Taciturno camino en el extraño mundo de los sentidos, sin saber cómo, transito fugazmente por el éxtasis de mi alegría y llegó estrepitosamente hacia mis sufrimientos, suplico piedad, pero mi juez es un tirano, sin Dios ni ley. Trato de convencerlo, mi sangre, mi sudor y mis lágrimas reflejan mis debilidades, pero sigue ahí impasible ante mis sufrimientos, negándome rotundamente el armisticio de mi cuerpo, gozando de mis inseguridades, de mis miedos, mis peligros, mi vida.
No lo comprendo, no lo entiendo, o no lo quiero entender, quiero ser, quiero existir, quiero caminar sin miedos, sin inseguridades, sólo caminar hacia ese bello lugar de la eterna esperanza, de la alegría sin límites, y la belleza implacable, perfecta, alucinante, babilónica, admirable, esa belleza que habita en el lugar más postergado de nuestro turbado cerebro, pero que sin temor alguno se apodera de nuestros delirios y hace que por fin podamos sentir el áureo sol iluminar nuestro rostro, con sus calidos rayos encender nuestra alma, el brío de nuestro ser despierta y rompe las cadenas que nos atan a lo común, a lo corriente, a lo usual y tan sólo después de todo este misticismo se puede ser, se puede existir, tal cual uno es y te conquistas a ti mismo, puedes camelar tu alma, tu espíritu , puedes sobrellevar el infortunio y las adversidades. Porque a la consumación de toda esta gresca la belleza se exhibió ante tus ojos, y nació de ti, y comprendiste lo que era incomprensible, vislumbraste que la felicidad está en adornar y cuidar tu propio jardín, que en verdad vales mucho y que nada es tan pérfido en esta realidad, si aprendes a ver la vida con tu propia belleza.