sobre — Adiós mi amor, cuídate, nos vemos en España. — con un beso en los labios se despidió.

Cómo era posible, que con unas cuantas palabras y una nota simple, despidiera su amor; cómo era posible que lo material; los afanes de riqueza arrancaran lo que más amaba en este maldito infierno. Ahora lo único bello que había podido crear, aquel hijo que era la ilusión de mis sueños, se iba en un vientre y en un maldito avión a un país al que yo no podría viajar, ¡con qué maldito dinero!, ¡con qué maldita paciencia!, si recién estaba en primero en la Universidad. Tenerla entre mis brazos fue pasajero.
Mi diestra sostenía la carta de Michelle, saboreaba el último beso que me dejó después de pronunciar su última frase y para luego enrumbar con destino al viejo continente.
En el segundo piso, del aeropuerto Rodríguez Ballón, quedé parado como un imbécil al lado de tantos borrachos que salían del BAR (no me explicaba como podía haber uno de éstos en un lugar como éste). Tocaban música acorde con mi tristeza “Un beso y una flor” de Nino Bravo. Y yo casi digo "bravooo ", porque el cantante no podía ser más oportuno.

El avión se perdía en el cielo oscuro de Arequipa, miraba a mi alrededor. Todo se fue al diablo, Michelle ya no estaba conmigo. Arequipa se entristecía, se asomaba la noche, los perros ladraban, César me acompañaba en mi dolor; con una palmada en la espalda.

— Tranquilo carajo, Michelle te ama y pronto estará de regreso.
Mi corazón lloraba su partida, porque yo sabía que ella no volvería, la única ilusión de ser un hombre feliz, se me escapaba aquel viernes de otoño.

Seguía ahí sin poder pronunciar nada, volver en los recuerdos; susurraba su nombre en silencio. De pronto, descubrí que un tipejo lloraba como mujer, con una furia acumulada desde hacía tiempo; a juzgar por la forma en que sollozaba. Me acerqué,
—¿Qué pasa chochera? — pregunté, él respondió con la furia de un salvaje
—¡Estoy llorando por la misma hembra que tú! — rápidamente le miré bien la cara, (llevaba una cara de mierda, por cierto, una nariz aplastada, unos pelos trinchudos, unas marcas en el rostro, que parecía haber padecido la viruela) tenía unos brazos de estibador de puerto, cuando lo miré bien y me dije: "¿Esto es persona, animal o cosa?". Era un admirador de Michelle, no pude contenerme. —¡¡Qué carajo has dicho, no juegues conmigo, animal de mierda, yo no estoy llorando, imbécil. He venido a despachar a mi mujer!!—Respondí.
Se puso furioso se remangó la camisa —¡¡te cagaste huevón, ahora te dibujo Macchu Pichu en la cara, te saco la mierda!!— Gritó.

César escuchó; corrió hacia él, enfurecido, le zampó un puñete en toda la mandíbula; el tipo no resistió el golpe y cayó por las gradas, luego no se movía; alguien que presenció el acto, murmuró que parecía que estaba mortadela (muerto). La gente aplaudió, el balcón era un loquerío, César era el héroe del momento. Pocos segundos después todos se callaron, el lugar volvía a su normalidad, el tipejo ya no volvería, César lo había mandado a dormir, a su casa.

— Así se hace carajo, yo de un puñete me mato a siete, mis amigos desde chiquito me decían “manos de roca flaco” bueno es la misma cosa que de piedra Duran ¿no?— concluyó él, vanidoso. Nos dimos un abrazo como buenos y viejos amigos, compadres de muchas hazañas, compinches de tantas locuras y borracheras, le gustaba hacer sonar la palmoteada al momento de dar un apretón de manos.
—¿Cómo te sientes? — preguntó César.
— Después de la sacada de mierda al imbécil, bien —respondí y le miré; llevaba una cara de trasnochado olímpico, al parecer no había dormido. En él eso era lógico, pues lo único que hacía en su bendito cuarto, era alistar la cama, para su compañera de turno, no sé cómo hacía el andrajoso de mi amigo, pero siempre tenía a una rufla, para contrasuelearla a su gusto, además estaba de cólera.
—¿Par de chelas? — propuso, con su voz de mercachifle. Rápidamente respondí.
— No gracias —.
— Vamos a chupar carajo, y ahora no me vengas con huevadas, porque te saco la entreputa, —insistió con otra palmada en la espalda, sentí el dolor de su golpe y su tufo de restaurante barato, una mezcla de cebolla, con condimentos cargados y el alcohol de segunda. Entramos al BAR nos sentamos al lado de la ventana.
—¡Mosaico un par de servilletas, bien helenas! —gritó César. El mozo puso cara de señal de interrogación, no sabía a qué se refería.
—Par de cervezas bien heladas— aclaré. El mozo rápidamente sin perder tiempo se acercó con dos cervezas en mano, César le pagó y el mozo se retiró. Estaba con unas ganas únicas de tomar, había plata para empujarnos una jomca de chelas toda la noche y lo que venga, además. César cobró en la mañana, aquella pensión que le enviaba su madre, y que le servía para la mala vida que llevaba; yo quería matar el dolor. Cogió los vasos y se puso a servir.

