Sólo por ti, nada más, son estas horas de baja crepuscular recostadas sobre el ultimo destello de memoria en que, para terminar, de una vez por todas, esta tortuosa relación de años equis, transo como sigue: las ojeras recíprocas sugiero arrumbarlas en un rincón cualquiera del baño de visitas, quedando de este sitio y para mi goce personal, sólo el jabón líquido amarillento. Si quieres, con el papel higiénico podemos diseñar nimbos cargados de esperanzas y lanzarlos contra gravedad hacia el esplendoroso cielo esperanzador que adquirimos a plazo en una tienda crediticia donde, desde ya te cuento, nuestros antecedentes personales fueron extraviados deliberadamente por el personal de turno. El espejo es tuyo. Los reflejos tardíos, después de las cinco pm, me los quedo. La cara de tristeza de tu madre y los ladridos del perro, los dejamos fuera de la casa, lejos de la reja, para facilitar su mezcla con indigentes, niños sucios y famélicos vendedores de ocasión. Me reservo también la musiquilla de tu voz: dulzona, imperdible, infumable, esbozada durante años por ese tedio que tardaste tanto en reconocer. Me la quedo para el deleite íntimo y para la sorna con mis amigos. Y una última cosa, pero ésta ruego la conserves tú: la mañana siguiente a la primera noche juntos, digo más: tus mejillas iluminadas por el primer asomo de sol y la erosión de los márgenes impredecibles que con dificultad olvidaré.
En todo lo demás puedo hacer concesiones.