PLEGARIA

¿Por qué lo has permitido, Señor, si es que existes? ¿Por qué has permitido que ella aparezca en mi camino? Tú, que todo lo sabes, conoces que siempre quise a mi mujer y que jamás pensé engañarla. Tú sabes que era feliz con ella, tranquilo y en paz. ¿Por qué has permitido que una princesa se cruce en mi camino? ¿Por qué has dejado que me enamore de ella?
Tal vez quieres probarme, Señor, pero ¿era necesario ponerme frente a una princesa hermosa, tan alegre y bonita, que si no está el mundo es gris? Y repito, Señor, ¿era necesario darle a la princesa esa sonrisa que devora mi cordura? ¿Era necesario mostrarme la belleza de su alma divina, en esos sonrojos inesperados?
Tal vez quieres probarme, Señor, pero, ¿era necesario que fuera tan alegre, dulce y sabia? ¿No podías cruzar en mi camino una mujer cuyo cuerpo fuera la carnada, y no el alma pura de una princesa?
No se por qué lo has permitido, pero estoy enamorado de ella. He permitido a mis sentimientos aceptarla como princesa, irreal y de cuento, para amarla en secreto, en mis sueños y despertares, al acostarme cansado, o al transitar distraído. Pero no estás contento aún, Señor.
No se si existes, Señor, pero ¿por qué dejas que sea ahora mi cuerpo el que se enciende al verla? ¿Por qué dejas que mi carne tiemble al estar cerca? ¿Por qué me dejas soñar besos jugosos de sus labios, caricias suaves de sus manos? ¿Por qué me dejas soñar en abrazar su regazo o en acariciar su cuerpo pequeño, de princesa bajita?
Señor, si existes, entiendo que tal vez en un momento de divino enojo hayas creado el infierno para tus ángeles infieles… ¿Pero que hice yo para merecer el infierno de amar demasiado?
Sin embargo, Señor, debo darte las gracias por haberla cruzado en mi camino. El mundo es mas lindo desde que la conozco, y mi alma y mi cuerpo sienten mas sensaciones. Estoy mas vivo. Y debo darte gracias por haberme dado fortaleza para resistir y no caer en el Infierno de los infieles. He decidido seguir amando a mi mujer, la madre de mis hijos, la que prolonga mi vida en ellos.
Pero te pido, Señor, si existes y deseas hacerlo, quiero ser amigo de la princesa. Quiero compartir su vida. No puedo despertar junto a ella, pero déjame despertar pensando en ella. Quiero cuidarla, protegerla, hacerla feliz, y para ello, necesito que borres las sensaciones de mi cuerpo. Quítame el deseo, hazme aburrido en el cuerpo, pero déjame ser su amigo.
Y por último, Señor, que tal vez no existes, haz que aparezca el hombre que ella merece, el hombre que merezca el amor que rebalsa y derrama, y la tome para siempre. Me recorrerá el cuerpo un escalofrío de dolor al verla junto a otro, vomitaré mis celos, pero Señor, déjala que la amen como mujer y no solo como princesa de ensueño.
Señor, que tal vez no existes, acepta mi plegaria y concédeme el deseo de verla feliz. Amén.