—Chupa huevón, chupa carajo! —gritó con una voz extraña.

Pocos minutos después el silencio se apoderó del BAR, el cantinero apagó la radio para retroceder la cinta y repetir la canción de Nino.

Avanzaban las horas y me mataba el desconsuelo. Seguíamos ahí bebiendo trago tras trago; ya no era cerveza, no sé qué era, pero igual nos mandamos con todo. César seguía pidiendo más trago. El cuerpo se debilitaba, la cabeza me daba vueltas, trataba de sentir valor para seguir tomando; mas por el contrario un sentimiento de debilidad se apoderaba de mí, una pesadumbre extraña que me hacía evocar al vacío, la soledad, la muerte. El cantinero nos hacía señas para cerrar la puerta; ya era sábado, dos de la mañana. Carajo, César estaba borracho y yo hecho una porquería, una mierda.

—Salud, regresará muy pronto— dijo César y se acomodó en la mesa.
—Sí, seguro, duerme nomás huevón, parece que ya se te encogieron las boloñas— respondí.
Abrí el sobre que llevaba en la mano y comencé a leer. La nostalgia se apoderó de mí, las líneas eran hermosas y llegaban al corazón, la carta estaba escrita con tinta negra: "tú eres el padre de mi hijo, por lo tanto te amaré por siempre, espero verte pronto en España, para casarnos y hacer nuestras vidas juntos". Al final de la carta decía “J.J. TE AMO”.

Comenzó a brotar de mis ojos, gotas de agua. Estaba llorando, en silencio, mientras César dormía; repetía cerrando los ojos “yo también te amo Michelle, te amo , te amo, te amo”. Segundos después abrí los ojos, miré a mi alrededor, ya no había nadie. Sólo quedaba César, que dormía con la boca abajo apoyándose en la mesa, babeando; el cantinero recogía las botellas. —¿Hermano qué hora es? — pregunté. Miró su reloj.
—Dos de la mañana — respondió.
Ya no quedaba nada; el cantinero se acercó
— bueno hermano tengo que jatear— reclamó sin mucha molestia, retiró todas las botellas y se fue.

