NI CUENTO, NI RELATO, NI NOVELA, UN MONTON DE LETRAS CONFUNDIDAS…
BUSCO SUGERENCIAS Y FINAL PARA ESTE RELATO ¿QUIEN SE ANIMA A JUGAR?
El hombre la abrazó contra su pecho, ella, como un cachorrito abandonado, se dejaba acariciar por sus manos seguras, (las de él) su pequeño cuerpo se arrinconaba en el temblor de aquella noche, pasaron muchas horas asi, casi sin hablar, sin moverse, solo sintiendo el lenguaje de sus cuerpos.
Lastimosamente una voz en su interior(el interior de ella) aborrecía sentirse así, no estaba acostumbrada a que la quisieran; el alma a veces es contradictoria, pero el hombre sabía, intuía y la aprisionaba contra él como si quisiera hacerla formar parte de su propia ca rne, como si quisiera hacer una ceremonia infinita, en donde los recuerdos escaparan por la ventana y todo fuera a partir de ese abrazo, a partir de esos ojos, que lo miraban asustados, asombrados, agradecidos.
Ella sabía que deseaba con toda su alma que no la soltara jamas, que quería quedarse asi, chiquita, cuidada, pero la fatalidad tiene sus planes, siempre alejados de los sueños individuales y lo único que se puede hacer para aliviar el destino es respetar el silencio.
Por eso ambos evitaban moverse, ella, con sus puños cerrados llenos de terror sobre el pecho de él, él haciéndola prisionera de su pasión, prohibiéndole la libertad de salir corriendo, no había donde correr, las almas que se pertenecen siempre encuentran el camino de regreso.
Los ojos de él caminaban por el cuerpo desnudo de ella, mientras los dos se enredaban, dibujando en la sombra de las paredes humedas, un fuego apacible en su bosque desolado, él jugaba conduciendo sus dedos y su lengua, reconociéndola, sin dejar de mirarla, obligándola a esconderse una y otra vez contra su pecho, mientras murmuraba “Deja que me vaya por mi oscuro camino, soy un peligro que no puedo contarte. Es mejor alejarse gratamente, que esperar el dia en que salgan a la luz nuestras inhumanas crueldades y vilezas.” (murmuraba ella)
Durante la pausa que siguió, el hombre supo que ella tenía razón, había en sus palabras al igual que en su mirada, una sabiduría de siglos, sobre el desencanto y por mas doloroso que esto resultara era la pura verdad.
El hombre admira y venera lo que no tiene y cuando lo consigue, se abandona y escapa en busca de otra presa, es por naturaleza un cazador, un asesino hambriento.
Ella lo sabía, no podía dejarse engañar facilmente, ella prefería retirarse a tiempo, pero con la dignidad intacta, retirarse antes de convertirse en una sombra, antes de perder su apellido; lamentablemente, solo había una forma de hacerlo posible y esta era, escapando, escapando antes del final.
Dolores de la metamorfosis que arrastraba desde la infancia, cuando paseaba de la mano de su padre, el sentimiento de desconsuelo cuando esas manos la dejaban correr, los condenados horrores de una infancia no resuelta, todo les jugaba en contra, aun asi, se dejaron arrastrar por la pasión, lo que era aun peor, por la ternura.
Se desencadeno entonces un verdadero espiritu del infierno.
Ella se enfureció mucho con el hombre, por pintarle colores de esperanzas.
Toda esa noche lo miro dormir, placidamente, acarició su cara, su mejilla izquierda, su frente, corrió su cabello.
El, insensible al ritual en su nombre descansaba, entonces ella comprendió que los dos sentimientos eran tan distintos, pero también sabía, que de viajes al infierno iba y venía a menudo y este sería solo uno más de tantos recorridos.
Que crueldad la de saberse tanto, la de interrogar e interrogarse constantemente hasta el punto de conseguir la respuesta esperada, pero no por esperada, disfrutada.
En el placido descanso de él, ella comprendio, no lloró, tampoco alzó la voz, siempre había sido silenciosa, esta vez no sería la excepción.
Su corazón se volvía extrecho, salpicaba de sangre las paredes, era tan sublime el sentimiento que la aferraba a los brazos de aquel extraño,
tan sublime la ternura que se derramaban desde sus bocas hasta su sexo,
que paralizaba cada letra ahogada en su garganta, (la de ella) un millón de hormigas armaban interminables caminatas por su estomago cada vez que imaginaba sus labios recorriéndola, era asi, esto era verdad, como también lo era, que ella era una profuga constante.
Era el momento de correr, el hombre la excitaba de la misma manera que la asustaba, le asustaban sus palabras, le asustaba creerle, sabía que había llegado al punto en el que le creería cualquier cosa, iba al compas de la música (la de él) como una muñequita ciega, iba derecho al precipicio, a la nada, a perderse. Podía sentir su cuerpo rompiéndose al caer del precipicio.
La amarga necesidad de la prudencia se había ido detrás de un imprudente.
No hay maldición mas triste, que la del solitario cuando espera, cuando anhela la caricia cayendo larga y serenamente por el angosto puente de la desdicha.
