Para los demonios, la Tierra es tentadora y la gran mayoría han salido de los infiernos para visitarla. El problema es que es muy difícil que permanezcan en ella, ya que algunos son parásitos y otros más, bastante excéntricos como para cohabitar con los seres humanos.
Además son seres extravagantes, y siempre que se quieran disfrazar de humanos, podrá notarse en ellos algo bizarro como partes zoomorfas o deformidades horribles que contrastan con la fisonomía de cualquier persona. De este modo, Adirael tenía dos bocas, una en el rostro, donde debe ir y otra en la rodilla derecha, que tenía dos hileras de astillados colmillos y que regularmente mordía a quien estuviera demasiado cerca. Adirael pertenecía a las huestes de Belcebú, los mejores en el arte de la guerra y quienes solían aconsejar a los humanos acerca de propiciarlas para conseguir metas y objetivos. Desde luego que los demonios en realidad querían sangre y almas para los infiernos, y lo conseguían con aquellas terribles masacres que en el mundo provocaban, pero no siempre era fácil conseguir que los humanos cedieran a las batallas.
Adirael no conocía de la naturaleza humana, era un demonio poco refinado y sutil. Brincaba arriba de los tejados, con sus ojos oblicuos de serpiente que se negaba a cambiar por los almendrados del humano. Con su rodilla hambrienta ahuyentaba a todo ser vivo que estuviera cerca, así que regularmente los demás demonios preferían alejarse de él.
Un día, Adirael, se vistió con muchas mantas y cubrió su rodilla para así poder acercarse a un alma humana y llevársela al infierno. Caminó por el desierto (lugar preferido de los demonios) y tras mucho vagae llegó a un campamento y pidió agua. Adirael no bebía agua, pero sabía que era el modo en que se podía acercar a las personas, por lo que un joven beduino le ofreció una cantimplora.
- Qué bien sabe- dijo Adirael, con sus ojos de serpiente –en otros lados se le siente muy pesada, como si doliera.
El joven no entendió nada de lo que Adirael dijo, pero se aterró más aún cuando escuchó una voz provenir de entre las ropas de éstel:
- Dame agua. Yo también quiero.
- ¡Calla!- le increpó el demonio a su rodilla –tu no bebes y además estás castigada.
- No me puedes anular así como así- dijo la rodilla –yo tengo derecho a hacer todo lo que tu hagas.
El beduino vio entonces que la rodilla del demonio se movía irregularmente y lanzaba extraños espumarajos (los demonios no saben como utilizar la saliva porque no comen, por lo que regularmente están babeando) así que salió corriendo despavorido, avisando a sus compañeros que huyeran de aquel espíritu maligno.
Adirael se enfureció tanto, que se cortó la pierna de un tajo con un hacha y la abandonó ahí a su suerte. Tomó un bastón y empezó a caminar cojeando, pero era tan rápido y veloz en sus movimientos, que la gente se quedaba sorprendida y dudaban de su invalidez.
- ¡Ayúdenme! ¡Soy cojo!- decía a voces
- Pero camina mejor que si tuviera dos pies- le dijeron las lavanderas
- Sin embargo, necesito ayuda- les aseguró el diablejo, así que las señoras se disponían a ayudarle cuando vieron en la lejanía un objeto extraño que venía dando saltos descomunales.
Era la pierna cortada de Adirael.
- ¡Eh! ¡Que si vais a ayudarle, echadme una mano también a mí!- gritó la rodilla, mientras la pierna se movía con tal presteza que atravesaba el desierto velozmente.
Las lavanderas echaron a correr despavoridas y Adirael muy molesto sacó sus enormes alas de murciélago (todos los demonios las tienen) y se llevó la pierna muy lejos, al otro lado del desierto, para abandonarla en la selva amazónica a merced de los animales salvajes y fuese devorada. Llegó hasta el río y la arrojó, para que luchara contra la corriente y nunca pudiera salir, así las pirañas se la comerían y no quedaría rastro de ella.
Pero la rodilla de Adirael dio cuenta de las pirañas y masacró a cuantas se le acercaban, de modo que aprendieron a dejarla en paz. Tanto tiempo duró la pierna en el agua, luchando contra la corriente, que empezó a acostumbrarse a ésta y a olvidarse de Adirael.
Le salieron escamas y unos pequeños ojillos maliciosos. Parecía un pequeño cocodrilo que se ocultaba en los remansos, cantando dulcemente como una sirena. Así atraía a los borrachos que pasaban por el río y una vez dentro del agua, los mataba.
La pierna de Adirael consiguió tantas almas para el infierno, que Belcebú ordenó al demonio abandonar la Tierra y regresar al fuego, mientras que su pierna se convirtió en una gran leyenda.
FIN
|