Al final de las Sombras: El Despertar (1 de 5)
por Cienno
... La cabeza me daba vueltas hasta hacerme enloquecer de vértigo nauseabundo y mi pecho ardía como el más inclemente fuego, avivándose el sufrimiento cuando por alguna u otra razón tenía que moverme para mostrar un poco de señales de vida para cualquiera que se acercase y pensara que aquel cuerpo olvidado tras una noche de prolongado éxtasis químico pertenecía aún al mundo de los vivos, aunque todo expresase lo contrario: la tez macilenta que se extendía por toda piel que la ropa no dejase de cubrir con afán; vómito por aquí y vómito por allá, decorando el piso de tonos amarillentos y rojizos a tal grado que no se podía distinguir el original color de aquél suelo pilar de las pisadas vacilantes que los marchitos presentes se negaban a efectuar con un poco de tino.
Poco a poco se recobraban los sentidos que con demencia iban y regresaban al azar, uniéndose en caótica armonía que merecía el más demente grito que pudiese emitir la más lacerada garganta, proclamando libertad a una etérea brisa helada que se colaba desde un ventanal negro enorme y aún cubierto por gruesas cortinas que permitían una muy parcial vista de todas las formas posibles que en la imaginación del despertar se creasen, mezclando en las sombras de oscuridad el penetrante olor de las inmundicias humanas e hiriendo hasta lo más hondo lo que de sensibilidad sobrase en aquella multitud de inertes desconocidos.
Con una gran dificultad me incorporé de lo que parecía ser un montón de escombros desnudos pero colocados de tal manera que sirvieran de un aposento aceptable; miré fatigosamente de un lado hacia otro y no reconocía en lo más mínimo el lugar en el que me encontraba y mucho menos de cómo llegué ahí y con quien. Algunos restos humeantes de extinguidas fogatas se esparcían por el limitado horizonte otorgando un aspecto un poco más siniestro al ya mencionado lugar por lo que inmediatamente me dirigí hacia lo que parecía ser un enorme portón de acero, distante unos cuantos metros de mi persona. Tomé el pasador con firmeza y lo deslicé con exacerbado cuidado, ya que uno no sabe que tipo de personas se albergarían ahí y que intenciones tendrían después de haber sido regresados con estrépito a una realidad de la cual se podían dar el lujo de prescindir aunque sea por solo unas cuantas horas. Mi intención fue fallida y provoqué un chasquido metálico que taladraba mis oídos con insistencia inaudita pero logré desplazar completamente el obstáculo entre mi encierro voluntario y la serenidad exterior y su inefable falta de juicio. Algunas palabras incoherentes se escucharon a la lejanía y algunas maldiciones vinieron a confirmar mi firme deseo de apartarme de aquel sitio lo mas pronto posible. Una luz cegadora invadió mis ojos y un fragante aire refrescó mi pecho y su enrarecido fluido interior. Instintivamente mis manos se dirigieron a mis ojos para aminorar la percepción dolorosa: ahora si podía sentir mis dedos helados posados en mis párpados hirvientes.
Cuando mis sentidos se acostumbraron un poco a su nueva situación, recobré un poco la capacidad de juicio de mi atormentado cerebro y revisé con ahínco todas las partes de mi cuerpo: mis extremidades se encontraban débiles, frías y entumidas; mi pecho se encontraba mejor que dentro de aquél edificio pero aún lastimaba con dolor a cada respiración y mi cabeza era una maraña tiesa de suciedad y pelos enjutos que conservaban algo de su peinado original, aunque solo fuera un vago parecido. Mis dedos, un poco más temblorosos que de costumbre, hurgaron en todos los bolsillos de mi pantalón, que lucía terroso, pero hasta cierto punto decente, e intentaban encontrar un poco de dinero con el cual regresar a casa y a la realidad. En vano fueron todos mis intentos por recuperar algo que me permitiera desplazarme sin tener que mover mis cansadísimas piernas que no aguantaban siquiera mi propio peso y me hacían balancear de un lado hacia el otro. No sabía siquiera donde me encontraba y como llegar a casa, solo alcanzaba a distinguir bodegas y más lóbregas bodegas abandonadas por donde quiera que dirigiera mi vista. Ya antes había estado en situaciones semejantes así que el pánico no formó parte de mis pensamientos y pensé que no había otro remedio más que caminar hasta encontrar a alguien a quien preguntarle: ¿Dónde demonios estoy?, pero entonces me asaltó una duda aún más demencial que recorrió como un tremendo escalofrío haciéndome nublar mi cerebro aún más: ¿Quién demonios soy?. No había respuesta posible... al menos en ese momento.
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