Era una noche lluviosa; los relámpagos rechinaban los oídos de la señorita Isabel. El miedo invadía todo su cuarto. Las ventanas se estremecían y temblaban cada vez más fuerte, daba la impresión que las paredes se iban a despegar del suelo, no había escapatoria. Ella se encontraba en su cama, acostada y envuelta con la sábana hasta los ojos esperando que se termine ese cataclismo que estaba sufriendo. En esos momentos de extremo nerviosismo, se escuchaban, a lo lejos, pasos empinados que parecían pisadas de hormigas en una mesa llena de comida. El misterio era evidente en ella, ir a ver lo que sucedía era necesario, pero un reto difícil de lograr. No quedaba otra alternativa, la responsabilidad que le había acuñada su padre de cuidar la casa era como una orden nazi, en donde desobedecer era pedir una partida de defunción. Su padre era un completo dictador que solo buscaba enriquecerse vendiendo drogas y maltratar a su hija, a la cual no quería porque su madre la abandonó cuando era muy pequeña. Entonces, no le quedaba opción que ir a ver lo que sucedía.
Descendió por las enormes escaleras que una vez rodó. Buscó en todos los rincones de su casa. No encontraba nada, era necesario volver al cuarto, en vista que no había nada. Volteó y su mirada se tropezó con un arma que le apuntaba directamente a la frente. Era una señal que había llegado el final de sus días. El homicida se sorprendió al verla, nunca se imaginó que no le tenía miedo. ¿Por qué no se ha asustado cuando le apunté con la pistola?, ¿No sabe quien soy yo?, ¿No sabe que yo tengo muchas cabezas encima de mí? Ella, con una calma que sobresalía por los poros, no le tomo importancia y se quedó callada. El hombre bajó el arma y se le arrebató encima, la beso desenfrenadamente, la tocó sin censura alguna y ella se dejó y le correspondió. Las horas pasaban y la lluvia se fue, pero ellos vivieron una noche de placer, lujuria y desenfreno al máximo.
Después de ese día, floreció un amor entre ellos. El se enamoró de ella, porque mostraba una valentía que no había visto en otra mujer con las que estuvo antes. Ella buscaba la manera de librarse de las garras de su padre, que por años la había hecho sufrir. Un día su padre los encontró en la sala de su casa besándose apasionadamente; al verlos, se desquició, tiró toda la bandeja de porcelana que estaba cerca de él. Al ver esta situación, Jim (el asesino), se marchó sin decir ni una palabra, solo observaba lo que hacía el padre de ella. Al cerrar la puerta, el padre la agarró de los pelos, la arrastró por toda sala, la llevó a su cuarto y la azotó con una desmesura incontrolable.
Se escapó de su casa, y lo primero que hizo fue ir donde Jim para proponerle un contrato para matar a su padre. Él no dudo dos veces y se dirigió a cumplir con la parte que le correspondía, era visto que ella no tenía que estar presente en el asesinato, ya que, a pesar de todo, era su padre. Pasó media hora y ella se sentía mal por la misión que le había dado a Jim; salió corriendo como si fuera una fiera en busca de su presa. ¿Sonó un disparó?......... sí….. noooo. Abrió la puerta con tanta desesperación y tristeza que se notaba el gran sentido de culpa en su ser. Llegó tarde, es cierto. Pero queda en claro que, a pesar de todo, quería un poco a su padre y no era justo quitarle la vida. Cogió dinero, un poco de ropa y se marchó con Jim. No quería saber nada más de esa casa, de esa ciudad, de esos recuerdos amargos que le generaban tanto odio como amor. Su vida desde ese momento se convirtió inestable y no volvería a ser igual que antes para ambos.
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