JAVI
Hace tiempo que no caminaba por el barrio de Estación Central, creo que desde la época de la Universidad en que venía con mis amigos a comprar los cuadernos por paquetes para ahorrarnos unos pesos. Ya son casi 20 años desde que dejamos la U, y han pasado tantas cosas en nuestras vidas, aunque de una forma u otra siempre hemos mantenido el contacto, si no encontrándonos, al menos a través de un telefonazo o un correo electrónico. Éramos 15 en el grupo, claro que los originales, los que nos conocimos el primer día de clases éramos 7, después se unieron pololos, pololas y otros amigos “adoptados”. Me río sola al recordar las tonterías que hacíamos, como cuando los chiquillos simularon un robo en la casa del Pancho en la playa, que casi se murió cuando llegó y vio que los supuestos ladrones se habían robado todo, sin imaginar siquiera que los chiquillos habían subido todo al entretecho; claro que después Pancho se vengó echándole un purgante en la comida del día siguiente y todos terminaron de carreritas en el baño. O cuando nos íbamos a la pensión de Javier a celebrar el final de las clases con un asadito de poca carne y mucha cerveza. Javier y yo fuimos los mejores amigos, uña y mugre como quien dice, hasta que se casó con la loca esa que le hacía escándalos porque seguía frecuentando a los amigos, hasta que finalmente le prohibió volver a vernos porque “las perras”, que éramos sus amigas, supuestamente la acosábamos por teléfono contándole de nuestras aventuras con su marido. Y él, el muy estúpido terminó por creerse ese cuento, tirando al tacho de la basura los años de amistad. Me dolió mucho, y se lo dije la última vez que nos vimos, tomándonos una bebida en un local escondido del centro porque él tenía miedo de que ella lo sorprendiera conmigo. Diez minutos bastaron para distanciarnos hasta hoy, en que volveremos a compartir un espacio, pero ya sin las risas ni las bromas de antes. Ojala pueda acercarme aunque sea un instante a su lado para decirle que lo que pasó ya no importa. En medio de mis pensamientos, casi instintivamente entro a la parroquia San José Obrero, y me encuentro con Pedro y Leo, su mujer, más allá están Marco y Carola, nos saludamos con un gran abrazo, ¡que bueno verlos aquí!, Sí, que gusto, a pesar de las circunstancias. Abrazo a Carola, se me caen un par de lágrimas, esto es más difícil de lo que pensé. Caminamos hacia el altar donde veo junto a Javier, a Pancho, Elena, Cecilia, Angélica y Cotty. Miro alrededor, “no te preocupes”, me dice Pedro, “la loca salió un momento”. Nos sonreímos con complicidad, y me acerco a Javier. Hola amigo, mira dónde nos vinimos a encontrar; trato de acariciarle la frente, pero el vidrio que lo cubre se interpone. Mi cara está empapada por las lágrimas, pongo mi mano en la boca para regalarle un beso de despedida. Te quiero, a pesar de todo, siempre fuiste y serás mi mejor amigo. Vete tranquilo, descansa, siempre le pediste a Dios que te llevara joven y ya vez, 45 años son pocos. Siento mucho que las cosas hayan resultado así para ti, pero sabías que esa mierda que consumías te iba a matar tarde o temprano. ¿Dónde mierda nos perdimos, Javi? ¿Por qué cresta dejaste que las cosas llegaran a esto? ¿Para qué sufrir tanto? Disculpa, no tengo derecho a decirte nada, no estuve ahí, perdóname por no haber sido realmente tu amiga. Perdóname.
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