Ella esperaba una señal, pero las señales formaban parte de otros tiempos.
Dio vueltas alrededor de ese colchón apolillado de llanto quieto, él parecía un ángel, pero también era su infierno.
Inmune, ignorando el corazón que se fracturaba de nostalgia sucia.
Pesadilla del soñar y el vivir, pesadilla de vivir y soñar.
¿Cuantos maleficios puede sostener un cuerpo tan pequeño?
Ella no encontraba las palabras, nunca pudo demostrar sus sentimientos y ahora se los demostraba constantemente a un ser que era como un fantasma, ausente de su vida, la soledad que ella experimentaba la masticaba dia tras dias, dejando un profundo agujero en el lugar en donde antes estaba la carne, la piel, el hueso.
Y ahí estaba, mirándolo dormir, acariciando su frente, su frente llena de caricias, no solo de ella, esa diferencia la acurrucaba en la melancolía, después de conocerlo, no volvió a desear ninguna otra caricia que no fuera la suya, soñaba con ellas, lloraba con ellas, reía con ellas, se aterraba con ellas, se masturbaba con ellas.
Su boca sintio un gusto agrio, pronto él la habría abandonado (el gusto agrio) para quedar depositado en la alfombra de la habitación.
El amor se alimenta de imaginación, a menudo sobrepasa nuestra sabiduría, nuestra nobleza, nos estimula y nos sumerge en un estado de locura que con frecuencia nos hace olvidar todos nuestros ideales, todos nuestros objetivos.
Ella lo sabía, sin embargo, su cielo ardía en un temporal de fugaces momentos.
Se suponía que la gente que hablaba, tenía que mirarse a la cara, (ella también lo sabía) pero apenas tenía la valentía de mirarse al espejo.
No podía tolerar su propio reflejo mas de unos segundos, pasados estos, cerraba muy fuerte los ojos e imaginaba que, la vida podía ser un lugar acogedor, un lugar limpio en donde tumbarse y sentir los brazos de dios diciendo- yo sostengo tu cansancio, yo te acuno- pero al abrirlos, solo su reflejo aun mas deteriorado se encontraba frente a ella y dios estaba demasiado ocupado jugando su partida de ajedrez con su mas íntimo amigo, el diablo.
Ella se quedaba despierta hasta altas horas de la noche, la madrugada siempre la encontraba recortando palabras y salpicando de tinta su viejo cuaderno. Su casa era una antigua morada en donde los espíritus burlones, le mordisqueaban los tobillos cuando no podían descansar en paz, una casa vieja, sin formas concretas. Ella pensaba y sabía que las cosas con el tiempo se parecen a quienes las poseen y su casa se le parecía bastante, cuando aparecían estos pensamientos, el miedo hacía que su cara se convirtiera en la cara de una niña, ella odiaba eso, todo en ella era una forma aterrorizada y sus musculos se tornaban tensos, rígidos, inmoviles como sus manos y su sexo. En esos casos debía respirar muy profundamente, porque sentía que se ahogaba inevitablemente y a eso le seguía un temblor casi epileptico, el cual había aprendido a modificar mediante la meditación profunda.
Todo esto formaba parte del mundo de ella, pero él no lo sabía, él no podía ver su cara cuando él le hablaba, ni ver su cuerpo excitado contorsionandose inevitablemente hacia la almohada, ni como se mordía el labio inferior para no dejar escapar los gemidos, que tomaban vida propia y se manifestaban llenando la habitación de espasmos azulados, tampoco podía ver sus lágrimas deslizándose calladamente por sus mejillas, hasta inundar la habitación y dejarla flotando desoladamente en ese caldo espeso, salado, inconcluso.
El era tan distinto a ella, nunca se quedaba quieto, nunca estaba demasiado tiempo en ningun lugar, siempre estaba dispuesto a nuevas experiencias, era tan seguro que hacía que la poca seguridad que poblaba el alma de ella desapareciera, dejándola tendida en la mas tenebrosa telaraña de ausencias, él era el viento, ella el agua estancada después de la tormenta.
Un ruido sordo, determinando la diferencia ácida.
La cama era su reinado. (el de ella)
Se encadenaba a la sílaba inquieta, a los sustantivos imprudentes.
No se animaba a moverse, a escapar de su cuerpo, pero cerraba los ojos con fuerza, (eso si podía hacerlo) y entonces estaba allí, rebotando contra el pecho de él, dejándose querer ¿Querer?
Dejándose.
El hombre, por momentos se enternecía con la sensibilidad ingenua de ella, pero ya conocía los caminos de las relaciones de ese tipo y sabía también que su vida ya estaba realizada, conformada por todo lo que él podía soñar, que ella solo era una distracción nueva, un juguete con quien sentirse conmovido por un periodo no muy largo, solo hasta la llegada de un nuevo desafío, él también sabía que el amor era una mentira inventada por los hombres para someter a ciertas mujeres que se dejaban engañar facilmente, asi que movía sus piezas con mucho cuidado, tratando siempre de hacerlo con total naturalidad.
El hombre la abrazó contra su pecho, ella, como un cachorrito abandonado, se dejaba asesinar, lenta y deliciosamente por las manos de él…
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