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Inicio / Cuenteros Locales / CaptainJackSparrow / LA SONRISA DE LA MONA LISA

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.-Carlos, sitúate un poco más a la izquierda.


Cámara en mano me dispuse a hacer la fotografía de Carlos junto a la piedra que contenía el código de Hammurabi, esperé pacientemente a que una caterva de turistas despejaran el espacio que se interponía entre nosotros y ¡clic!

Era nuestro primer viaje después de conocernos y París nos pareció un destino romántico, para nosotros aquello era algo así como un viaje iniciático. Habíamos reservado una habitación en un pequeño hotel del distrito de Montmartre, a los pies de la basílica del “Sacré Cœur”. Igual que el resto de los mortales que dan con sus huesos en la ciudad de la luz, Carlos y yo destinamos el primer día para desbrozar sala por sala y colección por colección el museo de Louvre. Todo se inició cuando penetramos en la sala donde se exponía la Gioconda. Entre la multitud estaba él, un muchacho de facciones árabes que me sonreía. Al principio creí que se trataba de un error de percepción, miré a mi alrededor buscando el destinatario de esas miradas, pero no había confusión posible, definitivamente era yo. Le dí la vuelta al grupo que observaba la obra cumbre de Leonardo, pero mi vista no dejaba de acudir a su cita clandestina con aquellas oscuros ojos de mirada magnética, y su sonrisa me perseguía allá donde yo estaba. De repente, con la osadía de un pirata berberisco se acercó, y acariciando mi mano, mientras Carlos seguía absorto fotografiando desde todos los ángulos posibles el cuadro de La Mona Lisa, me susurró unas palabras en francés, y me cogió del brazo acompañándome fuera de la sala.

No me podía creer que estuviera siguiendo a un desconocido por entre los pasillos del Louvre, Carlos no me vio salir, y yo, de forma autómata corría junto a aquel muchacho en dirección a ninguna parte. Traspasamos a toda velocidad las salas de arte islámico, su mano era fuerte como una poderosa garra, pero su tacto suave y delicado. Pasamos junto a la Victoria alada de Samotracia mientras mi enigmático anfitrión me seguía hablando en francés al oído, yo intentaba explicarle que no entendía una palabra, pero él cada vez me hablaba con un tono más cálido y excitante. Al llegar a una pequeña sala de lienzos franceses del siglo XVIII se acercó a una puerta, sacó de su bolsillo una llave, la abrió y penetramos en un corredor estrecho que nos condujo a una sala llena de cuadros almacenados y cubiertos con plástico protector.

Nos fundimos en un beso infinito, sus susurros eran como una melodía que me hipnotizaba pausadamente, sus caricias me envolvían como un suave tisú de seda en aquella cámara repleta de obras de arte descatalogadas. Hicimos el amor como dos salvajes desconocidos y al final recuerdo que una sensación de intensa suciedad se apoderó de mi, un sentimiento de culpabilidad probablemente fruto de mi educación católica. Recuerdo que gritó que se llamaba Hammed mientras yo huía avergonzada por el corredor hacía la sala de lienzos franceses. Abrí la puerta y me confundí entre los visitantes, recorrí las salas en dirección a la recepción y allí estaba Carlos hablando con unos empleados, hacía más de dos horas que yo había desaparecido.

.- ¡Por Dios Esther estaba a punto de ir a la Gendarmerie! ¿se puede saber donde te habías metido?

Tuve que mentirle y darle tantas explicaciones que aún hoy dudo si realmente me creyó, lo cierto es que nunca más volvimos a hablar del tema. Veinte años después tenemos tres hijos maravillosos y una vida de convivencia común relativamente feliz. Han existido más Hammeds, de hecho aquella extraña experiencia se apoderó de mí, y cada cierto tiempo siento la irrefrenable necesidad de buscar algún Hammed anónimo al que conquisto con la sonrisa de Mona Lisa. La sucia sensación sigue recorriendo mi cuerpo cada vez que vuelvo a caer, nunca los vuelvo a llamar, ni siquiera sé en la mayoría de las veces cual es su nombre, pero un fragmento de su alma pasa a formar parte de mí para siempre.

Texto agregado el 27-07-2008, y leído por 2344 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-07-2008 Me parece un texto estupendo, más allá de las pajas mentales que se hace algún "comentarista". Felicidades por el cuento, vale la pena leerlo. calleja
27-07-2008 Cuando me golpeo la cabeza en las mesas, sangro. es causa y efecto. es una cochada pero así es el universo. Estas dándo vueltas en lo inapreciable y lo imposible. otro escenario estraría mejor... No me hagas caso. como todos los "mortales" hablo por hablar. wertherbrightside
 
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