SENSUALIDAD VEGETAL

La lluvia no cesa, a lo lejos se escucha el fragor de la batalla, el sonido crujiente de las bayonetas y el seco golpe de las carabinas que rasgan el aire neblinoso y azul de la madrugada; podría considerarse que apenas las sílabas germinan en la mente y el estruendo se desgaja desde el cielo.
Hacia el atardecer, todo queda en silencio, todo el ambiente parece enrarecido, hasta los ladridos de los perros callejeros enmudecen, se aquietan, juegan a las estatuas, a la cámara lenta; la nostalgia se ha prendido en el filo de una lágrima, y nada es como era antes, nada! nada!
La casa tiene filos rojizos, techo terroso, una buganvilla fucsia se desmaya plácidamente, soltando la sensualidad de sus cabellos vegetales.
Amanece, todo cobra vida: el agua se vierte sobre las estatuas del jardín; los deshechos, ordenados y quietos, se yerguen en el tacho de basura; las ventanas reflejan una transparencia inusual, cada detalle se ha incorporado al contexto; todo permanece quieto, estático… a no ser por el viaje incesante del pez en su pecera, quien mira desordenadamente hacia todos sus ángulos, el color bermellón de sus branquias se diluye.
El estallido suena en un solo eco con el rayo que irrumpe en el ambiente, es un grito, un alarido… un batallón que cruza el campo buscando amparo, el enemigo ha quebrado sus límites y avanza a paso acelerado. ¡Cuánta vidriería desgajada! Es una locura: el viento y el sol que huye; el ruido y el ladrido angustioso; el pez en su pecera…
María descansa. Nunca habría imaginado que la bayoneta calada penetre sensualmente en el cuerpo, como un aguijón silencioso y cálido. Su roja savia languidece, esparciéndose lentamente en el azul neblinoso de la madrugada.

27/X/07.
FDG