Se paró el flaco y chancó la mesa— me largo, mierda, todos son unos conchas de su madres, jijunas gran putas— César no podía pararse, me levanté, lo abracé y salimos del Bar, los dos no podíamos caminar; bajamos las gradas. Caminamos hasta la avenida, paramos un taxi, él se fue primero; lo despaché en la carcocha y se largó. Me quedé solo otra vez, caminé toda la avenida Aviación y Ejército, prendí un cigarro; después de una piteada solamente escuchaba el rugir de los automóviles, el ladrido de los perros. Seguía caminando pensando en Michelle, en sus palabras, en sus besos, en su cuerpo tibio, firme, excitante y ese aliento dulce que me devolvía a la vida. Cansado me senté en una de las bancas de un parque; el viento soplaba fuerte, miré al cielo, y lo oscuro de mi tristeza. Hacía frío, sin poder levantarme, cabizbajo, meditabundo, resignado, con la esperanza de que algún día el destino nos haga encontrar y jamás despegarme de ella. Dormí un rato, pasó un mendigo, me quitó el cigarro y se escapó. Pocos minutos después atiné a dar unos pasos y recordé las noches bohemias de Kike (un amigo de la universidad). Se me vino a la mente cuando contaba sus visitas a los burdeles de la avenida Parra, el Palomar, La tía Pocha en la Mariscal Castilla, quería rematar la noche, conociendo el ambiente nocturno. Levanté la mano para detener un taxi; se estacionó.
— ¡Taxi! — Gritó el chofer. Me acerqué y le pregunté:
— ¿Por cuánto hasta la pocha?.
— Ajá, pendejo quieres echarte un polaco — se puso a reír el mierda.
— Sí carajo, la leche se está cuajando y hoy estoy destrizado; quiero levantarme un par de lobas de la tía pocha. Habla pues tío por cuanto me llevas — terminé.
— Sube, tres lucas ¿Está bien? – prendió el motor. Sin decir nada subí al tico, sin presagiar el final de mi perdición.
Miraba afuera. La gente se malograba libando tragos baratos; los noctámbulos comenzaban su faena; las polillas con sus minifaldas, levantándose algún parroquiano; los invertidos haciendo confundir a uno; los ambulantes vendiendo cigarros, tragos, condones, pastillas, drogas y demás utensilios para soportar un fin de semana más en esta horrible ciudad. El chofer seguía manejando, y vaya la manera de escupir, del viejo, a cada rato "Jui y Chup", escupía el fercho, nadie decía nada, el viejo parecía tranquilo; lo miré una y otra vez, calculaba su edad. Sesenta “pensé”.
— Eh muchacho, qué te pasa, has chupado y ahora vas a agarrar lobas, quién como tú sin ninguna responsabilidad; sin embargo yo tengo que sacarme la mugre para mantener a mis hijos. Eso me pasa por cachero, carajo — renegó.
No le dije nada pero pensaba en lo que me decía.
— ¿Habla pues huevón, acaso no tienes boca? — preguntó.
— Sí, para chupar tetas, ja ja ja, hoy disfruto de mi harem— respondí mientras, el viejo volteaba una esquina, nos pasamos la luz roja, como si nada, la policía estaba durmiendo.
—¡¡Hembritas!! — levantó la voz – sí, qué rico es agarrarse una hembra, yo a tu edad les hacía pedir perdón cuando les metía la huasamadraca. Pucha, muchacho, si supieras a cuántas hembras le he dado cursillo en mis 40 de taxista—
.— ¿Cuántas?— pregunté.
— Ya perdí la cuenta, pero si te puedo decir que: aquí en mi carro las azoto sin piedad. Mi carro es el mejor hotel. ¿Y tú a cuántas cholas te has tirado?. Apuesto que ninguna, porque con esa cara de niño educado no matas ni una mosca – soltó una carcajada.
— El viejo seguía hablando, contaba su vida, como si yo fuera su confesor. Bueno, no le quedaba otra que contar a cualquier huevón que suba a su chatarra. Para él, sus experiencias eran una hazaña, su trofeo eran las mujeres a quienes se levantó, a la edad que tiene, vive de recuerdos.

— ¿A ti, como te gustan las hembras? – preguntó
— Morenas, rubias, chatas, gordas, flacas, todas tienen la misma zorra– respondí.
—Sí, las morenas tienen una chucha bien profunda y tu pincho se pierde como un buzo aprendiz, pero qué rico es cacharse una morocha carajo – concluyó.
— Maestro, ¿puede prender la radio?, Que ya me llegó al huevo su cojudez— reproché, no dijo nada y prendió la radio, buscó un dial donde tocaban música chicha; faltaba poco para llegar a la Tía Pocha, le bajó el volumen de la radio. Al viejo se le notaba molesto, al parecer no le gustó lo que le dije.
— Ya mocoso del diablo que sea la última vez que me hables de esa forma, a la próxima te corto los huevos, maricón de mierda. Bájate, idiota, que ya llegamos a la Pocha — el viejo estaba molesto, le pagué los tres soles en sencillo, cerré la puerta al bajar.
— Chau pajero, que te agarres una buena loba. ¡Ah!, y no te olvides de llevar un jebe. Sino te quemas y la canción – sugirió. De alguna manera trataba de demostrar su experiencia. El taxista prendió el motor y se fue rápidamente. Me paré en plena Av. la cabeza me dolía; no tenía dinero, pero igual quería entrar al ambiente nocturno y conocer nuevas divas de la noche. Es así entonces, me aproximé a la puerta de un burdel llamado “CARIBE”. Un tipo de tamaño regular atendía en la puerta. Traté de mirar al interior, no se pudo porque el portero, al instante me tapó el panorama. – se paga entrada, y cuesta 10 soles – dijo.
— Quiero ver si hay alguien conocido – respondí.
— No hay nadie que tú conozcas. Y ahora hazme el favor de largarte de acá – levantó la voz, medio molesto. Yo insistía, poco rato después, salió una persona de color canela. Era el negro Macedo(compañero del colegio). – hola enano, qué haces por acá? – preguntó. Macedo. Dio orden al portero, —déjalo entrar, es mi promo.

