Mi abuela dice que soy rara porque me siento en las noches, a oscuras en la sala, a pensar, y a liberar mis pestañas del rimel humeado pro los camiones que pueblan mi memoria.
Dice que hago cosas extrañas, como llorar siempre a las 12, porque escuchar tantas veces las campanas me pone triste.
Menciona de vez en cuando, que no soy una niña normal, pues el observar poros de narices extrañas con el telescopio es un indicio de que no tengo futuro.
Aún así, mi abuela me sigue regalando chocolates, de esos caros que le regalaron una vez, y que come sola cada tarde, escondida en la azotea para que no veamos que sonríe mientras se chupa los dedos.
Al menos con eso me tranquilizo. Sé entonces que la rareza la llevo en la sangre.