Solía verlo pasar el día Domingo por la noche.
Era una gran serpiente cascabel,
tirando y empujando a reventar,
abriendo los brazos para sacar más fuerza,
poner un píe adelante y frenar
para sostener el peso de su cuerpo
y detenerse finalmente.
El Tren de Pichilemu
llegaba hundiendo su metal en los rieles
y hundiendo los rieles en la tierra.
Tenía algo de agradable,
pero mucho más de desagradable.
Tenía impresión de intestinos,
vaporizando un olor a cuerpo
que se ha olvidado del agua.
Era un obrero transpirado por la noche.
Daba la impresión de que dormía sin bañarse.
Era un pedazo de estómago abierto,
con microbios,
con gentes que fumaban y bebían,
con gentes que volvían a fumar.
Parecía que despertaba siempre en día Lunes,
con sed, con el estómago reseco,
con la piel picada y cubierta de viruela.
Le asomaban cicatrices por todas partes,
y tenía heridas sin curar aún.
Le miraba pasar con entusiasmo.
Todas las gentes eran una sola.
Se quedaba parado en Marchigue
para mostrar su espectáculo,
su escena de acuario turbio,
sus luces de carnicería sucia.
Sin embargo invitaba a una copa,
a un trago de vino ahumado.
Invitaba a seguirle con entusiasmo
y muchos le seguían.
Yo también le seguía a veces,
me olvidaba con gusto que parecía intestino.
Me dejaba llevar hasta su meta
y le pedía que me regresara después.
Me veía arriba fumando,
ayudándole a avanzar,
a enterrar sus ruedas con costras.
Rugía furioso y se esforzaba,
no le gustaba que le creyeran débil.
Se alejaba como una cascabel,
con escamas trasnochadas,
pero sin avergonzarse.
Se iba pidiendo camino,
doblando su espina dorsal
con flexibilidad de anciano fuerte,
fumando su pipa de petróleo,
haciendo gestos de despedida cansada.
Era un estómago que se cerraba.
Tenía poros por donde las gentes miraban,
por donde se veían gentes fumando,
apagándose los cigarrillos en las ropas,
empujándose, riendo y disgustándose,
bebiendo vino en melones,
contando anécdotas de playa.
Muchachas tostadas daban la impresión
de haber besado haciendo el amor en la arena.
Sin embargo el Tren no se avergonzaba.
Tenía gran personalidad,
me conmovía y le envidiaba,
y cuando se había alejado
me quedaba con el deseo
de que me hubiera llevado con él.
26.09.78
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