Qué increíble, las vueltas que da la vida, aquel imbécil que me hacía de cuadritos la vida en el colegio, era un próspero caficho, pues era dueño del “CARIBE”. Entramos al segundo ambiente del local, ahí estaban las divas de la noche, dispuestas a complacer el apetito sexual de los visitantes. Total, ellas cumplían con su trabajo de la mejor manera. Parecía un corral de terneras, se miraba de todo; animales “racionales” que en la noche se volvían lobos salvajes, chicas que disponían su cuerpo por unos centavos y caballeros hambrientos que consumían la carne del mercado, se escuchaba gemidos, gritos desesperados, música de Chacalón. La gente se divertía, aprovechaban la oportunidad para meter mano por donde desearan. Una señora sentada en la barra cobraba dinero en bandeja, era un negocio rentable, negocio fácil. Donde los dueños ganan dinero a costas de la dignidad de muchachas, de 15 a más edad. Que por supuesto no les interesaba con quién se acostaban cada noche, lo único que importaba era salir del apuro y ganar dinero fácil. Continuaba mirando sin hacer caso a nadie.
— Oye enano despierta, ya te va a tocar. Ven te voy a presentar un par de chicas, están buenazas–dijo Macedo. Entramos al tercer ambiente. En un sofá estaban sentadas dos modelos tipo Play Boy. Macedo las agarró de la mano y me las presentó.
— Chicas les presento a J.J. un nuevo cliente del CARIBE— me incluyó en su cartera de clientes, las chicas saludaron, cada una dio su nombre, — Karol y Carla – habló Karol, de estatura regular, era morena. Sin perder el tiempo tenía que trabajar.
— ¿Y J.J. pido un trago? – preguntó.

No sabía qué hacer. Todo era diferente, no podía creer. Yo había respetado por todo el tiempo a la mujer; bastó sólo una noche, un viernes para mandar hasta el otro mundo mi concepto de creer que lera lo máximo, de que podían hacer cosas mejores, que trabajar en lugares como CARIBE dejando a un lado su dignidad; por su puesto no son todas. No podía seguir viendo lo que cada animal “racional” hacía con su vida.

Minutos después sin decir nada a Karol (la prostituta que me acompañaba), salí desesperado, abordé un taxi. Antes de subir al auto grité enronquecido. ¡¡¡¡MICHEEEEEL!!!!!!, la ilusión de hacer una vida con Michelle se fue a Europa.
— ¿Adónde chochera? – preguntó el chofer
— Hunter – respondí.
Llegando ya al terminal terrestre cambió de ruta, le pregunté.
– ¿Adónde vas?—
— No hables, mierda —respondió.

Yo reproché, quería salir del auto, pero fue en vano; llegamos a un callejón oscuro, se perdía la ciudad. Estaba en una chacra. —¡oye animal esto no es Hunter! –grité. Detuvo el auto y se bajó el chofer. –¿ Animal no?, ahora sí te jodiste; bájate, maricón de mierda — gritó furioso. Me obligó a bajar con una pistola en la mano.

Se me fue la borrachera, estaba ahí yo solo como vine al mundo enfrentando al peligro. Total, sólo era un delincuente con un arma. Salí rápidamente del auto. – oye compadre no te me pongas salsa, por qué no arreglamos como machos, a puño limpio – propuse.
— Toma tu puño limpio, carajo — me golpeó con la pistola en la cabeza. Caí al suelo, recibí una patada en el estómago, quedé privado no podía respirar, sólo miraba; no podía hablar. Poco rato después, de la maletera del auto salieron dos hombres.

Traté de pararme y escapar pero el intento fue en vano, igual me castigaron como a Jesucristo con chaveta en mano. En cada golpe no sentía el dolor, mi cuerpo estaba adormecido; sólo esperaba que pasara y se fueran, estaba tocando la puerta de la muerte, pensaba en Michelle, pensaba en mi hijo que nacería después de ocho meses. En ese momento era el fin de mi existencia. Horas antes mi corazón había recibido un golpe incurable, ahora el cuerpo recibía patadas, puños, acuchilladas. Gritaba desesperado, nadie me escuchaba; al poco rato parece que se cansaron.

—Ojalá mueras, imbécil – habló uno de los delincuentes. Y se fueron. Me quitaron todo lo que tenía. Yo acostado en el barro, desnudo, sin ropa ni Michelle, una desnudez completa El Sol comenzaba a iluminar el cielo de Arequipa y todo estaba perdido, quedé ahí tirado; lloré sin consuelo. MICHELLE, estaría feliz en España y jamás regresaría y nunca vería la cara de mi hijo; mientras yo quedaba en Arequipa, resignado recibiendo los golpes de la vida. Y con una depresión tan grande, que ni los golpes; ni la sangre mezclada con tierra en mi boca y nariz, la habían podido quitar. Ahí yacía yo, más muerto que vivo, mientras la noche, cómplice me abandonaba y la claridad del sol comenzaba aparecer, yo sentía que a medida que aparecía el sol, dando calor a mi cuerpo, la vida se me iba por un túnel oscuro y vacío, cuyo único consuelo , era la muerte.

FIDEL ALMIRÓN
Arequipa, 2002

Texto agregado el 01-08-2008, y leído por 174 visitantes. (0 votos)


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