El barrio “Las flores” era, quizá, el más peligroso de la ciudad. Allí se encontraban las pandillas y se escuchaban los disparos y gritos amenazadores y violentos durante la noche e incluso a veces de día.
José vivía junto a su reciente esposa Mariela y su hijita de apenas tres años. El trabajo de José no era bien remunerado así que por el momento era ese diminuto departamento, en ese brutal barrio, lo único que había podido comprar.
A veces cuando José llegaba de trabajar y la niña se iba a dormir, la joven pareja se sentaba frente a frente en una mesa cuyas patas estaban mal enganchadas a hacer cuentas y a imaginar proyectos. José tomaba la calculadora y Mariela anotaba detalladamente los más insignificantes gastos.
La pareja soñaba con ahorrar para salir de la triste situación en la que estaba. Por su parte Mariela revisaba el diario que sus vecinos le daban después de leer para buscar un trabajo. Estos vecinos, los Gallardo, eran una pareja de viejos que aunque vivían apretadamente se preocupaban por los jóvenes.
Pero Mariela no confiaba enteramente en la señora Gallardo para dejar a la niña. Si bien era una mujer buena, tenía una memoria deficiente, y el señor Gallardo no estaba en todo el día, se iba a la plaza y allí jugaba a las bochas y al ajedrez con otros de su edad.
Una noche a José se le había hecho tarde, el colectivo que lo transportaba a su casa, desde su trabajo, se había descompuesto en medio del trayecto, y tuvo que recorrer el resto del camino a pie. Mariela lo esperaba preocupada desde la ventana.
En la esquina de su casa una pandilla lo interceptó y le cobró lo que ellos llamaban un “peaje”. José no tuvo otro remedio que pagarlo. Esto empeoró la situación económica de la pequeña familia aún más. La situación era desesperante.
Cuando José salía de su trabajo en el centró comercial de la ciudad hacía una ronda por los comercios para preguntar si necesitaban una empleada. En un local de ropa le dijeron que estaban necesitando una vendedora.
José llevó la noticia a su esposa con cierto entusiasmo. Mariela se alegró pero enseguida vino el desanimo: ¿Dónde dejarían a la niña? Durante la cena no se habló de otra cosa. Decidieron que propondrían a la anciana pareja vecina una suma obtenida del nuevo empleo para que cuidaran entre los dos a la niña.
La señora G. se entusiasmó con la propuesta en cambio costó mucho convencer al viejo, quién no quería renunciar a sus distracciones en la plaza. Pero ocurrió días después que el pobre anciano se cayó en la calle y se fisuró un tobillo.
Esta desgracia tuvo como consecuencia que los ancianos aceptasen la propuesta de sus vecinos. Desde entonces Mariela dejaba a la niña temprano y se iba a trabajar al centro comercial junto a su esposo.
Poco a poco la situación fue mejorando. Los viejos estaban contentísimos con la niña y esta a su vez se había encariñado con los viejos, sobretodo con la señora. El departamento había cambiado, se respiraban aires de optimismo.
Pero la situación de seguridad seguía siendo un grave problema. Los “peajes” se fueron haciendo cada vez más seguidos y durante la noche se oían los disparos y los gritos de siempre.
Los vecinos se reunieron y decidieron llevar su queja a la municipalidad. El intendente les prometió instalar iluminación y dar más presencia policial a la zona. Pero los días pasaban y nada de lo prometido se llevaba a cabo.
Semanas después, una tarde, los vecinos vieron llegar un camión cargado con columnas de iluminación. Cuando por fin se iluminó el barrio ya habían pasado dos meses desde la queja y se acercaba la navidad.
Las pandillas se sintieron molestas por la presencia policial, cada vez más intensa y poco a poco abandonaron el barrio. En lugar de mudarse la pareja de jóvenes decidió arreglar el departamento. Primero fueron los albañiles, quienes ampliaron la casa añadiendo un cuarto más, y más tarde los pintores.
El barrio mejoró también considerablemente. La gente de otros más pudientes compraron casas de mayor superficie allí aprovechando el bajo costo del metro cuadrado.
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