Meses abandonado a la suerte de la soledad en una habitación oscura, donde el sol y la lluvia son igualmente odiados, y el mundo exterior—con su gente mezquina, el viento inclemente, el ruido ensordecedor y las calles polvorientas—queda olvidado, sin aliento para provocar un cambio.
Se sumerge en una realidad virtual, viajando a través de las historias de otros y escribiendo sin preocupaciones. El transcurso de la vida le es indiferente, más aún, ¿qué significa eso para él ahora? Ha perdido la habilidad de comunicarse con señas y gestos, ha cambiado sus aficiones. Su mundo se reduce a una habitación de seis por ocho, con una ventana custodiada por dos murallas de tela elegante que rechazan al sol cada vez que este intenta colarse en un lugar donde nadie lo necesita.
Despreocupado por las pérdidas caprichosas, los sentimientos dominantes, las hipocresías. Sin amigos, sin universo, sin nada más que su ordenador, la música y las letras, y esa gente que nunca conocerá. Gente que podría ser de cualquier forma: superhéroes, dioses, demonios, o aquellos desesperados en busca de amor, refugiándose en la distancia, soñando con la perversión de un coito virtual que los deja vacíos.
Es un hikikomori occidental, distinto del japonés, que puede pasar meses o años encerrado, siendo una vergüenza para una familia que, resignada, inventa historias de viajes y triunfos inexistentes porque el individuo ha decidido esconderse, volverse ermitaño. Quizá salga cuando esté listo, aunque al regresar encuentre un mundo distinto. No importa, es el camino que la sociedad incómoda, los amigos consumistas, las mujeres interesadas, los maestros autoritarios y los padres despreocupados han trazado para él.
Sabe que en Occidente la vida ofrece otras posibilidades, que basta con abrir la puerta para encontrarse con un mundo de carne y besos, tan inhumano como cualquier otro. Es solo cuestión de tiempo antes de matar el tiempo, caer en trampas, chocar y fastidiar. Todo lo que vos, que quizás sepas poco de estas realidades, podrías pensar que es enfermizo. Pero si miramos al espejo, ¿quién es más enfermo? ¿El hikikomori que escapa, o vos, que tragas smog, que te empapas con la lluvia ácida, que tropiezas en los baches, que debes aguantar el estruendo del gentío sin poder quejarte? Porque aunque lo hagas, nada cambiará. Te guste o no, vives sin alternativa. |